Austeridad con una economía en crecimiento
Por: Felipe Ciprián, Periodista
La llegada del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) al gobierno en el año 1978 despertó un legítimo entusiasmo en gran parte de la población porque tenía puesta su esperanza en que tras años de lucha por la libertad encontraría, por fin, un poder capaz de hacer los sueños realidad.
Cuando el 16 de agosto de ese año el señor Antonio Guzmán se juramentó como Presidente de la República no hizo un discurso digno de la ocasión ni motivó un despertar de esperanza, pero sus primeros decretos fueron una clara ruptura con el pasado que el pueblo rechazó en las urnas: destituyó al generalato que encabezó los clanes represivos y la acumulación de capitales sobre la base de los recursos y bienes del Estado.
Si bien desde el Poder Ejecutivo no se hizo ninguna disposición especial para consagrar la libertad y el ejercicio de la democracia por la que el pueblo luchó antes, durante y después de las elecciones en procura de un cambio, desde las entrañas del mismo PRD el doctor
Salvador Jorge Blanco, entonces senador por el Distrito Nacional, tomó iniciativas verdaderamente transcendentes: impulsó y logró la probación de una ley de amnistía para liberar a los presos políticos y posibilitar el regreso de los exiliados, así como una ley que abolió las leyes anticomunistas que se habían hecho aprobar en el período más duro de la represión gubernamental en el país y de la guerra fría en el mundo.
El gobierno de Guzmán aplicó la ley de amnistía en forma discriminatoria: hubo presos políticos que tardaron años para regresar a la calle (no he dicho a la libertad) como fueron los señores Salvador Duvergé y Cástulo Toussaint; y exiliados que siendo beneficiarios de la ley fueron mantenidos fuera del país por mucho tiempo sin ninguna justificación como Claudio Caamaño Grullón, Hamlet Hermann Pérez y Héctor Aristy Pereyra.
Mientras el gobierno de Guzmán “dilataba” la aplicación de la ley de amnistía para patriotas indiscutibles, desde el gobierno se permitió y apoyó la más grosera violación a la libertad sindical con la destrucción encadenada de los sindicatos de Metaldom, Codetel y el golpeo descomunal contra la Asociación Dominicana de Profesores (ADP), que pese al permanente acoso policial pudo resistir el embate patronal y gubernamental.
Si la historia se escribiera por parches, se podría decir que durante el segundo gobierno del PRD se consagró el respeto a las libertades públicas y a los derechos ciudadanos.
La verdad es que la rivalidad de Jorge Blanco con Guzmán y Jacobo Majluta, y sus aspiraciones presidenciales, potenciaron su deseo (de Jorge Blanco) de forjar mejores vínculos con los anhelos populares y por eso impulsó esas leyes que una vez aprobadas el gobierno del PRD aplicó como y cuando quiso, mientras que a la par permitió y aupó la destrucción de sindicatos emblemáticos de la historia del movimiento obrero dominicano.
Todo lo anterior lo recuerdo para que se entienda el momento que se vive hoy: Danilo Medina es el Presidente de la República y tiene la disyuntiva de convertir su ejercicio gubernamental en una “oportunidad de gloria” o en una “oportunidad perdida” que al final de su mandato se queda solo con la pena.
El discurso de Medina motivó la esperanza de millones de dominicanos luego de años de frustración y desengaño de una generación que se soñó representada por los nuevos líderes del PLD y que pensó que podría ser reivindicada, pero los triunfadores fueron los verdugos del pasado y los eternos oportunistas del empresariado cooptando a los nuevos ricos surgidos desde la política pero despedazando los recursos del Estado vía las obras más capciosas.
Los primeros decretos de Medina provocaron desaliento porque repetía a los mismos funcionarios que cansaron a este pueblo a un grado tal que si no es porque el candidato del PRD evocaba el pasado y exhibía un atavismo renovado, entre otras diabluras, el voto masivo se le iba en contra.
Ahora viene un plan de austeridad que parece salido de la nada porque el presidente Medina hasta ayer no había explicado cuáles pueden ser las deficiencias presupuestarias de una economía que ha sido declarada líder en crecimiento años tras año en Latinoamérica.
La austeridad declarada delata que el crecimiento es una ficción como lo he dicho por años, porque cualquier economía en crecimiento tiene que reflejarse en pago de impuestos, más empleos que pagan tributos por la renta, más comercio que surte las arcas del Estado con pago de Itebis, entre otros efectos de la “dinámica del crecimiento”.
Este es el único país que desde la historia de la humanidad crece en forma sostenida, pero tiene que ir a un plan de austeridad porque el Estado no tiene ingresos para el día a día y mucho menos para atender una deuda que es padre-madre del “crecimiento”.
Si el crecimiento solo está en los números (como yo supongo), hay que ir a la austeridad, a la reducción del gasto, a la nada, porque un presidente que depende de un poder político estructurado puede llamar a gastar lo mínimo… aunque confirme en sus puestos al gobernador del Banco Central y al 60% de los ministros que han llevado al país a un “crecimiento sostenido” pero sin embargo tiene que “ajustarse a un riguroso plan de austeridad” porque no puede costear sus compromisos presupuestados.
¿Crecemos o vamos a un plan de austeridad con los ministros que nos hunden ahí confirmados en el gabinete del nuevo Presidente?
Algo no cuadra en este argot publicitario.
La llegada del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) al gobierno en el año 1978 despertó un legítimo entusiasmo en gran parte de la población porque tenía puesta su esperanza en que tras años de lucha por la libertad encontraría, por fin, un poder capaz de hacer los sueños realidad.
Cuando el 16 de agosto de ese año el señor Antonio Guzmán se juramentó como Presidente de la República no hizo un discurso digno de la ocasión ni motivó un despertar de esperanza, pero sus primeros decretos fueron una clara ruptura con el pasado que el pueblo rechazó en las urnas: destituyó al generalato que encabezó los clanes represivos y la acumulación de capitales sobre la base de los recursos y bienes del Estado.
Si bien desde el Poder Ejecutivo no se hizo ninguna disposición especial para consagrar la libertad y el ejercicio de la democracia por la que el pueblo luchó antes, durante y después de las elecciones en procura de un cambio, desde las entrañas del mismo PRD el doctor
Salvador Jorge Blanco, entonces senador por el Distrito Nacional, tomó iniciativas verdaderamente transcendentes: impulsó y logró la probación de una ley de amnistía para liberar a los presos políticos y posibilitar el regreso de los exiliados, así como una ley que abolió las leyes anticomunistas que se habían hecho aprobar en el período más duro de la represión gubernamental en el país y de la guerra fría en el mundo.
El gobierno de Guzmán aplicó la ley de amnistía en forma discriminatoria: hubo presos políticos que tardaron años para regresar a la calle (no he dicho a la libertad) como fueron los señores Salvador Duvergé y Cástulo Toussaint; y exiliados que siendo beneficiarios de la ley fueron mantenidos fuera del país por mucho tiempo sin ninguna justificación como Claudio Caamaño Grullón, Hamlet Hermann Pérez y Héctor Aristy Pereyra.
Mientras el gobierno de Guzmán “dilataba” la aplicación de la ley de amnistía para patriotas indiscutibles, desde el gobierno se permitió y apoyó la más grosera violación a la libertad sindical con la destrucción encadenada de los sindicatos de Metaldom, Codetel y el golpeo descomunal contra la Asociación Dominicana de Profesores (ADP), que pese al permanente acoso policial pudo resistir el embate patronal y gubernamental.
Si la historia se escribiera por parches, se podría decir que durante el segundo gobierno del PRD se consagró el respeto a las libertades públicas y a los derechos ciudadanos.
La verdad es que la rivalidad de Jorge Blanco con Guzmán y Jacobo Majluta, y sus aspiraciones presidenciales, potenciaron su deseo (de Jorge Blanco) de forjar mejores vínculos con los anhelos populares y por eso impulsó esas leyes que una vez aprobadas el gobierno del PRD aplicó como y cuando quiso, mientras que a la par permitió y aupó la destrucción de sindicatos emblemáticos de la historia del movimiento obrero dominicano.
Todo lo anterior lo recuerdo para que se entienda el momento que se vive hoy: Danilo Medina es el Presidente de la República y tiene la disyuntiva de convertir su ejercicio gubernamental en una “oportunidad de gloria” o en una “oportunidad perdida” que al final de su mandato se queda solo con la pena.
El discurso de Medina motivó la esperanza de millones de dominicanos luego de años de frustración y desengaño de una generación que se soñó representada por los nuevos líderes del PLD y que pensó que podría ser reivindicada, pero los triunfadores fueron los verdugos del pasado y los eternos oportunistas del empresariado cooptando a los nuevos ricos surgidos desde la política pero despedazando los recursos del Estado vía las obras más capciosas.
Los primeros decretos de Medina provocaron desaliento porque repetía a los mismos funcionarios que cansaron a este pueblo a un grado tal que si no es porque el candidato del PRD evocaba el pasado y exhibía un atavismo renovado, entre otras diabluras, el voto masivo se le iba en contra.
Ahora viene un plan de austeridad que parece salido de la nada porque el presidente Medina hasta ayer no había explicado cuáles pueden ser las deficiencias presupuestarias de una economía que ha sido declarada líder en crecimiento años tras año en Latinoamérica.
La austeridad declarada delata que el crecimiento es una ficción como lo he dicho por años, porque cualquier economía en crecimiento tiene que reflejarse en pago de impuestos, más empleos que pagan tributos por la renta, más comercio que surte las arcas del Estado con pago de Itebis, entre otros efectos de la “dinámica del crecimiento”.
Este es el único país que desde la historia de la humanidad crece en forma sostenida, pero tiene que ir a un plan de austeridad porque el Estado no tiene ingresos para el día a día y mucho menos para atender una deuda que es padre-madre del “crecimiento”.
Si el crecimiento solo está en los números (como yo supongo), hay que ir a la austeridad, a la reducción del gasto, a la nada, porque un presidente que depende de un poder político estructurado puede llamar a gastar lo mínimo… aunque confirme en sus puestos al gobernador del Banco Central y al 60% de los ministros que han llevado al país a un “crecimiento sostenido” pero sin embargo tiene que “ajustarse a un riguroso plan de austeridad” porque no puede costear sus compromisos presupuestados.
¿Crecemos o vamos a un plan de austeridad con los ministros que nos hunden ahí confirmados en el gabinete del nuevo Presidente?
Algo no cuadra en este argot publicitario.