La blasfemia seduce en Ibiza

En esta procesión los obispos lucen músculo y tangas rojos, las monjas tienen el hábito de enseñar el culo, los santos se exhiben en bandejas rodeados de chupitos, y angelitas transexuales muestran sus pechos siliconados mientras miles de turistas les fotografían caminando bajo palio, y tras la nube que escupe un incensario por las calles de Ibiza. Así comienza ‘La Troya va al convento’, la fiesta más irreverente y salvaje de la noche ibicenca, que se celebra una vez al año en la discoteca Amnesia.

Comenzó siendo la fiesta gay por excelencia de la isla, pero hoy el leitmotiv se aviene a todas las tendencias sexuales con el espectáculo y la provocación como principales señas de identidad. De hecho, es la única fiesta de la noche ibicenca en la que el dj y lo que pinche no forma parte de sus mandamientos.

La temática suele cambiar cada semana, como explican desde la organización, nunca sabes si vas a acabar casándote, en prisión, si volarás a Brasil sin despegar los pies del suelo, encerrado en un manicomio o rodeado de monjas alocadas que van regalando pases de discoteca a los viandantes.

El caso es que lo que comenzó como un show promocional que, al igual que el resto de fiestas de otras discotecas se repiten cada noche con un pasacalles por las calles del centro de Vila, ha acabado por convertirse en un espectáculo en sí mismo.

El asunto, como no podía ser de otra manera, no hace ninguna gracia en el Obispado de Ibiza, donde no es la primera vez que los feligreses han mostrado sus quejas por el particular método de promoción de una fiesta que ha elevado la provocación a la categoría de blasfemia.

El obispo de la isla, don Vicente Juan Segura, ya se escandalizó en 2005, nada más aterrizar en la isla desde el Vaticano, por el uso de la imagen de “una religiosa en posición obscena” para el cartel promocional de esta fiesta; y no dudó en censurar que las autoridades locales lo permitieran, remitiendo una carta a los medios titulada ‘Burlas a la religión, ¿por qué?”. Pero parece que ahí se quedó todo. Ayer desde el Obispado no se hacían declaraciones porque el obispo estaba de vacaciones fuera de la isla; y como Lot en el Génesis, debió pensar que no debía mirar atrás por si Dios enviaba a Sodoma una lluvia de fuego y azufre.

Pero el Obispado no es el único. Algunos viandantes ofendidos no han dudado en ponerle mala cara a la comparsa e incluso dirigirse a alguno de sus participantes, por lo que los organizadores han optado este año por repartir una circular en la que aclaran, en tono pomposo, que no tienen “ninguna intención de ofender a la iglesia católica, los conventos o parroquias, ni a la entrañable labor que desempeñan en actos de caridad y altruismo”.

Su idea, según dicen, es “intentar de una manera divertida y respetuosa acercar este mundo, para tantos tan lejano, al mundo del entretenimiento”. De hecho, aseguran haberse inspirado para su espectáculo en grandes maestros del cine como el Federico Fellini de ‘Roma’, “donde puede verse un desfile de moda de ropa clerical realizado con una mezcla de creatividad y respeto”; y también en ‘Sister Act’ para “desmitificar de una forma alegre e irónica los comentarios que hieren a diario en los medios a la madre iglesia”.

Mientras tanto muchos turistas se siguen trasladando cada noche del miércoles a las terrazas de la Marina, cámaras en ristre, con la única intención de poder presenciar el pasacalles de la Troya, dejarse envolver por el pecado y escuchar las bienaventuranzas de estos extraños predicadores.

Su preparación suele llevar toda la tarde y el espectáculo dura apenas dos horas, el tiempo que les lleva ir desde el puerto

hasta los bares de ambiente gay de la calle de la Virgen. Sus miembros suelen cobrar unos 50 euros por formar parte del teatrillo, y los empresarios de los locales por los que circulan reconocen estar encantados con esta promoción gratuita que le ha caído a sus locales. Eso si, las discotecas deben abonar un canon anual al Consistorio de acuerdo con la última ordenanza de publicidad dinámica, y que ronda los 3.600 euros.
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