¿Qué le parece, compai Danilo?
Por: Oscar Quezada
El año pasado, 3,021 civiles perdieron la vida en Afganistán producto de la violencia desatada en ese país, luego de la guerra iniciada por los Estados Unidos para desarticular las células terroristas que planificaron y ejecutaron el ataque a las torres gemelas en Nueva York, en septiembre del 2001.
Esta cifra, difundida a principios de este año por la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Afganistán, conocida como UNAMA por sus siglas en inglés, casualmente coincide con el número de dominicanos convertidos en víctimas de la violencia que en estos momentos afecta a cada rincón de la geografía nacional.
Una historia publicada precisamente por este diario la semana pasada, mostraba que desde enero del 2011 hasta el primer trimestre de este año, 3,021 personas fueron aniquiladas en circunstancias violentas o como consecuencia directa de algún hecho criminal.
No pretendo lograr una similitud exacta de la magnitud de dos procesos de naturaleza verticalmente opuesta, como son el resultado de la incursión bélica que desarrolla Estados Unidos en Afganistán y las secuelas de la violencia multifactorial que arropa de pies a cabeza nuestro territorio.
Pero mueve a reflexión saber que competimos en muertes violentas con una nación de vocación guerrillera, ampliamente dominada por el movimiento talibán, brazo político-militar fundamentalista del Islam, y con raíces profundas e indescifrables en una población que igual sufre y paga con sus vidas despiadadas embestidas de dos fuerzas en combate.
La semana pasada, el Pentágono informó que el número de soldados estadounidenses muertos en Afganistán ascendió a 2,000, en casi 11 años de guerra. En República Dominicana, el 2011 concluyó con 2,513 homicidios.
En los últimos cinco años, las muertes violentas en nuestro país registran un promedio entre 2,450 y 2,500. Las comparaciones suelen ser odiosas, pero esta realidad, que aturde, perturba y asusta a más de nueve millones de dominicanos, obliga a pensar en serio en cómo revertir estas cifras. Antes de que nos coma el lobo. ¿Escuchó bien, licenciado Medina?
El año pasado, 3,021 civiles perdieron la vida en Afganistán producto de la violencia desatada en ese país, luego de la guerra iniciada por los Estados Unidos para desarticular las células terroristas que planificaron y ejecutaron el ataque a las torres gemelas en Nueva York, en septiembre del 2001.
Esta cifra, difundida a principios de este año por la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Afganistán, conocida como UNAMA por sus siglas en inglés, casualmente coincide con el número de dominicanos convertidos en víctimas de la violencia que en estos momentos afecta a cada rincón de la geografía nacional.
Una historia publicada precisamente por este diario la semana pasada, mostraba que desde enero del 2011 hasta el primer trimestre de este año, 3,021 personas fueron aniquiladas en circunstancias violentas o como consecuencia directa de algún hecho criminal.
No pretendo lograr una similitud exacta de la magnitud de dos procesos de naturaleza verticalmente opuesta, como son el resultado de la incursión bélica que desarrolla Estados Unidos en Afganistán y las secuelas de la violencia multifactorial que arropa de pies a cabeza nuestro territorio.
Pero mueve a reflexión saber que competimos en muertes violentas con una nación de vocación guerrillera, ampliamente dominada por el movimiento talibán, brazo político-militar fundamentalista del Islam, y con raíces profundas e indescifrables en una población que igual sufre y paga con sus vidas despiadadas embestidas de dos fuerzas en combate.
La semana pasada, el Pentágono informó que el número de soldados estadounidenses muertos en Afganistán ascendió a 2,000, en casi 11 años de guerra. En República Dominicana, el 2011 concluyó con 2,513 homicidios.
En los últimos cinco años, las muertes violentas en nuestro país registran un promedio entre 2,450 y 2,500. Las comparaciones suelen ser odiosas, pero esta realidad, que aturde, perturba y asusta a más de nueve millones de dominicanos, obliga a pensar en serio en cómo revertir estas cifras. Antes de que nos coma el lobo. ¿Escuchó bien, licenciado Medina?