Tragedia del Titanic aún genera fascinación
Los naufragios y desastres marítimos siempre han cautivado la imaginación del público, pero ninguno como este trasatlántico, que se hundió hace 100 años
En esta fotografía del 10 de abril de 1912 se observa al trasatlántico Titanic cuando zarpa de Southampton, Inglaterra, antes de su viaje inaugural a Nueva York.
Hace 100 años del hundimiento del Titanic, que zarpó del puerto inglés de Southampton con destino Nueva York. A bordo, 953 pasajeros y 889 miembros de la tripulación. Era el mayor trasatlántico jamás construido. Con sus 16 compartimentos herméticos, se consideraba seguro y fiable. A los mandos, el capitán Edward Smith, apodado “el capitán de los millonarios”. Los 750 pasajeros de primera clase habían pagado el equivalente a 1,700 euros. El billete de lujo costaba 49,000. Los emigrantes de tercera clase habían pagado entre 170 y 450 euros.
En este viaje inaugural, el Titanic hizo escala en Cherburgo, Francia, donde embarcaron 274 pasajeros. Y después, en Cobh, llamado entonces Queenstown, algo más de un centenar de emigrantes completaron el pasaje. Tras recorrer unas 1,500 millas marinas, el 14 de abril, el Titanic recibe múltiples mensajes de otros barcos que le advierten del peligro de icebergs. Cerca de la medianoche, el vigía hizo sonar la campana de alerta… pero era demasiado tarde: la nave roza un iceberg. En 2 horas y 20 minutos el Titanic se hunde en las gélidas aguas del Atlántico Norte, a -2ºC. Pese a los SOS recibidos por los barcos de los alrededores, murieron 1,517 personas, porque no había botes salvavidas para todos.
Cuatro barcos que acudieron desde Halifax rescataron 328 cuerpos. Y el Carpathia, un trasatlántico británico, recoge a los 711 supervivientes y los lleva a Nueva York. El 76% de la tripulación falleció en el naufragio. De los 710 pasajeros de tercera clase sólo sobrevivieron 174. La catástrofe del Titanic sirvió para reforzar las normas de seguridad. La más elemental: cada pasajero debe tener una plaza en los botes salvavidas. El pecio del mítico trasatlántico se descubrió en 1985, a 600 kilómetros de Terranova, a 3,800 metros de profundidad.
Fascinación
Los naufragios y desastres marítimos siempre han cautivado la imaginación del público, pero ninguno más que el de estel lujoso transatlántico. Los relatos de amor y heroísmo conocidos tras el naufragio generaron una leyenda fascinante que aún no da señales de acabarse.
Algunas de las personas más ricas del mundo embarcaron en Francia, algunas de las personas más pobres lo hicieron en Irlanda, y sobrevivió una mezcla. El resultado fue una extraordinaria variedad de historias.
La construcción del Royan Mail Ship (RMS) Titanic como uno de los tres barcos fabricados por la naviera White Star marcó el inicio de una nueva era de opulentos viajes por mar.
El barco ofrecía los mejores camarotes para los pasajeros de primera clase, como los que ocupaban los distinguidos neoyorquinos John Jacob Astor IV, su esposa embarazada Madeleine, y Benjamin Guggenheim, en su primer viaje desde Southampton, Inglaterra, hacia Nueva York vía Cherbourg, en Francia, y Queenstown, en Irlanda.
A ellos se les unieron personajes menos famosos como Margaret, conocida ahora como “Molly”, Brown. Su esposo, nacido en Misuri de padres irlandeses y de quien ella estaba separada en el momento del viaje, había ganado su fortuna con la minería. Otras personas viajaban en camarotes menos lujosos, como Clear Annie Cameron, una empleada doméstica en Londres, de 35 años, quien buscaba mejores oportunidades en Estados Unidos. Para muchos, la separación de clase y riqueza terminó cuando el Titanic se hundió bajo las heladas aguas. No hay fotografías de los momentos finales del trasatlántico.
Sin embargo, un libro de la revista Life incluye excepcionales imágenes tomadas por el sacerdote católico irlandés Frank Browne, quien embarcó en Southampton, viajó a Cherbourg y desembarcó en Queenstown, la última escala antes de dirigirse hacia el Atlántico. Tal vez sean las únicas imágenes sobre la vida a bordo del Titanic. El libro también detalla el fatal encuentro con el iceberg, los intentos de obtener ayuda por radio y en última instancia el horror de cientos de pasajeros al darse cuenta de que había pocos botes salvavidas y que al embarcar en ellos mujeres y niños primero muchos de los hombres morirían. Entre ellos se encontraba Isidor Straus, copropietario de los almacenes Macy´s. Su esposa de cuatro décadas, Ida, decidió morir junto a él.
Cientos de pasajeros de los pocos botes salvavidas fueron rescatados por el Carpathia, apenas horas después del hundimiento. Pero demasiados murieron en las heladas aguas del Atlántico.
La sociedad de Nueva York perdió a Astor y Guggenheim, quien según relatos aceptó su suerte vistiendo sus mejores galas mientras fumaba un cigarro y bebía coñac. “Molly” Brown fue reconocida por ayudar en la evacuación, haberse encargado de uno de los remos de su bote salvavidas e intentar volver para buscar sobrevivientes. ¿Y Clear Annie Cameron? La empleada doméstica llegó a Nueva York donde encontró una nueva oportunidad, en su vieja ocupación.
Los héroes latinoamericanos
En la cubierta del Titanic, unos valientes caballeros latinoamericanos eligieron pasar su última noche, la del 14 al 15 de abril de 1912, escucharon los acordes que tocaba la orquesta mientras el lujoso transatlántico se hundía frente a las costas de Terranova.
Entre los más de 2,000 pasajeros que viajaban a bordo del Titanic, figuran varios latinoamericanos, cuatro de ellos de origen español, que murieron haciendo gala de su caballerosidad y valentía.
El mexicano Manuel R. Uruchurtu, el argentino Edgardo Andrew, y los uruguayos Ramón Artagaveytia, Francisco Carrau y José Pedro Carrau, también integran la lista de los latinoamericanos que embarcaron en el “Titanic”.
La Enciclopedia Titánica además registra a la camarera argentina Violeta Jessop, quien logró sobrevivir al naufragio, y a Servando José Florentino Ovies y Rodríguez como cubano pero otras fuentes apuntan que era un asturiano que vivía en La Habana.
La tragedia del viaje inaugural mostró todos los aspectos de la condición humana, desde la más extrema generosidad hasta la mezquindad más deplorable.
Entre los comportamientos ejemplares destaca el del único mexicano que viajaba a bordo: Manuel R. Uruchurtu, de origen vasco, un político nacido en Hermosillo, miembro de una familia pudiente y destacada del noroeste de México.
La noche en la que el Titanic chocó con el iceberg, Manuel Uruchurtu fue subido al bote salvavidas número 11, gracias a su estatus de diputado en visita oficial en Francia. Entonces, - según recuerda en un artículo un pariente suyo, Alejandro Gárate Uruchurtu, miembro de la Sociedad Histórica del Titanic-, apareció la inglesa Elizabeth Ramell Nye, “quien imploró ser incluida en el bote salvavidas, alegando que su esposo e hijo le esperaban en Nueva York”.
Manuel Uruchurtu cedió su lugar a Elizabeth y, a cambio, le pidió que visitara a su familia en Veracruz para contarles su destino. En 1924, Elizabeth cumplió su promesa y viajó a México para encontrarse con la viuda de Uruchurtu. No obstante, tiempo después se descubrió que Elizabeth había mentido ya que ni estaba casada ni tenía ningún hijo, según el artículo de Gárate Uruchurtu.
También tuvo una actitud caballerosa el argentino Edgardo Andrew, oriundo de Río Cuarto, e hijo de ingleses, quien a los 17 años se fue a estudiar a Inglaterra. Un año después, Andrew escribió a su enamorada Josey diciéndole que no la podía esperar en Inglaterra porque se iba a Estados Unidos en el Titanic, según una investigación publicada hace unos años por el diario Clarín.
La premonitoria carta de Edgardo, dice en su tercer párrafo: “Figúrese Josey que me embarco en el vapor más grande del mundo, pero no me encuentro nada orgulloso, pues en estos momentos desearía que el Titanic estuviera sumergido en el fondo del océano”.
Después de que el barco chocará con el iceberg en su cuarto día de navegación, Edgardo salió de su camarote al pasillo y se encontró con Winnie Trout, quien sobrevivió y fue una voz fundamental para los historiadores, según cuenta Clarín.
Belfast recuerda el hundimiento
DUBLÍN. La ciudad de Belfast conmemorará desde hoy el centenario del hundimiento del trasatlántico Titanic, asociado a la capital norirlandesa desde su construcción en los astilleros Harland & Wolff en 1911.
El mítico barco partió del puerto norirlandés el 2 de abril de 1912 con destino a Southampton, la ciudad inglesa desde donde inició su travesía hacia Nueva York, interrumpida en la madrugada del 15 de abril de 1912 tras chocar contra un iceberg frente a las costas de Terranova. Durante años, Belfast ha tratado de evitar el recuerdo del desastre pero, un siglo después, la capital muestra con orgullo su pasado trágico.
Las autoridades locales han diseñado un programa de eventos que mezcla actos solemnes con un multitudinario concierto al aire libre.
Hoy, la Compañía Operística de Belfast pondrá punto final en la Grand Opera House a una semana de representaciones de “Titanic, el Musical”, una obra premiada en 1997 con cinco premios Tony, los galardones que anualmente concede la comunidad teatral neoyorquina en Broadway. Con una banda sonora compuesta por Maury Yeston y Peter Stone, relata la historia de varios de los pasajeros reales del Titanic en su viaje inaugural.
En esta fotografía del 10 de abril de 1912 se observa al trasatlántico Titanic cuando zarpa de Southampton, Inglaterra, antes de su viaje inaugural a Nueva York.
Hace 100 años del hundimiento del Titanic, que zarpó del puerto inglés de Southampton con destino Nueva York. A bordo, 953 pasajeros y 889 miembros de la tripulación. Era el mayor trasatlántico jamás construido. Con sus 16 compartimentos herméticos, se consideraba seguro y fiable. A los mandos, el capitán Edward Smith, apodado “el capitán de los millonarios”. Los 750 pasajeros de primera clase habían pagado el equivalente a 1,700 euros. El billete de lujo costaba 49,000. Los emigrantes de tercera clase habían pagado entre 170 y 450 euros.
En este viaje inaugural, el Titanic hizo escala en Cherburgo, Francia, donde embarcaron 274 pasajeros. Y después, en Cobh, llamado entonces Queenstown, algo más de un centenar de emigrantes completaron el pasaje. Tras recorrer unas 1,500 millas marinas, el 14 de abril, el Titanic recibe múltiples mensajes de otros barcos que le advierten del peligro de icebergs. Cerca de la medianoche, el vigía hizo sonar la campana de alerta… pero era demasiado tarde: la nave roza un iceberg. En 2 horas y 20 minutos el Titanic se hunde en las gélidas aguas del Atlántico Norte, a -2ºC. Pese a los SOS recibidos por los barcos de los alrededores, murieron 1,517 personas, porque no había botes salvavidas para todos.
Cuatro barcos que acudieron desde Halifax rescataron 328 cuerpos. Y el Carpathia, un trasatlántico británico, recoge a los 711 supervivientes y los lleva a Nueva York. El 76% de la tripulación falleció en el naufragio. De los 710 pasajeros de tercera clase sólo sobrevivieron 174. La catástrofe del Titanic sirvió para reforzar las normas de seguridad. La más elemental: cada pasajero debe tener una plaza en los botes salvavidas. El pecio del mítico trasatlántico se descubrió en 1985, a 600 kilómetros de Terranova, a 3,800 metros de profundidad.
Fascinación
Los naufragios y desastres marítimos siempre han cautivado la imaginación del público, pero ninguno más que el de estel lujoso transatlántico. Los relatos de amor y heroísmo conocidos tras el naufragio generaron una leyenda fascinante que aún no da señales de acabarse.
Algunas de las personas más ricas del mundo embarcaron en Francia, algunas de las personas más pobres lo hicieron en Irlanda, y sobrevivió una mezcla. El resultado fue una extraordinaria variedad de historias.
La construcción del Royan Mail Ship (RMS) Titanic como uno de los tres barcos fabricados por la naviera White Star marcó el inicio de una nueva era de opulentos viajes por mar.
El barco ofrecía los mejores camarotes para los pasajeros de primera clase, como los que ocupaban los distinguidos neoyorquinos John Jacob Astor IV, su esposa embarazada Madeleine, y Benjamin Guggenheim, en su primer viaje desde Southampton, Inglaterra, hacia Nueva York vía Cherbourg, en Francia, y Queenstown, en Irlanda.
A ellos se les unieron personajes menos famosos como Margaret, conocida ahora como “Molly”, Brown. Su esposo, nacido en Misuri de padres irlandeses y de quien ella estaba separada en el momento del viaje, había ganado su fortuna con la minería. Otras personas viajaban en camarotes menos lujosos, como Clear Annie Cameron, una empleada doméstica en Londres, de 35 años, quien buscaba mejores oportunidades en Estados Unidos. Para muchos, la separación de clase y riqueza terminó cuando el Titanic se hundió bajo las heladas aguas. No hay fotografías de los momentos finales del trasatlántico.
Sin embargo, un libro de la revista Life incluye excepcionales imágenes tomadas por el sacerdote católico irlandés Frank Browne, quien embarcó en Southampton, viajó a Cherbourg y desembarcó en Queenstown, la última escala antes de dirigirse hacia el Atlántico. Tal vez sean las únicas imágenes sobre la vida a bordo del Titanic. El libro también detalla el fatal encuentro con el iceberg, los intentos de obtener ayuda por radio y en última instancia el horror de cientos de pasajeros al darse cuenta de que había pocos botes salvavidas y que al embarcar en ellos mujeres y niños primero muchos de los hombres morirían. Entre ellos se encontraba Isidor Straus, copropietario de los almacenes Macy´s. Su esposa de cuatro décadas, Ida, decidió morir junto a él.
Cientos de pasajeros de los pocos botes salvavidas fueron rescatados por el Carpathia, apenas horas después del hundimiento. Pero demasiados murieron en las heladas aguas del Atlántico.
La sociedad de Nueva York perdió a Astor y Guggenheim, quien según relatos aceptó su suerte vistiendo sus mejores galas mientras fumaba un cigarro y bebía coñac. “Molly” Brown fue reconocida por ayudar en la evacuación, haberse encargado de uno de los remos de su bote salvavidas e intentar volver para buscar sobrevivientes. ¿Y Clear Annie Cameron? La empleada doméstica llegó a Nueva York donde encontró una nueva oportunidad, en su vieja ocupación.
Los héroes latinoamericanos
En la cubierta del Titanic, unos valientes caballeros latinoamericanos eligieron pasar su última noche, la del 14 al 15 de abril de 1912, escucharon los acordes que tocaba la orquesta mientras el lujoso transatlántico se hundía frente a las costas de Terranova.
Entre los más de 2,000 pasajeros que viajaban a bordo del Titanic, figuran varios latinoamericanos, cuatro de ellos de origen español, que murieron haciendo gala de su caballerosidad y valentía.
El mexicano Manuel R. Uruchurtu, el argentino Edgardo Andrew, y los uruguayos Ramón Artagaveytia, Francisco Carrau y José Pedro Carrau, también integran la lista de los latinoamericanos que embarcaron en el “Titanic”.
La Enciclopedia Titánica además registra a la camarera argentina Violeta Jessop, quien logró sobrevivir al naufragio, y a Servando José Florentino Ovies y Rodríguez como cubano pero otras fuentes apuntan que era un asturiano que vivía en La Habana.
La tragedia del viaje inaugural mostró todos los aspectos de la condición humana, desde la más extrema generosidad hasta la mezquindad más deplorable.
Entre los comportamientos ejemplares destaca el del único mexicano que viajaba a bordo: Manuel R. Uruchurtu, de origen vasco, un político nacido en Hermosillo, miembro de una familia pudiente y destacada del noroeste de México.
La noche en la que el Titanic chocó con el iceberg, Manuel Uruchurtu fue subido al bote salvavidas número 11, gracias a su estatus de diputado en visita oficial en Francia. Entonces, - según recuerda en un artículo un pariente suyo, Alejandro Gárate Uruchurtu, miembro de la Sociedad Histórica del Titanic-, apareció la inglesa Elizabeth Ramell Nye, “quien imploró ser incluida en el bote salvavidas, alegando que su esposo e hijo le esperaban en Nueva York”.
Manuel Uruchurtu cedió su lugar a Elizabeth y, a cambio, le pidió que visitara a su familia en Veracruz para contarles su destino. En 1924, Elizabeth cumplió su promesa y viajó a México para encontrarse con la viuda de Uruchurtu. No obstante, tiempo después se descubrió que Elizabeth había mentido ya que ni estaba casada ni tenía ningún hijo, según el artículo de Gárate Uruchurtu.
También tuvo una actitud caballerosa el argentino Edgardo Andrew, oriundo de Río Cuarto, e hijo de ingleses, quien a los 17 años se fue a estudiar a Inglaterra. Un año después, Andrew escribió a su enamorada Josey diciéndole que no la podía esperar en Inglaterra porque se iba a Estados Unidos en el Titanic, según una investigación publicada hace unos años por el diario Clarín.
La premonitoria carta de Edgardo, dice en su tercer párrafo: “Figúrese Josey que me embarco en el vapor más grande del mundo, pero no me encuentro nada orgulloso, pues en estos momentos desearía que el Titanic estuviera sumergido en el fondo del océano”.
Después de que el barco chocará con el iceberg en su cuarto día de navegación, Edgardo salió de su camarote al pasillo y se encontró con Winnie Trout, quien sobrevivió y fue una voz fundamental para los historiadores, según cuenta Clarín.
Belfast recuerda el hundimiento
DUBLÍN. La ciudad de Belfast conmemorará desde hoy el centenario del hundimiento del trasatlántico Titanic, asociado a la capital norirlandesa desde su construcción en los astilleros Harland & Wolff en 1911.
El mítico barco partió del puerto norirlandés el 2 de abril de 1912 con destino a Southampton, la ciudad inglesa desde donde inició su travesía hacia Nueva York, interrumpida en la madrugada del 15 de abril de 1912 tras chocar contra un iceberg frente a las costas de Terranova. Durante años, Belfast ha tratado de evitar el recuerdo del desastre pero, un siglo después, la capital muestra con orgullo su pasado trágico.
Las autoridades locales han diseñado un programa de eventos que mezcla actos solemnes con un multitudinario concierto al aire libre.
Hoy, la Compañía Operística de Belfast pondrá punto final en la Grand Opera House a una semana de representaciones de “Titanic, el Musical”, una obra premiada en 1997 con cinco premios Tony, los galardones que anualmente concede la comunidad teatral neoyorquina en Broadway. Con una banda sonora compuesta por Maury Yeston y Peter Stone, relata la historia de varios de los pasajeros reales del Titanic en su viaje inaugural.