El error de Carlos: cuando Texas ejecutó a un inocente
(Foto: Carlos DeLuna (izq.), ejecutado en 1989, y Carlos Hernández.)
ELMUNDO.es | Madrid
Hace seis años uno de los nueve magistrados que conforman la Corte Suprema de EEUU, Antonin Scalia, defensor a ultranza de la pena de muerte aseguró que no había "ni un sólo caso en el que una persona fuera ejecutada por un crimen que no cometió". Hoy parece que afirmación es mentira.
El 4 de febrero de 1983 Carlos DeLuna era arrestado acusado del asesinato de Wanda López. Fue juzgado, condenado a muerte y ejecutado seis años después del juicio. Este lunes Columbia Human Rights Law Review (HRLR) desmonta el caso de Carlos y demuestra en un minucioso documento publicado en su revista que Texas ejecutó a un inocente.
Bajo el título 'Los Tocayos Carlos: Anatomía de una ejecución injusta', el profesor James Liebman y 12 estudiantes de la Universidad de Columbia desgranan paso a paso cada parte del caso, desmontando todas ellas y llegando a la conclusión de que Carlos era inocente.
La escena del crimen, la cobertura en prensa y televisión, las grabaciones con los interrogatorios a Carlos o la aplicación de las leyes en el Estado de Texas son algunas de las partes en las que dividen su investigación.
Esta trágica historia comienza el 4 de febrero de 1983, cuando Wanda López, una pobre madre soltera hispana, fue apuñalada hasta la muerte con un cuchillo de caza mientras trabajaba en la tienda de una gasolinera de la localidad texana de Corpus Christi.
Las puñaladas le atravesaron el pulmón izquierdo y la joven murió desangrada en cuestión de minutos. A Wanda le dio tiempo a llamar la policía y denunciar un robo que más tarde se convertiría en un crimen. "¿Pueden enviar a un agente al 2.602 Drive South Padre Island? Tengo un sospechoso con un cuchillo dentro de la tienda... Él es un mexicano. Él está de pie aquí mismo, en el mostrador", fue la grabación de la llamada de la joven.
La declaración de un testigo que describió a Carlos DeLuna como el asesino de Wanda López llevaron a su detención menos de una hora después de la muerte de Wanda. Un testigo que 20 años después no estaba tan seguro de su identificación ya que "me cuesta identificar a los hispanos".
Desde su arresto y hasta los últimos momentos antes de que le ejecutaran con la inyección letal DeLuna mantuvo su inocencia, e incluso, dio el nombre de quién realmente fue el asesino de Wanda: Carlos Hernández.
El fiscal ridiculizó la defensa
El gran parecido físico de ambos, que se conocieran, que hubieran estado juntos aquella noche llevaron a la confusión que le costó la vida a DeLuna. De hecho, incluso el abogado de Hernández confundió en una ocasión a uno con otro.
Durante el juicio Carlos DeLuna le dijo al jurado que el día del asesinato se encontraba con Hernández, a quien conocía desde hace 5 años. Los dos hombres, que vivían en la ciudad sureña de Corpus Christi, se pararon en un bar. Mientras estaban allí, Hernández se acercó a una estación de gasolina para comprar algo, y cuando DeLuna vio que no regresaba se acercó a ver lo que estaba pasando.
Carlos describió al jurado que al asomarse vio a Hernández peleando con una joven detrás del mostrador. Que tuvo miedo y echó a correr. El historial de DeLuna no estaba limpio ya que tenía algunos delitos sexuales y tuvo miedo de meterse en problemas.
Cuando oyó las sirenas de los coches de policía sonando hacia la gasolinera le entró el pánico y se escondió debajo de una camioneta pick-up, donde, 40 minutos después del crimen, fue detenido.
Los abogados de DeLuna basaron su defensa en apuntar que Carlos Hernández era el asesino. Sin embargo, los fiscales ridiculizaron esta posibilidad. Se llegó a la conclusión de que Hernández era un invento, un "fantasma" que simplemente no existía. El fiscal jefe llegó incluso a asegurar que Hernández era un "producto de la imaginación DeLuna".
DeLuna presentó varias apelaciones, pero ninguna le libró de la ejecución. "Pase lo que pase que sepáis que yo no cometí el asesinato", le repetía Carlos a su hermana Rose en cada visita al corredor de la muerte.
"En su corazón", dijo Rose, Carlos "aceptó que iba a ser ejecutado. Que iba a estar bien". Rose creyó que Carlos había encontrado un poco de paz. "Sabía que había sido perdonado".
"Quizás algún día la verdad saldrá a la luz", dijo en una entrevista a la televisión desde detrás de un cristal reforzado días antes de su muerte.
El profesor Liebman comenzó a investigar el caso cuatro años después de que Carlos fuera ejecutado y en poco tiempo descubrió que Carlos Hernández sí existía. Con la ayuda de sus estudiantes configuró el perfil de un alcohólico, con una historia de violencia tras de sí y que siempre estaba en compañía de su compañero de confianza: un cuchillo de caza.
Con los años fue arrestado 39 veces, 13 de ellas por portar un cuchillo, y pasó toda su vida adulta en libertad condicional. Sin embargo, casi nunca fue condenado a prisión por sus crímenes, algo que no parece casual y que Liebman cree que se debió a que fue utilizado como un informante de la policía.
En octubre de 1989, apenas dos meses antes de que DeLuna fuera ejecutado, Hernández fue sentenciado a 10 años de prisión por intentar matar con un cuchillo a otra mujer llamada Dina Ybáñez. Aún así, nadie pensó en alertar a los tribunales ni al estado de Texas para reabrir el caso de DeLuna.
Hernández confesó en muchas ocasiones haber matado a Wanda López, bromeando con amigos y familiares sobre que su "tocayo" había pagado el pato. Las pruebas que no se tomaron, como restos de ADN, de sangre o huellas también impidieron involucrar a otra persona en el crimen. Todo lo que pudo salir mal salió mal.
Ahora 28 años después Liebman espera que su trabajo aliente a los estadounidenses a pensar más profundamente sobre la pena de muerte.
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Hace seis años uno de los nueve magistrados que conforman la Corte Suprema de EEUU, Antonin Scalia, defensor a ultranza de la pena de muerte aseguró que no había "ni un sólo caso en el que una persona fuera ejecutada por un crimen que no cometió". Hoy parece que afirmación es mentira.
El 4 de febrero de 1983 Carlos DeLuna era arrestado acusado del asesinato de Wanda López. Fue juzgado, condenado a muerte y ejecutado seis años después del juicio. Este lunes Columbia Human Rights Law Review (HRLR) desmonta el caso de Carlos y demuestra en un minucioso documento publicado en su revista que Texas ejecutó a un inocente.
Bajo el título 'Los Tocayos Carlos: Anatomía de una ejecución injusta', el profesor James Liebman y 12 estudiantes de la Universidad de Columbia desgranan paso a paso cada parte del caso, desmontando todas ellas y llegando a la conclusión de que Carlos era inocente.
La escena del crimen, la cobertura en prensa y televisión, las grabaciones con los interrogatorios a Carlos o la aplicación de las leyes en el Estado de Texas son algunas de las partes en las que dividen su investigación.
Esta trágica historia comienza el 4 de febrero de 1983, cuando Wanda López, una pobre madre soltera hispana, fue apuñalada hasta la muerte con un cuchillo de caza mientras trabajaba en la tienda de una gasolinera de la localidad texana de Corpus Christi.
Las puñaladas le atravesaron el pulmón izquierdo y la joven murió desangrada en cuestión de minutos. A Wanda le dio tiempo a llamar la policía y denunciar un robo que más tarde se convertiría en un crimen. "¿Pueden enviar a un agente al 2.602 Drive South Padre Island? Tengo un sospechoso con un cuchillo dentro de la tienda... Él es un mexicano. Él está de pie aquí mismo, en el mostrador", fue la grabación de la llamada de la joven.
La declaración de un testigo que describió a Carlos DeLuna como el asesino de Wanda López llevaron a su detención menos de una hora después de la muerte de Wanda. Un testigo que 20 años después no estaba tan seguro de su identificación ya que "me cuesta identificar a los hispanos".
Desde su arresto y hasta los últimos momentos antes de que le ejecutaran con la inyección letal DeLuna mantuvo su inocencia, e incluso, dio el nombre de quién realmente fue el asesino de Wanda: Carlos Hernández.
El fiscal ridiculizó la defensa
El gran parecido físico de ambos, que se conocieran, que hubieran estado juntos aquella noche llevaron a la confusión que le costó la vida a DeLuna. De hecho, incluso el abogado de Hernández confundió en una ocasión a uno con otro.
Durante el juicio Carlos DeLuna le dijo al jurado que el día del asesinato se encontraba con Hernández, a quien conocía desde hace 5 años. Los dos hombres, que vivían en la ciudad sureña de Corpus Christi, se pararon en un bar. Mientras estaban allí, Hernández se acercó a una estación de gasolina para comprar algo, y cuando DeLuna vio que no regresaba se acercó a ver lo que estaba pasando.
Carlos describió al jurado que al asomarse vio a Hernández peleando con una joven detrás del mostrador. Que tuvo miedo y echó a correr. El historial de DeLuna no estaba limpio ya que tenía algunos delitos sexuales y tuvo miedo de meterse en problemas.
Cuando oyó las sirenas de los coches de policía sonando hacia la gasolinera le entró el pánico y se escondió debajo de una camioneta pick-up, donde, 40 minutos después del crimen, fue detenido.
Los abogados de DeLuna basaron su defensa en apuntar que Carlos Hernández era el asesino. Sin embargo, los fiscales ridiculizaron esta posibilidad. Se llegó a la conclusión de que Hernández era un invento, un "fantasma" que simplemente no existía. El fiscal jefe llegó incluso a asegurar que Hernández era un "producto de la imaginación DeLuna".
DeLuna presentó varias apelaciones, pero ninguna le libró de la ejecución. "Pase lo que pase que sepáis que yo no cometí el asesinato", le repetía Carlos a su hermana Rose en cada visita al corredor de la muerte.
"En su corazón", dijo Rose, Carlos "aceptó que iba a ser ejecutado. Que iba a estar bien". Rose creyó que Carlos había encontrado un poco de paz. "Sabía que había sido perdonado".
"Quizás algún día la verdad saldrá a la luz", dijo en una entrevista a la televisión desde detrás de un cristal reforzado días antes de su muerte.
El profesor Liebman comenzó a investigar el caso cuatro años después de que Carlos fuera ejecutado y en poco tiempo descubrió que Carlos Hernández sí existía. Con la ayuda de sus estudiantes configuró el perfil de un alcohólico, con una historia de violencia tras de sí y que siempre estaba en compañía de su compañero de confianza: un cuchillo de caza.
Con los años fue arrestado 39 veces, 13 de ellas por portar un cuchillo, y pasó toda su vida adulta en libertad condicional. Sin embargo, casi nunca fue condenado a prisión por sus crímenes, algo que no parece casual y que Liebman cree que se debió a que fue utilizado como un informante de la policía.
En octubre de 1989, apenas dos meses antes de que DeLuna fuera ejecutado, Hernández fue sentenciado a 10 años de prisión por intentar matar con un cuchillo a otra mujer llamada Dina Ybáñez. Aún así, nadie pensó en alertar a los tribunales ni al estado de Texas para reabrir el caso de DeLuna.
Hernández confesó en muchas ocasiones haber matado a Wanda López, bromeando con amigos y familiares sobre que su "tocayo" había pagado el pato. Las pruebas que no se tomaron, como restos de ADN, de sangre o huellas también impidieron involucrar a otra persona en el crimen. Todo lo que pudo salir mal salió mal.
Ahora 28 años después Liebman espera que su trabajo aliente a los estadounidenses a pensar más profundamente sobre la pena de muerte.