Balaguer el enamorado, el seductor, el picaflor...

Por: César Medina

Son incontables, y casi todas inenarrables, las historias románticas, de relaciones furtivas y de amores prohibidos que se tejen en torno a la figura de Balaguer.

Las más pintorescas, curiosas y hasta morbosas, se relacionan con mujeres que nunca le provocaron complicaciones, en su mayoría muchachas humildes que hallaba en su camino, en el trabajo o en su propia casa en esas noches de soledad en que se avispan las hormonas y no hay para dónde coger.

Porque fue “un enamorado a tope”, como dicen los españoles.

Discreto y recatado hombre de pueblo, Balaguer llegó a la capital en los inicios de 1930, arrastrando ya entre los escribidores y poetas de la época una bien ganada fama de seductor... Pero casi siempre a hurtadillas, como quien no quiere la cosa.

Su predilección, decían quienes le conocieron esa disimulada afición por las mujeres, eran “las muchachas fáciles”. O, por lo menos, las que no interfirieran con su eterna soltería.

Sobre todo después de la gran desilusión amorosa de su juventud, que fue Lucía ñ“tan lánguida, tan leve y tan sublime...”ñ musa de su más emblemático poema de amor.

Sin amigos, sin amores...

Balaguer no tuvo nunca intimidad con ningún amigo como para confiarle sus andanzas amorosas, y quienes lo trataron con mayor cercanía fueron sus colaboradores en las funciones públicas que desempeñó.

Pero por donde pasó, dejó una historia de amor. Casi siempre fugaz pero intensa...

“Ay... si las paredes de ese Palacio Nacional hablaran...”, me dijo una vez en una desenfadada entrevista de televisión su amigo y colaborador de 100 años, Ramón Font Bernard.

Porque en asuntos de mujeres, Balaguer no barajaba pleito.

Al Palacio se las llevaban de todos los colores, de todos los tamaños, de todas las razas, de todas las nacionalidades. Y cuando ya viejo y ciego dejó de verlas, se las narraban, se las describían, les hablaba, las tocaba enteras...

Del resto se ocupaba su prodigiosa y fértil imaginación de experto seductor y poeta enamorado.
Font Bernard, pícaro y mordaz, nunca desaprovechó ocasión para describir a Balaguer como “un amante voraz” que por donde pasabaÖ “no volvía a crecer el sexo“.

Como Atila, el rey de los hunos, que por donde pasaba su caballo no volvía a crecer la yerba.

Delicado, galante

Balaguer fue siempre delicado con las mujeres. Les declamaba, las piropeaba, las enternecía con tal delicadeza que era capaz de dejarlas rendidas con su ternura.
Para él la vulgaridad no existió nunca. Menos en el amor.

Algunas que hoy se atreven a contarlo, dicen que a Balaguer obviamente las acercó su poder omnímodo... Pero una vez a su lado, la delicadeza de aquel anciano venerable, romántico y poeta, fino y delicado, las derretía como barra de mantequilla cerca del fuego...

Y casi todas querían volver y volver y volver... Y no necesariamente a buscar lo que siempre se llevaban.

Para nadie es un secreto que Balaguer privilegió siempre a algunas damas de su cercanía, incluso en sus últimos años, ya nonagenario y con todas sus posibilidades físicas menguadas.

¿Cuántas mujeres pasaron por su vida? Nadie lo sabrá nunca. Pero muchas...
Mas, ninguna como Lucía, su eterna enamorada. Su amor de toda la vida...

...Es su piel/ Que parece cuando oprime/ Que no tiene/ más peso que una flor/...De una flor/ Debió de haber nacido...

¡Cuánta belleza junta...! Y uno sin talento.
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