¿Quién era? ¿Quién soy?
Por: Juan Francisco Puello Herrera
Recientemente con motivo de la celebración de la edición 54 de la Serie del Caribe, fui invitado a un programa de deportes en el que se me hizo una pregunta sobre un jugador de béisbol que habiendo llevado una vida de escándalos había declarado que ya estaba arrepentido (convertido) de su mal accionar. La pregunta fue si en verdad yo creía en esa conversión.
La conversión es un antes y un después. Como las interrogantes que encabezan este artículo, quién era y quién soy. La conversión no es un sentimiento es algo mucho más profundo. Se dice que la verdadera conversión se da cuando somos capaces de amar al que nos ha hecho daño. Cuando somos capaces de superar el orgullo y amar más que antes.
Mucho más que eso, es no dejarse provocar por el maligno cuando nos hace creer que no somos merecedores de la gracia de Dios. Es una fina trampa que nos pone éste, haciéndonos creer o tentándonos sobre lo que hemos sido en el pasado y que no somos capaces de superar. Es recordarnos constantemente nuestras faltas para que no podamos sentir los impulsos del Espíritu Santo que obra en nosotros. La conversión es un cambio en la conducta, se dice una metanoia; es desapegarse por las cosas de este mundo y darle mayor valor a las del Espíritu.
Es liberarse de todo apego, de todo prejuicio, de toda riqueza, de toda voluntad de dominio. Pio Pietrelcina nos da una buena medicina para estar atento a estas trampas al expresar: “La voluntad es la única puerta por la que puede entrar el demonio en nuestra alma; fuera de ella no existe ninguna otra secreta”. Por esto se dice que el demonio es como perro encadenado; si uno se mantiene a distancia de él, no será mordido.
Recientemente con motivo de la celebración de la edición 54 de la Serie del Caribe, fui invitado a un programa de deportes en el que se me hizo una pregunta sobre un jugador de béisbol que habiendo llevado una vida de escándalos había declarado que ya estaba arrepentido (convertido) de su mal accionar. La pregunta fue si en verdad yo creía en esa conversión.
La conversión es un antes y un después. Como las interrogantes que encabezan este artículo, quién era y quién soy. La conversión no es un sentimiento es algo mucho más profundo. Se dice que la verdadera conversión se da cuando somos capaces de amar al que nos ha hecho daño. Cuando somos capaces de superar el orgullo y amar más que antes.
Mucho más que eso, es no dejarse provocar por el maligno cuando nos hace creer que no somos merecedores de la gracia de Dios. Es una fina trampa que nos pone éste, haciéndonos creer o tentándonos sobre lo que hemos sido en el pasado y que no somos capaces de superar. Es recordarnos constantemente nuestras faltas para que no podamos sentir los impulsos del Espíritu Santo que obra en nosotros. La conversión es un cambio en la conducta, se dice una metanoia; es desapegarse por las cosas de este mundo y darle mayor valor a las del Espíritu.
Es liberarse de todo apego, de todo prejuicio, de toda riqueza, de toda voluntad de dominio. Pio Pietrelcina nos da una buena medicina para estar atento a estas trampas al expresar: “La voluntad es la única puerta por la que puede entrar el demonio en nuestra alma; fuera de ella no existe ninguna otra secreta”. Por esto se dice que el demonio es como perro encadenado; si uno se mantiene a distancia de él, no será mordido.