La vida no tiene doble vuelta
(Por Cándida Figuereo, Periodista
Si hay algo que el ser humano aprecia es su propia vida. Es tanta su estima por vivir una vida saludable y plena de energía que cada día la encomienda a Dios para que nada ni nadie la perturbe. Este es el caso de la mayoría del dominicano que profesa creencia religiosa.
Abundan también quienes viven apartados de la fe, pero aún estos luchan por vivir eternamente en salud. Es que vivir en salud sin tener afectada una parte de su cuerpo es
un verdadero privilegio.
De ahí que después de Dios, la gente cree de manera visceral que quien más se parece al altísimo es el médico.
En la República Dominicana probablemente no se hace evaluación periódica de categorización del médico referente a capacidad, vocación de servicio, trato humano, la cantidad de pacientes que se le muere a cada facultativo, causas y posibles soluciones si eran evitables esas defunciones. De un médico que viva primero para el paciente y después para el paciente.
Si existe o no ese seguimiento evaluativo en términos prácticos, no teóricos, es probable que la mayoría de la población no lo sepa.
Existen pacientes más avispados que otros y antes de ir a un médico indagan sobre su ejercicio profesional. Lo preguntan de este modo: ¿Tú sabes si el médico fulano es bueno? ¿Tú te has asistido con é?
De ese modo la persona interesada en consultar con tal o cual médico lo va conociendo y sin que este profesional de la salud se “entere” lo tipifica en EXCELENTE, REGULAR o MALO.
Cuando el doctor es malo, el paciente va una vez a la consulta y no vuelve jamás. Al mismo tiempo le hace publicidad gratuita diciendo a todos sus familiares, amigos y allegados que tal o cual facultativo no vale la pena. Así cada vez son menos y menos quienes requieren sus servicios.
Lo contrario se produce si el facultativo es excelente. Su consulta permanece repleta de usuarios e incluso quienes tienen tarjeta de seguro de salud, en caso de que el médico no trabaje con ésta prefieren pagar lo que cobre.
En los tiempos en que las protestas estudiantiles eran de verdad, y los reclamos no menos ciertos, me tocó el privilegio de realizar todos los cursos del bachillerato en el Liceo Juan Pablo Duarte, donde los profesores del momento eran EXCELENTES.
En esas clases en el bachillerato compartía con una alumna brillante llamada Minerva Cordero. Al ingresar a la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) Minerva optó por estudiar medicina y terminó especializándose gineco-obstetricia.
En esa especialidad tuve la dicha y honor conocer y ser paciente de un médico de lujo, el excelso Bernardo Fernández Diloné, quien gracias a Dios vive y reina. Como él hay muchos otros.
Al pasar a otro especialista del ramo, primero indagué y me sugirieron a la doctora Cordero con quien nunca me había tratado. En la primera visita, antes de que la doctora llegara y pese a las buenas referencias de ella, le pregunté a las demás pacientes sobre su ejercicio. Todas concluyeron en que no solo ella era muy buena, sino también su hija que tiene la misma especialidad.
Tras la consulta, salí satisfecha porque mi amiga del bachillerato que se hizo médico conjuga experiencia y cuido excelentes a sus pacientes, a tal modo que aunque no sea el período de volver a consultar envía mensajes virtuales para que se cuiden de tal o cual enfermedad controlable.
Para la doctora Cordero y muchos otros profesionales de la medicina que se respetan el paciente es una persona. Para algunos médicos usted es una cosa. En éste último caso es posible que el cuidado que se brinde no sea el apropiado. El paciente cree que está con su segundo Dios y está con un don nadie.
El Código de Ética Médica que norma a todos estos profesionales del país, el No.641-05, refiere en el Artículo 7 capítulo III lo siguiente: “El respeto a la vida de la persona humana en toda circunstancia, es el deber primordial del/la médico”.
Duele estar con un don nadie que no asuma lo dicho en el precitado artículo. En cualquier profesión u especialidad es loable reconocer las debilidades y superarlas. Nadie se lo sabe todo, pedir sugerencias engrandece y sobretodo ser responsable en las tareas asumidas.
No obstante se debe ser más radical en materia de salud porque en un segundo te salvas y en un segundo te mueres si el cuidado no es el apropiado. Y, lamentablemente, la vida no tiene doble vuelta.
Si hay algo que el ser humano aprecia es su propia vida. Es tanta su estima por vivir una vida saludable y plena de energía que cada día la encomienda a Dios para que nada ni nadie la perturbe. Este es el caso de la mayoría del dominicano que profesa creencia religiosa.
Abundan también quienes viven apartados de la fe, pero aún estos luchan por vivir eternamente en salud. Es que vivir en salud sin tener afectada una parte de su cuerpo es
un verdadero privilegio.
De ahí que después de Dios, la gente cree de manera visceral que quien más se parece al altísimo es el médico.
En la República Dominicana probablemente no se hace evaluación periódica de categorización del médico referente a capacidad, vocación de servicio, trato humano, la cantidad de pacientes que se le muere a cada facultativo, causas y posibles soluciones si eran evitables esas defunciones. De un médico que viva primero para el paciente y después para el paciente.
Si existe o no ese seguimiento evaluativo en términos prácticos, no teóricos, es probable que la mayoría de la población no lo sepa.
Existen pacientes más avispados que otros y antes de ir a un médico indagan sobre su ejercicio profesional. Lo preguntan de este modo: ¿Tú sabes si el médico fulano es bueno? ¿Tú te has asistido con é?
De ese modo la persona interesada en consultar con tal o cual médico lo va conociendo y sin que este profesional de la salud se “entere” lo tipifica en EXCELENTE, REGULAR o MALO.
Cuando el doctor es malo, el paciente va una vez a la consulta y no vuelve jamás. Al mismo tiempo le hace publicidad gratuita diciendo a todos sus familiares, amigos y allegados que tal o cual facultativo no vale la pena. Así cada vez son menos y menos quienes requieren sus servicios.
Lo contrario se produce si el facultativo es excelente. Su consulta permanece repleta de usuarios e incluso quienes tienen tarjeta de seguro de salud, en caso de que el médico no trabaje con ésta prefieren pagar lo que cobre.
En los tiempos en que las protestas estudiantiles eran de verdad, y los reclamos no menos ciertos, me tocó el privilegio de realizar todos los cursos del bachillerato en el Liceo Juan Pablo Duarte, donde los profesores del momento eran EXCELENTES.
En esas clases en el bachillerato compartía con una alumna brillante llamada Minerva Cordero. Al ingresar a la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) Minerva optó por estudiar medicina y terminó especializándose gineco-obstetricia.
En esa especialidad tuve la dicha y honor conocer y ser paciente de un médico de lujo, el excelso Bernardo Fernández Diloné, quien gracias a Dios vive y reina. Como él hay muchos otros.
Al pasar a otro especialista del ramo, primero indagué y me sugirieron a la doctora Cordero con quien nunca me había tratado. En la primera visita, antes de que la doctora llegara y pese a las buenas referencias de ella, le pregunté a las demás pacientes sobre su ejercicio. Todas concluyeron en que no solo ella era muy buena, sino también su hija que tiene la misma especialidad.
Tras la consulta, salí satisfecha porque mi amiga del bachillerato que se hizo médico conjuga experiencia y cuido excelentes a sus pacientes, a tal modo que aunque no sea el período de volver a consultar envía mensajes virtuales para que se cuiden de tal o cual enfermedad controlable.
Para la doctora Cordero y muchos otros profesionales de la medicina que se respetan el paciente es una persona. Para algunos médicos usted es una cosa. En éste último caso es posible que el cuidado que se brinde no sea el apropiado. El paciente cree que está con su segundo Dios y está con un don nadie.
El Código de Ética Médica que norma a todos estos profesionales del país, el No.641-05, refiere en el Artículo 7 capítulo III lo siguiente: “El respeto a la vida de la persona humana en toda circunstancia, es el deber primordial del/la médico”.
Duele estar con un don nadie que no asuma lo dicho en el precitado artículo. En cualquier profesión u especialidad es loable reconocer las debilidades y superarlas. Nadie se lo sabe todo, pedir sugerencias engrandece y sobretodo ser responsable en las tareas asumidas.
No obstante se debe ser más radical en materia de salud porque en un segundo te salvas y en un segundo te mueres si el cuidado no es el apropiado. Y, lamentablemente, la vida no tiene doble vuelta.