Las vidas de Leonardo da Vinci

El artista es sus obras, sus inventos, sus visiones perspicaces, su inteligencia luminosa

Por: Luca Piergiovanni (EFE)

No deja de ofrecer titulares nunca porque nunca deja de dar sorpresas, sobre todo porque Leonardo es sus obras, sus inventos, sus visiones perspicaces, su inteligencia luminosa, su prodigiosa modernidad. Pero es, además, sus mitos, sus relatos, las historias que contaron y contamos sobre él, un personaje fabuloso que, como ocurre con la

Marylin de Warhol, ha acabado por convertirse un poco en esa obra maestra por excelencia, la Gioconda. La miramos y le vemos a él. No podemos parar de mirarla, tal vez porque al hacerlo contemplamos siglos del mundo, atrapados en la sonrisa de vampira que en el XIX cautivó al historiador del arte inglés Pater, tan próximo a esa pasión decimonónica hacia el maestro que se conoce con el nombre de vincismo. Después, volverían a la pintura Duchamp y Dalí, además de las miles de postales cómicas que se imprimieron a primeros del siglo XX, coindiciendo con el robo del cuadro en el Louvre, en 1911. Y regresaría, Warhol, claro, a su manera tan fabulado como Leonardo y por diferentes razones igual de popular: para el pintor americano la Gioconda dejaría de ser única y acabaría por convertirse en multiplicada y monocroma. “Dos mejor que una”, decía Warhol.

Ahora, con el fabuloso descubrimiento de “otra Gioconda del Prado” los delirios de Warhol se hacen un poco realidad: las dos Giocondas no son del todo idénticas entre sí, pero tampoco se puede decir que la recién descubierta Gioconda bis sea una copia en el sentido estricto del término, dado que, según han deducido los expertos y gracias a la limpieza que se ha llevado a cabo en el Museo del Prado, el cuadro en principio atribuido a Melzi, el amigo y discípulo de Leonardo, fue pintado al tiempo que la obra del maestro. Lo probarían los pentimenti –arrepentimientos, cambios posteriores- en el óleo final que sólo son detectables con las técnicas actuales de rayos X y que habrían pasado desapercibidos a cualquier copista, a menos que no hubiera seguido la versión original incluso en los cambios posteriores.

Si la fabulosa hipótesis resulta ser cierta –y lo parece, dicen los expertos-, quedaría clara la relación de proximidad de Leonardo con el mencionado Melzi, la idea hasta cierto punto innovadora de dejar que pintara a la vez la réplica del retrato más importante para la carrera del florentino. Esto no sólo cambia el concepto del taller y el modo en que opera en el caso concreto de Leonardo -del cual se repite que no tuvo discípulos-, sino que revisa la propia historia de vida de Leonardo y sus relaciones con Melzi, hacia quien sintió quizás más afecto de lo que se podría pensar a primera vista. El propio Melzi -según Antonio de' Beatis, secretario del Cardenal de Aragón, “un milanés, que él ha educado, pinta excelentemente, y vive con él”- daba cuenta de su gran cariño hacia Leonardo. A la muerte de éste escribía en una carta a los hermanos del artista: "Para mí ha sido el mejor de los padres, por cuya muerte me resulta imposible expresar el dolor que siento... Es terrible para todos perder a un hombre así, puesto que la naturaleza no podrá volver a producir algo semejante".

¿Quién era, al fin, ese Leonardo, descrito como poco amigo de las pasiones y los afectos, tanta veces definido como alguien hosco, alejado del mundo? Quién pudo ser este hombre que escribe al hermanastro con motivo del nacimiento de su hijo unas palabras pavorosas: "Sólo te envío la presente para avisarte que en los días pasados recibí la tuya por la que me enteré de que habías tenido un heredero, cosa de la que pareces alegrarte mucho: (...) debes saber que te has alegrado de haberte creado un enemigo político, que con todo su sudor deseará su libertad, que no será hasta tu muerte". ¿Cambia la proximidad, pictórica incluso, con el discípulo Melzi la idea del Leonardo misántropo, sumido en esa falta de lazos afectivos que recalca Freud en su clásico –y problemático- texto sobre el pintor?

La restauración de la “Gioconda del Prado” no sólo ha resquebrajado el malentendido de Leonardo como un pintor sin discípulos o con discípulos mediocres, sino que ha desbaratado parte del relato del maestro individualista y nada pródigo con sus alumnos. Aunque quizás el maravilloso cuadro que la restauración ha desvelado desde ese fondo negro y barnizado haya dado lugar a otro fabuloso relato más, añadiendo misterios al misterio. Otra sorpresa. Otro titular que, tratándose de Leonardo, seguro que no es el último.
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