Este es el sargento García, el militar símbolo de la indignación

Por: JOHN MONTAÑO
Foto: Santiago Saldarriaga / EL TIEMPO

El militar que no pudo camuflar su indignación

Perfil del sargento que lloró en Toribío, cuando guardia indígena lo sacó a rastras de su posición.
El 'Mono'. Así le dice con cariño su familia al sargento Rodrigo García Amaya, el militar que con lágrimas rodando por sus mejillas bajó humillado el martes del cerro Las Torres, en Toribío, presionado por la guardia indígena del Cauca.

El aguerrido comandante del Batallón de Montaña No. 8, de la Fuerza de Tarea Apolo, al que los colombianos vieron llorando por televisión -una imagen insólita en este país de 'hombres de acero'-, es el consentido de una familia de padres separados, tan unida que todos lloraron con él a la distancia.

García, soltero y sin hijos, es el segundo de tres hermanos. Los otros son Ernesto, que vive en Barcelona, y Pilar, una abogada de 28 años. Desde niño, este suboficial, nacido en Neiva hace 31 años, tuvo que ponerse a trabajar debido a que sus papás se divorciaron cuando tenía 8 años.

Con su madre, María del Carmen Amaya, de quien aprendió la templanza, dejó la cálida capital opita para internarse en la gris Bogotá, la jungla de asfalto donde enfrentó sus primeras batallas contra la pobreza, que -según él- "está en la mente".

"Recuerdo que a los 13 años el 'Mono' se iba los domingos y festivos a trabajar a la plaza de mercado de Marruecos, en el sur de Bogotá, donde crecimos", narra Pilar. Allí, con los primeros rayos del sol, el niño ayudaba a descargar camiones. También montaba las carpas donde se vendían los víveres y hacía mandados. "Por la tarde, volvía siempre sediento, con un bulto de comida al hombro y con unos cuantos pesos, que le entregaba a mi mamá", agrega su hermana menor desde el juzgado bogotano en el que labora.

El primer comandante que tuvo el sargento García fue su mamá, que no lo despertaba con la diana sino con un beso y un pocillo de agua de panela. "A mi prócer le tocó muy duro. Para ser bachiller, trabajó de día y estudió de noche hasta que se graduó, a los 17 años, en el colegio Los Molinos, del barrio donde vivíamos", dice Amaya, que el 16 de julio cumplió 54 años.

Como tantas madres colombianas que levantan solas a sus hijos, Amaya fue ejemplo de disciplina y trabajo arduo. "Mi lema fue: 'En una mano el pan y en la otra el rejo', pero vea los resultados. Me siento muy orgullosa. Tengo un hombre que mostró tolerancia, control y don de gentes, lo que necesita este país", concluye orgullosa.

Como ella, Rodrigo García Borrero, de 63 años, lloró al ver por televisión la actitud de su hijo. "Es un berraco. Y no porque tenga un fusil al hombro y un uniforme, sino porque reaccionó con entereza y como buen militar, con su misión entre ceja y ceja: defender la patria", dice este pensionado del magisterio, que prestó el servicio militar en 1968 y que pide que su hijo sea ascendido cuanto antes.

'La tropa está del lado de los indios'

El suboficial que conmovió al país habla de la situación en el Cauca

"No fue por rabia ni por temor. Fue por orgullo. Lloré porque no entendía cómo una comunidad a la que protejo y por la cual arriesgo mi vida me humillaba de esa forma y nos sacaba a mí y a mis hombres así", dice el sargento Rodrigo García, aspirante a sargento viceprimero. Ya tranquilo, de nuevo en el cerro Las Torres, de donde fue expulsado el martes, el suboficial volvió a montar sus trincheras.

"Yo ya había estado en Cauca en el 2002, pero esta es la situación más dura que he enfrentado. En mis 13 años de carrera y después de recorrer todo el país con mi Ejército, lo único que les digo a los indígenas es que la tropa está del lado de ellos, del lado de la paz", concluye el militar.

JOHN MONTAÑO
Corresponsal de EL TIEMPO
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