La viuda de Trujillo consideraba a Balaguer “un ingrato”
SANTO DOMINGO.- María Martínez, viuda del dictador Rafael L. Trujillo, rehusó en el 1966 hacer aportes económicos para la campaña de Joaquín Balaguer porque lo consideraba “un ingrato, de sentimientos retorcidos y un resentido social”, afirma Angelita Trujillo en su libro “Trujillo, mi padre...”, puesto a circular el jueves en la noche.
Señala, entre otras cosas, que en su afán por apoderarse del poder, la oligarquía se lanzó a destruir la memoria de Trujillo y a apropiarse de los bienes públicos que fomentó la dictadura.
Como dirigentes políticos de esa “oligarquía”, señala por sus nombres a Donald J. Reid Cabral, Rafael F. Bonnely, Viriato Fiallo y a Jordi Brossa, a quienes acusa de haber intentado borrar un tercio de siglo de historia, cultura, archivos y memoria del pueblo dominicano, y de apropiarse, como grupo social, de las empresas fomentadas por Trujillo.
Angelita revela que Balaguer comisionó en 1966 a su candidato vicepresidencial Francisco Augusto Lora para viajar a España, donde vivía su familia, a recabar colaboración económica para su campaña presidencial.
“Vivíamos en España, cuando Ramfis quiso que nos reuniéramos para recibir al señor (Francisco) Augusto Lora, comisionado por el doctor Joaquín Balaguer para visitarnos y recabar nuestra colaboración económica para la campaña de 1966. Don Augusto Lora, hombre probo, expuso todos los ofrecimientos que prometía el Doctor a cambio de la imperiosa ayuda”, citó. Resaltó que todos aportaron a esa campaña de manera sustanciosa, menos su madre, María Martínez.
Admiración Trujillista
La autora, sin embargo, admite la fidelidad de Balaguer al régimen de su padre.
Indica que una vez asesinado Trujillo, Ramfis no dejó de confiar en Balaguer, pues había sido un colaborador por mucho tiempo de su padre y debido a su bajo perfil y a su forma de vida, este último siempre contó con sus ideas y su colaboración. Llegó un momento, sin embargo y según el testimonio, en que el hijo del tirano consideraba que ya no valía la pena permanecer en su tierra natal.
“Decidido a partir ocupaba su mente la suerte que correrían los siete conjurados, parte del grupo que sirvió a los Estados Unidos para asesinar al generalísimo Trujillo, los cuales aunque en poder de las autoridades judiciales en vista del resquebrajamiento institucional del momento, después que mi hermano saliera del país nadie aseguraría el proceso”, señala.
Agrega que Balaguer, conciente de la efervescencia del momento, le dijo a Ranfis: General, no se olvide de dejarme ese asunto resuelto”.
Angelita expone que con la salida de Ramfis en noviembre de 1961, que era el verdadero jefe militar en el país, “el presidente Balaguer quedaba con un poder debitado y disminuido, mientras que la oligarquía nacional concentrada en la Unión Cívica Nacional y con sus renovadas ínfulas”, exigía al gobernante que les entregara el poder.
Agrega que Balaguer, ante el hecho cierto de que contaba con “un socavado apoyo político” que no era suficiente para enfrentar a las “infladas pasiones de la oposición cuyas demandas ya lo tenían acorralado”, intentó hacer una jugada maestra como fue su costumbre, con el deliberado propósito de “acurrucarse con la oposición y permanecer en el poder”, pero que a su juicio resultó fallida.
“No creo que lo hiciera tan alegremente como escriben algunos, pero sí con falsas pretensiones. El plan tenía sus méritos, pero (Balaguer) subestimaba cándidamente la implacable ferocidad de los líderes opositores del momento agrupados en la efímera Unión Cívica Nacional”, expresa la señora Trujillo en la página 22 de su libro.
Explica que Balaguer, pensando que podía manejar la situación, “procedió a complacer a la Unión Cívica que el 3 de diciembre (de 1961) le había enviado una carta pidiéndole la creación de un Consejo de Estado”, y la llevó al Congreso para su aprobación, pero “a los pocos días, ya estaba el doctor Balaguer asilado en la Nunciatura Apostólica situada en las cercanías de su residencia”.
Critica designaciones
Critica que Balaguer seleccionara a dos hombres, se refiere a Luis Amiama Tió y a Antonio Imbert Barrera, para integrar el Consejo de Estado “cuya calificación para ocupar el cargo en referencia consistía en haber participado con premeditación y alevosía en la comisión de un crimen”, en obvia referencia al ajusticiamiento del tirano Trujillo.
Estima que “la presencia del Prelado” en el Consejo de Estado, en referencia a monseñor Eliseo Pérez Sánchez, a quien llamó “la voz de la conciencia y la cordura”, era simbólica porque, parafraseando a Simón Bolívar, “araba en el mar”.
Angelita afirma que con Ramfis y demás figuras trujillistas fuera del país, Balaguer asilado y el Consejo de Estado en poder de los cívicos, la “oligarquía” se hizo a la doble tarea de borrar 31 años de historia y cultura, y apropiarse de la verdadera riqueza de Trujillo.
Afirma que mientras el pueblo era sometido a pan y circo cuando el “nuevo gobierno dio luz verde para que fueran asaltadas y saqueadas las residencias de los Trujillo y las pertenecientes a familias ligadas al gobierno caído… en otro nivel y lejos de la algarabía y del ojo avizor de las cámaras, se daba inicio al prolongado y continuado latrocinio a que fueron sometidos hasta su aniquilamiento, los bienes que constituían ‘Las riquezas de los Trujillo’ ”.
Deplora que desde el gobierno “la oligarquía” no siguiera el camino de otros procesos post dictatoriales como los de América Central y del Sur, así como en España, donde sus gobernantes “fueron compasivos con sus pueblos y minimizaron en lo posible las inevitables perturbaciones”.
“Es irracional e inexplicable que estos señores del Consejo de Estado se enfocaran en políticas negativas y desestabilizadoras, opuestas al bien común, al extremo de que para llegar el país a lo que es hoy se hizo imperativo aquel 24 de abril de 1965”, en referencia al estallido de la revolución constitucionalista que liquidó al gobierno de facto que encabezaba Reid Cabral luego del derrocamiento del presidente Juan Bosch, el 25 de septiembre de 1963
Señala, entre otras cosas, que en su afán por apoderarse del poder, la oligarquía se lanzó a destruir la memoria de Trujillo y a apropiarse de los bienes públicos que fomentó la dictadura.
Como dirigentes políticos de esa “oligarquía”, señala por sus nombres a Donald J. Reid Cabral, Rafael F. Bonnely, Viriato Fiallo y a Jordi Brossa, a quienes acusa de haber intentado borrar un tercio de siglo de historia, cultura, archivos y memoria del pueblo dominicano, y de apropiarse, como grupo social, de las empresas fomentadas por Trujillo.
Angelita revela que Balaguer comisionó en 1966 a su candidato vicepresidencial Francisco Augusto Lora para viajar a España, donde vivía su familia, a recabar colaboración económica para su campaña presidencial.
“Vivíamos en España, cuando Ramfis quiso que nos reuniéramos para recibir al señor (Francisco) Augusto Lora, comisionado por el doctor Joaquín Balaguer para visitarnos y recabar nuestra colaboración económica para la campaña de 1966. Don Augusto Lora, hombre probo, expuso todos los ofrecimientos que prometía el Doctor a cambio de la imperiosa ayuda”, citó. Resaltó que todos aportaron a esa campaña de manera sustanciosa, menos su madre, María Martínez.
Admiración Trujillista
La autora, sin embargo, admite la fidelidad de Balaguer al régimen de su padre.
Indica que una vez asesinado Trujillo, Ramfis no dejó de confiar en Balaguer, pues había sido un colaborador por mucho tiempo de su padre y debido a su bajo perfil y a su forma de vida, este último siempre contó con sus ideas y su colaboración. Llegó un momento, sin embargo y según el testimonio, en que el hijo del tirano consideraba que ya no valía la pena permanecer en su tierra natal.
“Decidido a partir ocupaba su mente la suerte que correrían los siete conjurados, parte del grupo que sirvió a los Estados Unidos para asesinar al generalísimo Trujillo, los cuales aunque en poder de las autoridades judiciales en vista del resquebrajamiento institucional del momento, después que mi hermano saliera del país nadie aseguraría el proceso”, señala.
Agrega que Balaguer, conciente de la efervescencia del momento, le dijo a Ranfis: General, no se olvide de dejarme ese asunto resuelto”.
Angelita expone que con la salida de Ramfis en noviembre de 1961, que era el verdadero jefe militar en el país, “el presidente Balaguer quedaba con un poder debitado y disminuido, mientras que la oligarquía nacional concentrada en la Unión Cívica Nacional y con sus renovadas ínfulas”, exigía al gobernante que les entregara el poder.
Agrega que Balaguer, ante el hecho cierto de que contaba con “un socavado apoyo político” que no era suficiente para enfrentar a las “infladas pasiones de la oposición cuyas demandas ya lo tenían acorralado”, intentó hacer una jugada maestra como fue su costumbre, con el deliberado propósito de “acurrucarse con la oposición y permanecer en el poder”, pero que a su juicio resultó fallida.
“No creo que lo hiciera tan alegremente como escriben algunos, pero sí con falsas pretensiones. El plan tenía sus méritos, pero (Balaguer) subestimaba cándidamente la implacable ferocidad de los líderes opositores del momento agrupados en la efímera Unión Cívica Nacional”, expresa la señora Trujillo en la página 22 de su libro.
Explica que Balaguer, pensando que podía manejar la situación, “procedió a complacer a la Unión Cívica que el 3 de diciembre (de 1961) le había enviado una carta pidiéndole la creación de un Consejo de Estado”, y la llevó al Congreso para su aprobación, pero “a los pocos días, ya estaba el doctor Balaguer asilado en la Nunciatura Apostólica situada en las cercanías de su residencia”.
Critica designaciones
Critica que Balaguer seleccionara a dos hombres, se refiere a Luis Amiama Tió y a Antonio Imbert Barrera, para integrar el Consejo de Estado “cuya calificación para ocupar el cargo en referencia consistía en haber participado con premeditación y alevosía en la comisión de un crimen”, en obvia referencia al ajusticiamiento del tirano Trujillo.
Estima que “la presencia del Prelado” en el Consejo de Estado, en referencia a monseñor Eliseo Pérez Sánchez, a quien llamó “la voz de la conciencia y la cordura”, era simbólica porque, parafraseando a Simón Bolívar, “araba en el mar”.
Angelita afirma que con Ramfis y demás figuras trujillistas fuera del país, Balaguer asilado y el Consejo de Estado en poder de los cívicos, la “oligarquía” se hizo a la doble tarea de borrar 31 años de historia y cultura, y apropiarse de la verdadera riqueza de Trujillo.
Afirma que mientras el pueblo era sometido a pan y circo cuando el “nuevo gobierno dio luz verde para que fueran asaltadas y saqueadas las residencias de los Trujillo y las pertenecientes a familias ligadas al gobierno caído… en otro nivel y lejos de la algarabía y del ojo avizor de las cámaras, se daba inicio al prolongado y continuado latrocinio a que fueron sometidos hasta su aniquilamiento, los bienes que constituían ‘Las riquezas de los Trujillo’ ”.
Deplora que desde el gobierno “la oligarquía” no siguiera el camino de otros procesos post dictatoriales como los de América Central y del Sur, así como en España, donde sus gobernantes “fueron compasivos con sus pueblos y minimizaron en lo posible las inevitables perturbaciones”.
“Es irracional e inexplicable que estos señores del Consejo de Estado se enfocaran en políticas negativas y desestabilizadoras, opuestas al bien común, al extremo de que para llegar el país a lo que es hoy se hizo imperativo aquel 24 de abril de 1965”, en referencia al estallido de la revolución constitucionalista que liquidó al gobierno de facto que encabezaba Reid Cabral luego del derrocamiento del presidente Juan Bosch, el 25 de septiembre de 1963