Un país en manos infames
Felipe Ciprián, periodista. ciprianfn@hotmail.com
Cuando nos pica tan de cerca la muerte violenta de gente joven y útil a la patria, por más esfuerzo que uno haga, el sentido elemental de responsabilidad nos retrae a pensar cómo se puede frenar esta espiral de crimen, atropello y delincuencia que sobrecoge a República Dominicana.
Es muy difícil lograr detener la violencia individual porque el país carece de una cultura de respeto a la ley y en cambio la gente vive contando, en todo momento, con la majestuosidad de la impunidad.
Todas las leyes, códigos, reglamentaciones y normas establecen que para vivir en sociedad y paz, ellas son iguales para todas las personas que aceptan vivir bajo ese ordenamiento. El respeto del ciudadano a la ley y sus instituciones debe ser tan elemental como la obligación de los funcionarios públicos de cumplirla y hacerla cumplir.
Con las leyes aprobadas que son poco menos que letra muerta, se puede hacer en este país una estiba de veinte kilómetros de altura. No hay absolutamente nada escrito que permita la impunidad ante las infracciones a la ley, pero su práctica se ha vuelto tan común que forma parte de la médula del comportamiento social.
Naturalmente, para disfrutar de impunidad hay que recurrir a uno de los tres pilares fundamentales que le dan sustento: un padrino con poder, una promesa de lealtad política y renunciar a los derechos elementales para que el “político” los administre como dádivas.
Así tenemos un país lleno de miserables e ignorantes, narigoneados por un puñado de políticos infames que no se sonrojan al manipular a millones de seres humanos con el solo propósito de quedarse con toda la riqueza del país.
Escasos de los más elementales ideales de justicia y respeto por la vida, estos políticos devenidos en funcionarios públicos van enseñando con su ejemplo que la educación no vale nada, que la honradez es una religión del pasado y que la solidaridad para la supervivencia solo cuenta si quien la recibe hipoteca sus ideas y las pone al servicio de aquellos para que “prosigan su agitado curso”.
Un delincuente puede matar a un joven prometedor en Pizarrete, Baní, como un “macho” a una mujer en Santiago porque no quiere seguir siendo su presa con tanta facilidad como sucede hoy, solo porque sabe que siempre aparece un primo de un tío de su mamá que lo va a sacar de la cárcel a cambio de que sea su cliente en el gran negocio de la política.
El pueblo dominicano tiene que prepararse para mucho sufrimiento hasta que haya una confrontación en la que el honor se coloque de un lado y la villanía del otro.
No hay solución sin una ruptura a fondo de este sistema político social basado en la manipulación de la ignorancia de la gente común por parte de políticos infames que son capaces de cualquier cosa para buscar y conservar poder aunque se hunda el resto del pueblo dominicano.
Para eso faltan auténticos dirigentes como solo este pueblo los ha hecho surgir en las coyunturas históricas.
Cuando eso pase, no importa el tiempo que falte para esa lucha, ha de pasar, entonces mucha gente que ahora se considera intocable e insustituible, tendrá que volver su cara hacia el techo para descubrir que está enjaulada y recordará, a destiempo, aquella famosa afirmación del escritor irlandés George Bernard Shaw: “Cuando un hombre quiere matar a un tigre, se llama deporte; cuando un tigre quiere matar a un hombre, se llama ferocidad”.
Cuando nos pica tan de cerca la muerte violenta de gente joven y útil a la patria, por más esfuerzo que uno haga, el sentido elemental de responsabilidad nos retrae a pensar cómo se puede frenar esta espiral de crimen, atropello y delincuencia que sobrecoge a República Dominicana.
Es muy difícil lograr detener la violencia individual porque el país carece de una cultura de respeto a la ley y en cambio la gente vive contando, en todo momento, con la majestuosidad de la impunidad.
Todas las leyes, códigos, reglamentaciones y normas establecen que para vivir en sociedad y paz, ellas son iguales para todas las personas que aceptan vivir bajo ese ordenamiento. El respeto del ciudadano a la ley y sus instituciones debe ser tan elemental como la obligación de los funcionarios públicos de cumplirla y hacerla cumplir.
Con las leyes aprobadas que son poco menos que letra muerta, se puede hacer en este país una estiba de veinte kilómetros de altura. No hay absolutamente nada escrito que permita la impunidad ante las infracciones a la ley, pero su práctica se ha vuelto tan común que forma parte de la médula del comportamiento social.
Naturalmente, para disfrutar de impunidad hay que recurrir a uno de los tres pilares fundamentales que le dan sustento: un padrino con poder, una promesa de lealtad política y renunciar a los derechos elementales para que el “político” los administre como dádivas.
Así tenemos un país lleno de miserables e ignorantes, narigoneados por un puñado de políticos infames que no se sonrojan al manipular a millones de seres humanos con el solo propósito de quedarse con toda la riqueza del país.
Escasos de los más elementales ideales de justicia y respeto por la vida, estos políticos devenidos en funcionarios públicos van enseñando con su ejemplo que la educación no vale nada, que la honradez es una religión del pasado y que la solidaridad para la supervivencia solo cuenta si quien la recibe hipoteca sus ideas y las pone al servicio de aquellos para que “prosigan su agitado curso”.
Un delincuente puede matar a un joven prometedor en Pizarrete, Baní, como un “macho” a una mujer en Santiago porque no quiere seguir siendo su presa con tanta facilidad como sucede hoy, solo porque sabe que siempre aparece un primo de un tío de su mamá que lo va a sacar de la cárcel a cambio de que sea su cliente en el gran negocio de la política.
El pueblo dominicano tiene que prepararse para mucho sufrimiento hasta que haya una confrontación en la que el honor se coloque de un lado y la villanía del otro.
No hay solución sin una ruptura a fondo de este sistema político social basado en la manipulación de la ignorancia de la gente común por parte de políticos infames que son capaces de cualquier cosa para buscar y conservar poder aunque se hunda el resto del pueblo dominicano.
Para eso faltan auténticos dirigentes como solo este pueblo los ha hecho surgir en las coyunturas históricas.
Cuando eso pase, no importa el tiempo que falte para esa lucha, ha de pasar, entonces mucha gente que ahora se considera intocable e insustituible, tendrá que volver su cara hacia el techo para descubrir que está enjaulada y recordará, a destiempo, aquella famosa afirmación del escritor irlandés George Bernard Shaw: “Cuando un hombre quiere matar a un tigre, se llama deporte; cuando un tigre quiere matar a un hombre, se llama ferocidad”.