La sequía causa estragos en Elías Piña

Por: Tony Pina

Los incendios forestales consumen montañas y cultivos agrícolas

Un incendio forestal se propaga en las montañas que dividen a ambos países

La tierra arde aun en invierno en la frontera norte: los incendios forestales han consumido cientos de tareas en estas apartadas aldeas que desde octubre pasado no ven una gota de agua lluvia.

Son cuatro meses de una sequía que también destruye los conucos y merma la producción animal, afectada por un incontrolado robo de vacas, chivos y gallinas que los lugareños sospechan que cometen bandas de haitianos que operan impunemente en las poblaciones fronterizas.

“Cuando agarran un haitiano, lo que muy rara vez sucede, al otro día usted lo ve cruzándole a uno por la puerta, y téngase cuidado porque si se descuida lo mata”, se lamenta Remigio, criador de chivos en Macasía.

La vida vegetal sólo se advierte en ambas márgenes de los ríos Macasía y Artibonito, entre Guayabal y Los Ranchitos, cuando se deslizan al pie de elevados cañones del macizo montañoso de la cordillera Central hasta morir en la Laguna del Peligro, ya en Haití.

En dirección a Tomassique sólo hay lomas secas pobladas de pajones. Los únicos árboles que se salvan de la depredación haitiana son el mango y el aguacate. Después, todo es tiera arrasada.

Es una zona de alto riesgo por la frecuencia con que se producen los incendios, a veces fortuitos, aunque muchos son provocados por desaprensivos que queman carbón al otro lado de la frontera, donde no hay ningún control forestal.

Abajo, en Guaroa, luego de cruzar las comunidades de Pinzón, Puello y El Guayabo, los campesinos hace cuatro meses que no mojan sus cultivos, debido a la prolongada sequía que abate la zona.

“¡Ni para beber tenemos agua!”, grita con los brazos abiertos Simona Moreta, quien junto a otras vecinas, envases plásticos a mano, afanosa hace turno para extraer un poco de agua de uno de los agotados pozos construidos en todo el trayecto de la línea divisoria.

Más adelante, en Hato Nuevo, frente a Fort Blassou, detrás de un bohío de tejamaní, una haitiana hierve guandules secos con “greña”, la última puntilla del arroz llevado al molido y que en esta región goza de gran demanda por su precio de diez pesos por libra.

“¡Ay, papá, no tengo más nada para nosotros comer!”, dice agachada frente al fogón Karisa Gril, madre de cuatro hijos que, en cueros y descalzos, patean en el camino un higüero como si fuera una bola de fútbol.

En Sabana Cruz, la civilización se percibe más cerca, tal vez porque el ruido de los vehículos es más notorio o porque la carretera, al fin, se torna transitable. Es un distrito municipal de Bánica, cuya economía se centra, principalmente, en los cultivos de maní y habichuelas, aprovechando los pequeños espacios fértiles de la ribera oriental del río Artibonito.

La sequía se ha ensañado este año más que nunca con la agricultura. Los labriegos se quejan de la falta de canales de irrigación, no obstante las repetidas promesas que les hacen los políticos de todos los gobiernos.

De Sabana Cruz a Pedro Santana
Ricardo Valdez es ya un anciano de 84 años que llegó al lugar cuando era un niño. Sus padres huyeron con él de los predios de Palma Sola, aquel sangriento 28 de diciembre de 1962, donde miles de olivoristas, liderados por “Los Mellizos” y creyendo en la reencarnación de Olivorio Mateo, murieron en su congregación abatidos a tiros por tierra y aire por las fuerzas regulares del Ejército.

Su mujer, Adriana Pérez, es una curandera, pero él se hizo agricultor y desde entonces ha fomentado varios proyectos agrícolas y vacuno.

“Aquí lo tengo todo cuando la naturaleza nos bendice. El período de las lluvias es de abril a septiembre, invariablemente. Yo me preparo para sembrar y cultivar durante esos meses, luego, en la sequía, sólo estoy atento a cambiar el ganado de un potrero a otro hasta que vengan las lluvias”, comenta el agricultor.

En Bánica y Pedro Santana el río Artibonito, una gracia divina en medio de tanta desolación del entorno, se lo dividen haitianos y dominicanos. De un lado, las haitianas lavan la ropa golpeándola con las lajas, mientras los dominicanos se bañan en las chorreras.

El tránsito hacia la denominada Carretera Internacional está controlado por efectivos del Ejército. Cada vehículo requiere de un permiso por escrito expedido por el oficial del día de la fortaleza para emprender el escabroso trayecto hacia Restauración o viceversa.

Es un requisito que permite a los militares prevenir, al menos, el peligro siempre presente del contrabando, sobre todo en una frontera donde los límites se pierden entre las brumas de las montañas y derricaderos se dilatan en un abismo de arbustos y malezas.

En los riscos del camino, otra vez la sequía se hace dueña de la lontananza. Los mangos y aguacates, nada más, sobreviven. Aquí, en este punto, hasta la vida humana es escasa.

La agropecuaria cada año se reduce más

El período más crítico para la agricultura en la frontera céntrica es, paradógimente, durante el invierno, cuando las lluvias se ausentan y los cultivos escasean.

Elías Piña es una zona productora de maní, guandules y habichuelas, aunque otros cultivos como las auyamas, el maíz y el arroz han sido exitosos en algunas épocas de mayor pluviometría, algo que se reduce considerablemente debido a una deforestación cada vez más progresiva, que además degrada el suelo y convierte el clima en más cálido.

La crianza de animales, sobre todo de ganado vacuno y caprino, es una actividad cada vez menos rentable, porque los pastos son cada vez menos aptos para fomentar las gramíneas. Los pequeños ganaderos aseguran que cada año ven reducir sus crianzas de animales, no sólo por el clima sino también por las acciones de cuatreros que operan impunemente en ambos lados de los dos países.

Hay quines incluso, para evitar estos desmanes, han optado por fomentar la crianza de becerros de manera tabulada o encerrados en espacios bajo techo próximos a sus casas, para de esa manera tener una seguridad más efectiva y controlada.

Controles militares son más rígidos en Elías Piña

Contrario a la frontera Sur, los controles militares desde Elías Piña a Dajabón son más estrictos. Los destacamentos de la seguridad fronteriza, mejor equipados y con instalaciones más cuidadas, están más organizados.

El personal militar en cada lugar está atento al paso de los vehículos e inquiere a los ocupantes sobre su destino.

No hay quejas o denuncias de los lugareños de la ocurrencia de contrabandos, aunque la zona es muy frágil al trasiego clandestino de mercancías debido a la orografía del terreno y a la masiva presencia de haitianos que habitan en grandes cantidades en los caseríos fronterizos.

De Carrizales a Pedro Santana hay alrededor de catorce destacamentos del Cuerpo Especializado de Seguridad Fronteriza (Cesfront), cuyo personal permanece catorce días en la frontera y luego recibe diesiséis días de descanso, período que aprovechan para trasladarse a las casas de sus familiares ubicadas en las poblaciones próximas a sus lugares de trabajo.
La agropecuaria cada año se reduce más
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