El culo: la parte de la anatomía más perseguida


 
El culo: la parte de la anatomía más perseguida

Es la parte de la anatomía femenina más perseguida y más observada, por algo se opera, se tonifica, se consiente y, una vez más, se mira.

Aunque haya muerto hace varios años, tengo muy presente la cara de esa tía que volvió de Madrid aterrada por la manera vulgar como hablaban los españoles. Eso decía. Y lo sustentaba en un hecho que le ocurrió en esa ciudad con la que había soñado media vida y a la que no quiso regresar. Recorría el laberinto del Parque del Buen Retiro, en contravía de un grupo de turistas japoneses que la importunaban con los disparos de sus cámaras, cuando una piedra la hizo trastabillar y cayó hacia atrás.

No fue el golpe lo que la indispuso, a pesar de que tuvo que llegar al hotel a hacerse baños de asiento para aliviar el dolor, sino la expresión con la que un supuesto caballero que allí se encontraba le explicó al médico que corrió a revisar a la tía lo que había sucedido: "Que la señora se ha ido de culo". Más adoloridos que ese culo generoso que amortiguó la caída le quedaron los oídos a la pobre tía, que en su vida se había permitido siquiera un carajo.
En vano tratamos de explicarle algunos de sus sobrinos que en España le dicen culo al culo. Sin sonrojarse. Y que incluso las señoras que jamás fallan a la misa de domingo, como ella, pronuncian la palabra con la misma naturalidad con la que dicen boca, oreja o rodilla.

No habría esperado que una señora que superaba los setenta años y que se prohibía no sólo las que ella consideraba malas palabras, sino que evitaba también aquellas que le despertaban sospechas, como putativo u oráculo, aprendiera a llamar las cosas por su nombre. Por supuesto que no. Pero quizás tanto como le molestaba a mi querida tía que uno hiciera referencia a aquella parte de la anatomía con esa sonora palabra que es culo, a mí me fastidia sobremanera cuando, para evitar la supuesta grosería -que no lo es- caen en palabrejas ridículas como pompis.

Eufemismo abominable. ¿Imaginan a alguien -incluso a mi tía o a una tía de ustedes- diciéndole al médico que le duele el pompis? ¿O, ya entrada en ganas, pidiéndole a su amante que le agarre o le golpee el pompis? Por decir lo menos, se trata de una palabra bastante cula.

Por más aceptada que esté, la proscribo. Se supone que íbamos a hablar de nalgas, estará a punto de recordarme alguien.

Pero sucede que culo es el "conjunto de las dos nalgas". Al menos eso dice el diccionario de la Real Academia, y de ahí no me muevo. De manera que hablaremos de culo, y que en paz descanse mi tía, porque nalga sólo me inspira apodos de adolescente y ese corte argentino que resulta bastante apropiado para las milanesas. Nada más.                                                          

De la piel hacia adentro

Muchos años atrás -muchos más de los que hace que volvió de España mi tía-, en desarrollo de trabajos bastante menos interesantes que este de escribir de culos, tuve que asistir a una disección de cadáver. Y, específicamente, a la disección del culo de un cadáver de sexo femenino con fines meramente científicos. Anatómicos, para más señas. Porque, aunque cueste trabajo entender, sobre todo después de detenerse a contemplar las fotografías que acompañan este texto, hay quienes se interesan con más entusiasmo por lo que hay de la piel hacia adentro.

Allí estuve, pues, con varios científicos de esos que pueden explicar cuáles son los mecanismos que se activan durante esos ajetreos en los que el culo es protagonista. Cómo se logra que se levante. Que apriete.

Mientras repasaban, como una letanía, músculos, nervios, capas y tejidos, uno de ellos abría aquel culo de pandora con un afilado bisturí.

Cuando retiraron en ese punto la piel de aquella dama a la que maltrataban en nombre de la ciencia, lo que quedó al descubierto me produjo unas cuantas arcadas.Lo más parecido a un colchón por dentro, pero imaginen que los resortes son espirales de grasa.

Les aseguro: siempre será preferible ver el culo por fuera. Aún si la elección posible es entre el interior del culo de esta aclamada, admirada y deseada modelo que adorna estas páginas y que sabe lo que allí tiene, o el culo debidamente forrado de la gorda que cuenta chistes o de cualquiera de aquellas mujeres de culo irremediablemente caído y adornado con celulitis. Les aseguro.

De bronce y de carne

Pero no son muchos, por fortuna, los que han tenido la desventura de ver el culo por dentro. Y usted, cómodamente sentado -sobre esto mismo de lo que hablamos- me dirá, con toda la razón, que no le amargue el buen rato. Que, en esto de culos, concentrarme en el fondo en vez de darle el protagonismo a la forma es como contarle a alguien lo que dicen que esconde el arroz chino, precisamente en el momento en que se dispone a probar el primer bocado.
Acepto. Y me disculpo: no quise aguar la fiesta.

Mejor, entonces, les contaré de ese artista maravilloso que se llama Jim Amaral y de cómo una vez me habló de lo mucho que lo emocionan los culos de sus esculturas femeninas. De la atención que les dedica. Y de cómo, una vez moldeadas y terminadas las figuras, recorre los culos con sus manos para sentir bajo el rigor del bronce la textura de la carne. Y dejarse tentar.

Y agradecer a quien corresponda que a la hora de crear a la mujer haya pensado, además de codos, tobillos y costillas, en el culo.

Y agradecer, también, que lo haya puesto ahí, precisamente ahí, al lado contrario de sus ojos. Porque se pueden admirar sin ser descubiertos. ¿Se acuerdan de la fotografía en la que la princesa de Asturias y la primera dama francesa ascienden por unas escaleras al palacio real de Madrid? Porque estaban allí sus culos pero no sus ojos, un fotógrafo de El País se atrevió a tomar aquella postal en la que los vestidos ceñidos de Letizia Ortiz y de Carla Bruni permiten admirar su maravillosa retaguardia. Y comparar. Y declarar vencedora a la mujer de Sarkozy, a quien en otras fotos, en otros palacios, con otros vestidos, no pocos mandatarios han sido pillados cuando le miran el culo. Por eso: porque lo tiene, como todas, al lado contrario de los ojos.

Tengo un amigo que trabaja muy cerca del Elíseo, y no deja de mirar por la ventana con la vana esperanza de encontrarse un día con Carla Bruni. Preferiblemente de espaldas.

Culos de revista

Culos como el de ella -y como éste que nos acompaña- han sido responsables de muchos elogios, de versos bien construidos, de piropos baratos e irrepetibles. De miradas furtivas. De respiraciones aceleradas. De tomas inolvidables, de ángulos que provocan. De fotografías prohibidas que se han subastado en Londres y en Nueva York y por las cuales han pagado fortunas.

Y han sido los culpables de muchos disgustos entre maridos y mujeres. Me contaba uno de esos cirujanos que inyecta bótox y rellena tetas y levanta culos, que hay muchas pacientes que llegan con recortes de revistas como ésta, y le dicen que así quieren que les deje el culo. Así. Como si la naturaleza no tuviera su parte.

El hombre ha aprendido a no reírse. Es parte del negocio. Y, aunque en cada culo trata de hacer el mejor trabajo, advierte que entre sus capacidades no está la de hacer milagros. Quizás si fueran de bronce, como los culos de Amaral, podría castigar la materia con el cincel hasta lograr su cometido. Si fueran de bronce. Y pasar la mano después de la cirugía, sin vergüenza alguna, tantas veces como el deseo se lo pidiera. Si fueran de bronce.

Pero, a pesar de los espejos y las fotografías, a pesar de los comentarios de las amigas envidiosas y aún de las sinceras, que llenarán de adjetivos el nuevo culo de la paciente, el cirujano lleva la enorme ventaja de que el culo esté del lado contrario de los ojos. Y él será el primero en verlo y en admirarlo.

Por: Fernando Quiroz
Fotografía: Hernán Puentes
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