Una pareja celebra bodas de oro en espantosa miseria
La casucha donde sobreviven mide aproximadamente seis metros cuadrados. No tiene puerta, no tiene ventanas, no tiene ni condiciones para la supervivencia animal
Luís de Jesús y Juana Bautista cumplirán este año su aniversario de oro. Llevan 30 años como comerciantes en el mercado de Cristo Rey. Son una pareja peculiar dentro del montón porque duermen debajo de la misma mesa donde miserablemente se ganan la vida.
Ella tiene 63 años, él 72. Don Luís carga con una úlcera sangrante en su pierna derecha desde hace un año y una hipoglicemia que ya ni le preocupa. Doña Juana, aunque no padece dolencias en ninguna de sus extremidades, dice que no puede distinguir a sus clientes por una deficiencia visual.
La casucha donde sobreviven mide aproximadamente seis metros cuadrados. El techo lo componen retazos de hojas de zinc. Los bichos se logran distinguir dentro de la madera que soporta la mercancía. No tiene puertas, no tiene ventanas, no tiene ni condiciones para la supervivencia animal.
“No estamos con ningún pariente porque cuando debo curarme hasta a mí me da asco...”, musitó el enfermo mientras sostenía una bolsa con medicamentos en su mano izquierda. Su vista cayó lentamente hasta el suelo como ocaso que agoniza hasta el infierno.
Esa exclamación fue secundada por el también comerciante Ramón Díaz Solano, quien enfatizó que “el mal olor que tiene ese hombre en esa pierna es tan grande que nos molesta”. Al decir eso estaba a cinco metros de la silla donde reposaba don Luís.
Bautista precisó que tienen tres hijos. El que vive en mejores condiciones económicas quizás consiga para comer dos veces al día. No lo ven desde noviembre de 2011, aunque los demás vendedores le dicen que él se pasea por los demás quioscos y ni mira hacia sus progenitores.
“Vivíamos en una casa alquilada, pero al gastar todo en medicamentos terminaron por sacarnos. No teníamos otro lugar a donde ir que este rincón. Aunque esté lleno de ratones y cucarachas, es lo que hay”, expresó doña Juana mientras un suspiro desmentía su resignación.
Ambos están enfermos. Logran sobrevivir gracias a la ayuda de algunos comerciantes de la zona que les ofrecen mercancías para luego dividir las ganancias. Así comen lo que puedan. Así compran la mitad de los medicamentos que necesitan.
Don Luís dijo que una amiga le “consiguió” una tarjeta del Seguro Nacional de Salud y con eso un doctor le pasa algunas pastillas que requiere. Las que necesita para combatir la úlcera las compra cuando las ventas del negocio pasan de 500 pesos. Hace dos semanas que no las toma.
Aunque De Jesús ya se siente derrotado, Bautista mantiene un pedazo de fe latente. “Le pido a Dios que se haga su voluntad. No deseo riqueza, lo que quiero es tener dónde vivir. Con eso puedo morir tranquila”, exclamó.
Los vendedores ambulantes Iván Puello y Sara Guzmán coinciden en que la pareja se ha adaptado a esa situación porque al Estado parece no importarle su dolencia. Hay otros que duermen en el mercado, pero son drogadictos, alcohólicos o enfermos mentales.
Frente a la casucha de los esposos se venden “botellas milagrosas”. Quien las vende confesó que no hay panacea para cambiar el sombrío panorama en que la desahuciada pareja celebrará sus bodas de oro.
Por: Manauri Jorge
Luís de Jesús y Juana Bautista cumplirán este año su aniversario de oro. Llevan 30 años como comerciantes en el mercado de Cristo Rey. Son una pareja peculiar dentro del montón porque duermen debajo de la misma mesa donde miserablemente se ganan la vida.
Ella tiene 63 años, él 72. Don Luís carga con una úlcera sangrante en su pierna derecha desde hace un año y una hipoglicemia que ya ni le preocupa. Doña Juana, aunque no padece dolencias en ninguna de sus extremidades, dice que no puede distinguir a sus clientes por una deficiencia visual.
La casucha donde sobreviven mide aproximadamente seis metros cuadrados. El techo lo componen retazos de hojas de zinc. Los bichos se logran distinguir dentro de la madera que soporta la mercancía. No tiene puertas, no tiene ventanas, no tiene ni condiciones para la supervivencia animal.
“No estamos con ningún pariente porque cuando debo curarme hasta a mí me da asco...”, musitó el enfermo mientras sostenía una bolsa con medicamentos en su mano izquierda. Su vista cayó lentamente hasta el suelo como ocaso que agoniza hasta el infierno.
Esa exclamación fue secundada por el también comerciante Ramón Díaz Solano, quien enfatizó que “el mal olor que tiene ese hombre en esa pierna es tan grande que nos molesta”. Al decir eso estaba a cinco metros de la silla donde reposaba don Luís.
Bautista precisó que tienen tres hijos. El que vive en mejores condiciones económicas quizás consiga para comer dos veces al día. No lo ven desde noviembre de 2011, aunque los demás vendedores le dicen que él se pasea por los demás quioscos y ni mira hacia sus progenitores.
“Vivíamos en una casa alquilada, pero al gastar todo en medicamentos terminaron por sacarnos. No teníamos otro lugar a donde ir que este rincón. Aunque esté lleno de ratones y cucarachas, es lo que hay”, expresó doña Juana mientras un suspiro desmentía su resignación.
Ambos están enfermos. Logran sobrevivir gracias a la ayuda de algunos comerciantes de la zona que les ofrecen mercancías para luego dividir las ganancias. Así comen lo que puedan. Así compran la mitad de los medicamentos que necesitan.
Don Luís dijo que una amiga le “consiguió” una tarjeta del Seguro Nacional de Salud y con eso un doctor le pasa algunas pastillas que requiere. Las que necesita para combatir la úlcera las compra cuando las ventas del negocio pasan de 500 pesos. Hace dos semanas que no las toma.
Aunque De Jesús ya se siente derrotado, Bautista mantiene un pedazo de fe latente. “Le pido a Dios que se haga su voluntad. No deseo riqueza, lo que quiero es tener dónde vivir. Con eso puedo morir tranquila”, exclamó.
Los vendedores ambulantes Iván Puello y Sara Guzmán coinciden en que la pareja se ha adaptado a esa situación porque al Estado parece no importarle su dolencia. Hay otros que duermen en el mercado, pero son drogadictos, alcohólicos o enfermos mentales.
Frente a la casucha de los esposos se venden “botellas milagrosas”. Quien las vende confesó que no hay panacea para cambiar el sombrío panorama en que la desahuciada pareja celebrará sus bodas de oro.
Por: Manauri Jorge