Notas sobre el Enriquillo

Por: Pedro Conde Sturla
Articulista

Portada del libro y Manuel de Jesús Galván. Portada del libro y Manuel de Jesús Galván. (El Caribe )

[El texto que presento a continuación es el VIII y último capítulo de mi libro “Notas sobre el Enriquillo” que publicara en 1978 y se encuentra en vías de reedición. Se trata de un resumen apretado de la conocida novela de Galván que tanta influencia ha tenido en nuestra historia y forma parte de un debate literario que todavía está lejos de haber llegado a su fin. PCS]

VIII. La función de la novela

Ya se dijo al principio de estas notas que en muchas ocasiones, y desde diferentes ángulos críticos, se ha pretendido minimizar la importancia de la obra de Galván, no tanto en su aspecto formal cuanto por su carga o contenido ideológico.

En cierto modo, esta corriente de opinión que ha surgido en los últimos tiempos es una reacción natural contra el viejo esquema de valoración de Enriquillo, laudatorio en extremo. Al parecer, todas las tentativas de los iconoclastas a ultranza van dirigidas a demoler desde la base el edificio Enriquillo, sin dejar piedra sobre piedra y sin parar mientes en el hecho que gran parte de su estructura casi centenaria quedará en pie después del bombardeo. Lo peor del caso es que quienes proceden de esta manera se sitúan en una perspectiva falsa: analizan o juzgan la obra de arte por lo que debería ser y no por lo que es. Y el error estriba precisamente en asumir una actitud dogmática frente a la obra en cuestión.

Ahora bien, preconceptos y prejuicios nunca han contribuido a dilucidar problemas de estética. Por eso no se insistirá bastante en el hecho de que para comprender y enjuiciar estéticamente una obra de arte es necesario preguntarse cuáles fueron las intenciones y propósitos del autor al momento de escribirla.Concretamente, es necesario determinar en cada caso qué se propuso decir el autor y en qué grado o medida logró sus propósitos. Esto, más que nada, nos ayudará a elaborar un patrón de juicio, y sobre esta base mediremos los límites y grandezas de la obra.

Lo necesario, entonces, es verificar si se cumplen de alguna manera en sede literaria los propósitos del autor, con lo cual se verifica automáticamente la relación entre forma y contenido, entre el fenómeno artístico y la mecánica social que lo produce. Sólo esto da la medida de la grandeza y de los límites de la obra. Sólo esto nos dice si la obra está lograda estéticamente.

Resulta inútil, por lo tanto, deplorar que en la novela de Galván los conflictos sociales tengan carácter personal y no de clase; que la obra de la colonia sea exaltada como empresa portadora de beneficios universales; que sea minimizada la presencia y el aporte cultural de los negros, y que los indígenas sean idealizados en el momento histórico en que habían desaparecido, etc.

Todo esto corresponde a un diseño ideológico preciso, y desde el punto de vista estético no es ni remotamente imputable a error, sino a un propósito definido: al cálculo de un autor que nunca pretendió escribir una novela del proletariado, sino una obra para uso y consumo de la burguesía hispanófila, presentando la historia en un modo complaciente y satisfactorio para halagar sus “buenas conciencias”. Esta es, pues, la novela de Galván.

Nadie se extrañe de que este autor construya un Enriquillo de tipo particular y personal. El Enriquillo sumiso y devoto que hemos conocido en la obra no es resultado de una falla o debilidad de la arquitectura teórico-literaria: es el producto consecuente de una ideología, (de un modo particular de ver las cosas y el mundo, de la necesidad de acomodar las circunstancias a determinadas exigencias históricas de la clase dominante. Enriquillo es, pues, un personaje logrado, (de acuerdo a las intenciones de su autor. Así, el hecho de que Galván minimice la presencia de los negros, no debe sorprendernos. Esto responde sencillamente al propósito de quien escribe en función antihaitiana, como también se realiza en función antihaitiana el trasnochado culto indigenista sin indios).

Ciertamente, el contexto de la novela de Galván es antihistórico. Pero lo importarte, en última instancia, no es que el comportamiento de los personajes y la historia narrada correspondan estrictamente a la realidad. Si dentro del contexto general de la obra estos elementos funcionan artísticamente y se integran, entonces no hay objeción posible en sede literaria.

Toda obra de arte es una respuesta intelectualmente (y altamente) organizada a los problemas y conflictos históricos de la época. Por eso el análisis literario exige que se establezca una relación entre el ámbito sociocultural y la estructura global de la obra, mas no en sus particulares. ¿Qué serían entonces la literatura fantástica y el realismo mágico? Seguramente a nadie se le ocurriría cuestionar a García Márquez por el hecho de contar mentiras. ¿Quién ha demostrado que el valor estético de una obra consiste en su apego a la realidad?

Si un historiador falsea la historia, producirá un libro poco digno de consideración. Si lo hace un novelista, esto no significa nada en términos literarios y artísticos, pues el gran problema del arte no es la verdad, es el verosímil: las cosas deben parecer ciertas en el contexto de la narración, no en el contexto histórico. Supongamos, no obstante, que la novela de Galván fuese una denuncia férrea e inconmovible contra todo tipo de explotación; supongamos que indios y negros tuviesen un diverso tratamiento histórico más apegado a la realidad. ¿Qué sucedería? Pues bien, todo esto cambiaría el carácter, no la calidad de la obra.

En consecuencia, no debe descalificarse estéticamente la obra de Galván por el hecho de ser muy reaccionaria. Esta es una cualidad artística como otra cualquiera. Podemos decir “reaccionaria” como decimos verde, azul o amarillo. Pero una obra de arte no deja de ser válida por el hecho de ser reaccionaria, de otra manera quedaría invalidado el quehacer artístico de milenios.

Nadie dirá que El Greco fue mal pintor porque era reaccionario. Fue sencillamente un gran pintor reaccionario, embutido de catolicismo medievalizante. Y Calderón fue, sin duda, un dramaturgo contrarreformista, como lo definiera Benedetto Croce, mas no por eso mal dramaturgo. Lo mismo se diga de novelistas de la talla de Balzac o Dostoievsky.

Es claro que el crítico tiene derecho a señalar en toda obra los aspectos políticos, ideológicos o morales que a su juicio son positivos o negativos. También tiene derecho a desmontar esta obra pieza por pieza para entender cómo funciona. Puede hacerlo con la frialdad del científico o con el apasionamiento lógico de quien defiende o sustenta determinadas posiciones teóricas políticas, e incluso tiene derecho a indignarse o emocionarse frente a ciertos argumentos: lo inadmisible, por parte del crítico, es pretender restarle méritos a la obra cuando esta no concuerda con su concepción de la vida o con su escala de valores.

No siempre es posible, y tampoco sería divertido, leer obras que satisfagan nuestro gusto estético y halaguen al mismo tiempo nuestra sensibilidad política.

Toda obra de arte debe, por lo tanto, ser sometida a juicio de acuerdo a sus componentes como tales y no como deberían ser. Ninguna estética aceptable puede estar fundada (como quería Kant y luego cierto marxismo oficialista) sobre bases estrictamente políticas, morales, etc.

Un mensaje “correcto” de tipo moral o político no es necesariamente equivalente de calidad estética ni mucho menos. En sede estética, descalificar una obra por reaccionaria significa extrinsecar del ámbito artístico-literario un aspecto que en esencia le corresponde.

Lo reaccionario o revolucionario es pues intrínseco a la obra de arte y como tal debe ser juzgado. Es decir, de acuerdo a su realización en el plano artístico, no en un plano separado, extrínseco. Una obra puede ser hermosa y reaccionaria al mismo tiempo, porque la estética no es moral, no es política, o por lo menos no puede estar basada sobre rígidos criterios de orden moral o político exclusivamente. Aceptar una idea semejante equivale a caer en la trampa fácil del maniqueísmo.

En resumen, lo menos que debe decirse es que Enriquillo es una obra lograda, de acuerdo a las intenciones del autor, y como tal debemos tenerla en consideración. Digamos entonces que Enriquillo es una novela de clase, favorita hoy por hoy de la burguesía hispanófila. Y si desde el punto de vista moral es una infamia, desde el punto de vista estético es un logro, un resultado positivo.

Paradójicamente, pues, uno de los méritos de Enriquillo es ser reaccionaria: es como tal y en tal sentido que la novela cumple su función. Por su parte, Galván, ha pasado a la historia como el autor de nuestra mejor novela de clase, lo cual constituye su grandeza y su límite.

Naturalmente, no es este el tipo de literatura al que aspiramos, pero indudablemente Galván merece ser situado en un puesto de honor como maestro en este género de enseñanzas. De muchas formas y maneras, su obra se nos antoja cual lección de altura. Una lección que debemos aprender.
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