Casandra y Luis Rivera
Su ángel maravilloso de mujer encantadora y vivaz llena a plenitud un amplio espacio de la memoria colectiva de los dominicanos que tuvieron la dicha de exponerse a su arte. Como voz romántica y folklórica, bailadora y coreógrafa, productora y animadora cultural multifacética. Estelar de la radio y la televisión. Innovadora y renovadora. Mujer brava que ponía a cualquiera "en su puesto".
Decidida y solidaria, siempre presta a entroncar con las nuevas generaciones. Compañera inseparable del consagrado músico y compositor Luis Rivera (1901-86), un hombre que "no era de este mundo" como nos dijera con dejo de nostalgia Papito Moreta Damirón matizando el perfil de personalidad del diestro arreglista de la orquesta del maestro Ernesto Lecuona. Un reputado director de bandas militares y orquestas bailables, autor de música culta (Rapsodia Dominicana), de cuyas canciones y boleros ella fue esmerada intérprete, como lo fueran también los admirados Arístides Incháustegui e Ivonne Haza.
Entre esas composiciones de Rivera destacan Dulce serenidad, Por qué dudas, Has vuelto a mí, Vida, Rosas para ti,
Eres todo en mi vida, Reina, Llegaste, Noche tropical. Piezas en cuya lírica se cuela el fervor sentimental de este músico disciplinado y sereno por la joven belleza barahonera, quien lo encandilara en los salones risueños del emblemático Club de la Juventud donde Rivera amenizaba junto a la orquesta Antilla, convirtiéndolo en su preceptor musical y compañero de vida.
Emparentado Rivera González con mi familia del Castillo Rodríguez por vía de los González, mismos del entrañable Manuel Rueda, el querido "Viejote". En el hogar familiar de la Benigno del Castillo encabezado por Mamacita -una matriarca inteligente y bondadosa, inspirada poeta-, residió en los 40 nuestro compositor, cuando compartía el piano casero con el violinista de la Sinfónica José Defilló, padre del primo Cuqui, el atildado cantor de boleros de Rahintel y Morel.
Eran tiempos formativos aquellos 40 en los que ambos ensayaban en el Ateneo Dominicano, sito donde hoy funciona el hotel Mercure. De incursiones iniciales en la Hora Selecta de la emisora HIG en la que actuaba Rivera, quien la acompañaba al piano. Su nombre ya se reseñaba en la prensa de mediados de los 40 por sus presentaciones radiofónicas, cuando igual aparecía en el Café Ariete otro grande de la canción romántica, Lope Balaguer, junto a la Súper Orquesta San José conducida por el pianista y compositor cubano Julio Gutiérrez.
En ese mismo establecimiento legendario de la calle El Conde cantaba boleros una esbelta y hermosa jovencita. Era Casandra, flor del Sur, quien llegó a la capital para conquistar el corazón del público con su arte. Mi madre Fefita -quien le llevaba cuatro años y le sobrevivió veinticuatro- me relataba que acudía allí los sábados a bailar con mi padre, donde la conoció recién llegada de Barahona.
"José, Casandra era muy bonita, con una figurita bien formada, una piel sedosa, larga cabellera negra, unos ojazos vivaces, nariz respingada y una sonrisa radiante. Muy apuesta y desenvuelta en el escenario. Los caballeros y las damas se quedaron prendados de ella tan pronto la vieron actuar. Yo siempre la admiré como una gran mujer y artista. Valiente y batalladora. Un verdadero valor."
Con esa gracia salpimentosa que Dios le dio, Casandra cantó también los merengues y salves de Rivera. Integró a su repertorio aires folklóricos sureños recogidos y reelaborados por Luis Kalaff y Bienvenido Brens en su peregrinar por los caminos polvorientos de la patria junto al poeta Héctor J. Díaz. Se nutrió del talento autoral de tantos buenos compositores fraguados en la matriz cultural que fue La Voz Dominicana. Se dejó seducir por la lírica encendida de Lara
-la misma que embrujó a su Luis en el primer encuentro flechador: "Cuando vuelvas/nuestro huerto tendrá rosas,/estará en la primavera/ floreciendo para ti"- y la poesía descarnada de la inmensa Consuelo Velázquez con su Verdad Amarga.
Aquella que confiesa ante el amor imposible: "Yo tengo que decirte la verdad/ aunque me parta el alma/No quiero que después me juzgues mal/por pretender callarla". Y así con un amplio elenco de compositores latinoamericanos, como Rafael Hernández y su Campanitas de cristal.
Casandra fue lo que en inglés se denomina un carácter y en español todo un personaje inolvidable. Dotada de una dulce y recia personalidad, ella encarnó valores distintivos de la mujer dominicana en su plenitud: hacendosa, emprendedora, peleadora de causas justas y amante de su entorno familiar. Amiga a carta cabal. Su ciclo vital cubre toda una época de evolución del arte popular.
Creció en ambiente musical, donde el padre tocaba el violín y otros familiares el piano. Su afición por el canto se evidenció en la iglesia, la escuela y en actividades teatrales. Una visita a la capital, compartiendo con su tío el escritor costumbrista Rafael Damirón, marcaría un giro radical en su vida, al conocer en el Club Antillas (luego Club de la Juventud) a Luis Rivera, quien regresaba de La Habana tras una activa y exitosa carrera.
Junto a las ya referidas presentaciones radiales y en el Ariete, ingresaría con Rivera a partir de 1945 al ambiente de La Voz del Yuna en Bonao, él como director de la San José y ella como vocalista. Inicio de una vinculación que dejaría estampado su sello en La Voz Dominicana, de la cual la cantante fue uno de sus íconos. En la Villa de las Hortensias se relacionó con otros artistas como Gabriel del Orbe, Lope Balaguer, Esther Borja, Nicolás Casimiro, Olga Chorens, participando junto a ellos y la orquesta San José en presentaciones teatrales como la efectuada en el Capitolio en abril del 46.
Su desarrollo fue consistente, actuando en San Juan de Puerto Rico, La Habana, Caracas, en radiodifusoras del prestigio de la CMQ y Radio Caracas, plantas televisoras, clubes nocturnos, cosechando reconocimientos. Su simpatía le granjeó el respeto y la admiración de sus colegas del espectáculo.
Entre sus éxitos se cuentan temas como Sin fe de Bobby Capó, Cosita linda y Maldición gitana del músico panameño Avelino Muñoz, quien dirigiera la San José y en México la orquesta de Mario Ruíz Armengol.
Su grácil estampa se recuerda en la programación diaria de La Voz Dominicana, con vestidos estilizados ajustados, su larga cabellera, gesticulación natural sin afectaciones y un timbre grave, cantando boleros con cierto dejo de misterio:
"Por qué dudas/ que esa noche nació para mí/el romance/ que me haría volver a vivir/ Cuando muertos mis sueños/ me diste un minuto de ti/ y tu boca borró la amargura/ que había en mi existir/ Pero nunca/ tú has querido acordarte de mí/ Y mi vida/ se ha perdido en la soledad/ La inclemencia de mi padecer/ La inclemencia de mi adversidad/ Vuelve un día/ a traerme la felicidad". Por qué dudas de Luis Rivera, con acompañamiento de la Súper Orquesta San José.
Cuánta sensibilidad poética sin rebuscamiento hay en este bolero, que se columpia suavemente en los vaivenes de un arreglo orquestal exquisito.
Otra estampa fresca que ha quedado registrada en la pantalla chica es la de Casandra con ropa más suelta, falda ancha con plisados y zapatillas, bailando y cantando salves, mangulinas, merengues y otros géneros del folklore: "Cumandé pa'quí/ Cumandé pa'llá". Para la Feria de la Paz de 1955 organizó un grupo de jóvenes bailadores -entre ellos Maximito Rodríguez y Nandy Rivas, quienes todavía la recuerdan con gratitud- para presentar coreografías de los bailes tradicionales dominicanos en el Teatro Agua y Luz, así como en el Embassy Club del Hotel Embajador.
Esa pasión por lo nuestro y sus raíces la llevó a proyectar un espectáculo dramático, musical y danzante -La muerte de Mandé-, con la idea de montarlo en el Teatro Nacional. El amigo Reginaldo Atanay la evoca en Nueva York, en casa de su hermana Quisqueya, "hablando de asuntos místicos, de lo artístico folklórico y del espectáculo que pensaba montar. Y cuando hablaba de eso, Casandra no pudo contener su impulso, se levantó del asiento, al tiempo que cantaba: 'ya mataron a Mandé, Mandé, Mandé...' al tiempo que lo bailaba".
Esa vitalidad característica le permitió hacer química perfecta con Luis José Mella y su grupo músico coral, desarrollando jornadas memorables en el arte popular durante la última etapa de su vida activa. Le dio impulso como productora de televisión y con Freddy Beras Goico -emblema de la TV y nuestra máxima figura del humorismo- hizo empatía en sus programas y en las peñas de artistas y curiosos que nucleaba en torno suyo. Ya en su residencia de la José Contreras, ya en la morada acogedora de personajes de leyenda como Salvador Sturla, junto a Papito Rivera, Babín Echavarría y Manuel Sánchez Acosta.
Sus hijos Papito, Checheo y Luisita -en adición a los consabidos reconocimientos que ya enaltecen la obra de la artista, entre ellos los afamados premios Casandra- acaban de lanzar en las Casas Reales una iniciativa de rescate de su presencia en los registros fonográficos. Proyecto de la Fundación Casandra Damirón con el respaldo de Cultura, un primer CD recoge un set de quince grabaciones inéditas realizadas en La Voz Dominicana en la década del 50, con composiciones de Luis Rivera y respaldo musical de su formidable plataforma orquestal.
Experiencia inolvidable exponerse a la audición de estas piezas exquisitas arregladas en la voz de ensueño de Casandra.
Para quien como yo cuajó su educación musical en esa escuela de cultura popular, es como comprar un boleto de viaje a un pasado mágico que aun podemos recrear reconstruyendo referentes. Mientras circulo en mi vehículo -atrapado entre tapones de la ciudad congestionada- escucho la obra de Rivera plasmada por Casandra y los duendes musicales de La Voz Dominicana. Y la mente se me escapa al celuloide virtual. Veo entonces, como Woody Allen en Radio's Days, desfilar un pasado que todavía nos atrapa el alma.
Decidida y solidaria, siempre presta a entroncar con las nuevas generaciones. Compañera inseparable del consagrado músico y compositor Luis Rivera (1901-86), un hombre que "no era de este mundo" como nos dijera con dejo de nostalgia Papito Moreta Damirón matizando el perfil de personalidad del diestro arreglista de la orquesta del maestro Ernesto Lecuona. Un reputado director de bandas militares y orquestas bailables, autor de música culta (Rapsodia Dominicana), de cuyas canciones y boleros ella fue esmerada intérprete, como lo fueran también los admirados Arístides Incháustegui e Ivonne Haza.
Entre esas composiciones de Rivera destacan Dulce serenidad, Por qué dudas, Has vuelto a mí, Vida, Rosas para ti,
Eres todo en mi vida, Reina, Llegaste, Noche tropical. Piezas en cuya lírica se cuela el fervor sentimental de este músico disciplinado y sereno por la joven belleza barahonera, quien lo encandilara en los salones risueños del emblemático Club de la Juventud donde Rivera amenizaba junto a la orquesta Antilla, convirtiéndolo en su preceptor musical y compañero de vida.
Emparentado Rivera González con mi familia del Castillo Rodríguez por vía de los González, mismos del entrañable Manuel Rueda, el querido "Viejote". En el hogar familiar de la Benigno del Castillo encabezado por Mamacita -una matriarca inteligente y bondadosa, inspirada poeta-, residió en los 40 nuestro compositor, cuando compartía el piano casero con el violinista de la Sinfónica José Defilló, padre del primo Cuqui, el atildado cantor de boleros de Rahintel y Morel.
Eran tiempos formativos aquellos 40 en los que ambos ensayaban en el Ateneo Dominicano, sito donde hoy funciona el hotel Mercure. De incursiones iniciales en la Hora Selecta de la emisora HIG en la que actuaba Rivera, quien la acompañaba al piano. Su nombre ya se reseñaba en la prensa de mediados de los 40 por sus presentaciones radiofónicas, cuando igual aparecía en el Café Ariete otro grande de la canción romántica, Lope Balaguer, junto a la Súper Orquesta San José conducida por el pianista y compositor cubano Julio Gutiérrez.
En ese mismo establecimiento legendario de la calle El Conde cantaba boleros una esbelta y hermosa jovencita. Era Casandra, flor del Sur, quien llegó a la capital para conquistar el corazón del público con su arte. Mi madre Fefita -quien le llevaba cuatro años y le sobrevivió veinticuatro- me relataba que acudía allí los sábados a bailar con mi padre, donde la conoció recién llegada de Barahona.
"José, Casandra era muy bonita, con una figurita bien formada, una piel sedosa, larga cabellera negra, unos ojazos vivaces, nariz respingada y una sonrisa radiante. Muy apuesta y desenvuelta en el escenario. Los caballeros y las damas se quedaron prendados de ella tan pronto la vieron actuar. Yo siempre la admiré como una gran mujer y artista. Valiente y batalladora. Un verdadero valor."
Con esa gracia salpimentosa que Dios le dio, Casandra cantó también los merengues y salves de Rivera. Integró a su repertorio aires folklóricos sureños recogidos y reelaborados por Luis Kalaff y Bienvenido Brens en su peregrinar por los caminos polvorientos de la patria junto al poeta Héctor J. Díaz. Se nutrió del talento autoral de tantos buenos compositores fraguados en la matriz cultural que fue La Voz Dominicana. Se dejó seducir por la lírica encendida de Lara
-la misma que embrujó a su Luis en el primer encuentro flechador: "Cuando vuelvas/nuestro huerto tendrá rosas,/estará en la primavera/ floreciendo para ti"- y la poesía descarnada de la inmensa Consuelo Velázquez con su Verdad Amarga.
Aquella que confiesa ante el amor imposible: "Yo tengo que decirte la verdad/ aunque me parta el alma/No quiero que después me juzgues mal/por pretender callarla". Y así con un amplio elenco de compositores latinoamericanos, como Rafael Hernández y su Campanitas de cristal.
Casandra fue lo que en inglés se denomina un carácter y en español todo un personaje inolvidable. Dotada de una dulce y recia personalidad, ella encarnó valores distintivos de la mujer dominicana en su plenitud: hacendosa, emprendedora, peleadora de causas justas y amante de su entorno familiar. Amiga a carta cabal. Su ciclo vital cubre toda una época de evolución del arte popular.
Creció en ambiente musical, donde el padre tocaba el violín y otros familiares el piano. Su afición por el canto se evidenció en la iglesia, la escuela y en actividades teatrales. Una visita a la capital, compartiendo con su tío el escritor costumbrista Rafael Damirón, marcaría un giro radical en su vida, al conocer en el Club Antillas (luego Club de la Juventud) a Luis Rivera, quien regresaba de La Habana tras una activa y exitosa carrera.
Junto a las ya referidas presentaciones radiales y en el Ariete, ingresaría con Rivera a partir de 1945 al ambiente de La Voz del Yuna en Bonao, él como director de la San José y ella como vocalista. Inicio de una vinculación que dejaría estampado su sello en La Voz Dominicana, de la cual la cantante fue uno de sus íconos. En la Villa de las Hortensias se relacionó con otros artistas como Gabriel del Orbe, Lope Balaguer, Esther Borja, Nicolás Casimiro, Olga Chorens, participando junto a ellos y la orquesta San José en presentaciones teatrales como la efectuada en el Capitolio en abril del 46.
Su desarrollo fue consistente, actuando en San Juan de Puerto Rico, La Habana, Caracas, en radiodifusoras del prestigio de la CMQ y Radio Caracas, plantas televisoras, clubes nocturnos, cosechando reconocimientos. Su simpatía le granjeó el respeto y la admiración de sus colegas del espectáculo.
Entre sus éxitos se cuentan temas como Sin fe de Bobby Capó, Cosita linda y Maldición gitana del músico panameño Avelino Muñoz, quien dirigiera la San José y en México la orquesta de Mario Ruíz Armengol.
Su grácil estampa se recuerda en la programación diaria de La Voz Dominicana, con vestidos estilizados ajustados, su larga cabellera, gesticulación natural sin afectaciones y un timbre grave, cantando boleros con cierto dejo de misterio:
"Por qué dudas/ que esa noche nació para mí/el romance/ que me haría volver a vivir/ Cuando muertos mis sueños/ me diste un minuto de ti/ y tu boca borró la amargura/ que había en mi existir/ Pero nunca/ tú has querido acordarte de mí/ Y mi vida/ se ha perdido en la soledad/ La inclemencia de mi padecer/ La inclemencia de mi adversidad/ Vuelve un día/ a traerme la felicidad". Por qué dudas de Luis Rivera, con acompañamiento de la Súper Orquesta San José.
Cuánta sensibilidad poética sin rebuscamiento hay en este bolero, que se columpia suavemente en los vaivenes de un arreglo orquestal exquisito.
Otra estampa fresca que ha quedado registrada en la pantalla chica es la de Casandra con ropa más suelta, falda ancha con plisados y zapatillas, bailando y cantando salves, mangulinas, merengues y otros géneros del folklore: "Cumandé pa'quí/ Cumandé pa'llá". Para la Feria de la Paz de 1955 organizó un grupo de jóvenes bailadores -entre ellos Maximito Rodríguez y Nandy Rivas, quienes todavía la recuerdan con gratitud- para presentar coreografías de los bailes tradicionales dominicanos en el Teatro Agua y Luz, así como en el Embassy Club del Hotel Embajador.
Esa pasión por lo nuestro y sus raíces la llevó a proyectar un espectáculo dramático, musical y danzante -La muerte de Mandé-, con la idea de montarlo en el Teatro Nacional. El amigo Reginaldo Atanay la evoca en Nueva York, en casa de su hermana Quisqueya, "hablando de asuntos místicos, de lo artístico folklórico y del espectáculo que pensaba montar. Y cuando hablaba de eso, Casandra no pudo contener su impulso, se levantó del asiento, al tiempo que cantaba: 'ya mataron a Mandé, Mandé, Mandé...' al tiempo que lo bailaba".
Esa vitalidad característica le permitió hacer química perfecta con Luis José Mella y su grupo músico coral, desarrollando jornadas memorables en el arte popular durante la última etapa de su vida activa. Le dio impulso como productora de televisión y con Freddy Beras Goico -emblema de la TV y nuestra máxima figura del humorismo- hizo empatía en sus programas y en las peñas de artistas y curiosos que nucleaba en torno suyo. Ya en su residencia de la José Contreras, ya en la morada acogedora de personajes de leyenda como Salvador Sturla, junto a Papito Rivera, Babín Echavarría y Manuel Sánchez Acosta.
Sus hijos Papito, Checheo y Luisita -en adición a los consabidos reconocimientos que ya enaltecen la obra de la artista, entre ellos los afamados premios Casandra- acaban de lanzar en las Casas Reales una iniciativa de rescate de su presencia en los registros fonográficos. Proyecto de la Fundación Casandra Damirón con el respaldo de Cultura, un primer CD recoge un set de quince grabaciones inéditas realizadas en La Voz Dominicana en la década del 50, con composiciones de Luis Rivera y respaldo musical de su formidable plataforma orquestal.
Experiencia inolvidable exponerse a la audición de estas piezas exquisitas arregladas en la voz de ensueño de Casandra.
Para quien como yo cuajó su educación musical en esa escuela de cultura popular, es como comprar un boleto de viaje a un pasado mágico que aun podemos recrear reconstruyendo referentes. Mientras circulo en mi vehículo -atrapado entre tapones de la ciudad congestionada- escucho la obra de Rivera plasmada por Casandra y los duendes musicales de La Voz Dominicana. Y la mente se me escapa al celuloide virtual. Veo entonces, como Woody Allen en Radio's Days, desfilar un pasado que todavía nos atrapa el alma.