La Universidad Henri Christopher
Felipe Ciprián, periodista. ciprianfn@hotmail.com
No poca gente ha pegado el grito al cielo en estos días porque la planta física que donó República Dominicana al pueblo haitiano para alojar la extensión de la Universidad del Estado de Haití en Le Limonade, lleva el nombre de Henri Christopher.
Como descontento adicional, a alguien se le antojó que un Salón de Conferencias de ese recinto lleve el nombre del ex presidente dominicano Juan Bosch y después que estaba allí su foto y su nombre, fueron eliminados.
Los enojos y los gritos son infundados y ambos hechos realmente han dado lugar a una nueva ola de anti-haitianismo, que ahora arrastra hasta a gente que anteriormente no se sumaba al “nacionalismo en la historia”, que se coloca muy frecuentemente de espaldas a la necesidad del nacionalismo del momento.
El gobierno dominicano hizo muy bien en donar un recinto para la universidad que necesitan los haitianos y debió limitarse a construirla bien, con aseguramiento de que en un próximo sismo de los muchos que vendrán, la estructura no caiga desplomada con alumnos y catedráticos adentro.
Eso sí sería visto como un “Caballo de Troya”.
República Dominicana, además de donar la plana física, no tiene que meter sus narices en qué nombre le ponen los haitianos a ese recinto académico, porque en fin de cuentas son haitianos los que van a estudiar ahí, no los dominicanos.
¡Ah!, ¿Que Christopher en una de sus incursiones persiguiendo a esclavistas por el territorio que hoy corresponde a
República Dominicana cometió crímenes? Eso es repudiable, pero el nombre suyo no se está poniendo a una universidad de Moca o de Santiago, sino a una de Le Limonade, que ellos agradecen que la donara la República Dominicana por iniciativa del gobierno de Leonel Fernández.
Christopher fue un héroe del pueblo haitiano en la lucha contra la esclavitud y un pilar fundamental en la abolición de ese sistema en la isla de Santo Domingo. Es natural que intelectuales y estudiantes haitianos lo honren y designen con su nombre una universidad, sobre todo si se toma en cuenta que fue el fundador de la primera casa de altos estudios en Haití.
Aquí tenemos “héroes” como el general Pedro Santana, que fusiló a lo más granado de los independentistas y exilió a Duarte, y los nacionalistas nunca se han opuesto a que un municipio lleve su nombre en el territorio donde él fue un tirano.
¿Pretende alguien que por el hecho de que República Dominicana done una planta física a Haití también le va a trazar la pauta de a quién deben ellos honrar en sus aulas?
¿Cuál fue el ingenuo que pretendió que los haitianos, que tienen mucho más conciencia y conocimiento de su historia que los dominicanos de la suya, iban a aceptar que un salón de la universidad lleve el nombre de Bosch, de Balaguer, de Peña Gómez o del padre Meriño?
Debe haber más haitianos que dominicanos que saben muy bien que en 1963 el presidente Bosch le ordenó a las Fuerzas Armadas dominicanas que concentraran miles de soldados en la frontera y que aviones de la Aviación Militar Dominicana hicieran vuelos rasantes sobre Puerto Príncipe en un intento de asustar a François Duvalier para que huyera de Haití y abandonara el poder, tal como él mismo lo describió en su libro “Crisis de la democracia de América en la República Dominicana”.
Naturalmente, esa “táctica militar” del presidente Bosch contribuyó no poco a que su gobierno termina en pocos días derrocado por los militares que él pretendía que asustaran a Duvalier, contando con el apoyo entusiasta del gobierno de Estados Unidos y una oligarquía cívica que quería a cualquier costo controlar el emporio agroindustrial que había dejado el dictador Rafael Trujillo.
Bosch cayó derrocado a los siete meses y Duvalier, contra viento y marea, permaneció 18 años en el poder y legó el mando a su hijo Jean Claude, quien se quedó por otros 15 años. El balance de esa “táctica boschista” no pudo ser peor.
Los haitianos no tienen que educarse en el ejemplo de Bosch, sino en el de sus héroes, aunque lo hagan en una planta física que le regaló República Dominicana, porque la solidaridad no puede tener condiciones, pues dejaría de ser tal y pasaría a ser un negocio.
Que los haitianos no deseen tener el nombre de Bosch en una academia que está en su territorio, es algo para mí normal. Lo que sí es anormal es que por donar una planta física a una universidad, los dominicanos cuestionen el nombre que los haitianos le quieran poner a ese complejo.
¿Cuál es la afrenta para los dominicanos porque la universidad se llame Henri Christopher si son los haitianos los que lo ponen y son ellos los que van a estudiar ahí?
El pueblo y el gobierno dominicano dieron un ejemplo al mundo de lo que es solidaridad a pocas horas del terremoto del 12 de enero de 2010 y no vale la pena empañarlo con regateos totalmente mediocres como gritar porque ellos pongan un nombre poco agradable a los dominicanos, aunque enteramente venerable a los haitianos.
La solidaridad no se condiciona, se ofrece sin esperar nada a cambio, ni siquiera una sonrisa, aunque si viene espontáneamente, se disfrute y se agradezca.
No poca gente ha pegado el grito al cielo en estos días porque la planta física que donó República Dominicana al pueblo haitiano para alojar la extensión de la Universidad del Estado de Haití en Le Limonade, lleva el nombre de Henri Christopher.
Como descontento adicional, a alguien se le antojó que un Salón de Conferencias de ese recinto lleve el nombre del ex presidente dominicano Juan Bosch y después que estaba allí su foto y su nombre, fueron eliminados.
Los enojos y los gritos son infundados y ambos hechos realmente han dado lugar a una nueva ola de anti-haitianismo, que ahora arrastra hasta a gente que anteriormente no se sumaba al “nacionalismo en la historia”, que se coloca muy frecuentemente de espaldas a la necesidad del nacionalismo del momento.
El gobierno dominicano hizo muy bien en donar un recinto para la universidad que necesitan los haitianos y debió limitarse a construirla bien, con aseguramiento de que en un próximo sismo de los muchos que vendrán, la estructura no caiga desplomada con alumnos y catedráticos adentro.
Eso sí sería visto como un “Caballo de Troya”.
República Dominicana, además de donar la plana física, no tiene que meter sus narices en qué nombre le ponen los haitianos a ese recinto académico, porque en fin de cuentas son haitianos los que van a estudiar ahí, no los dominicanos.
¡Ah!, ¿Que Christopher en una de sus incursiones persiguiendo a esclavistas por el territorio que hoy corresponde a
República Dominicana cometió crímenes? Eso es repudiable, pero el nombre suyo no se está poniendo a una universidad de Moca o de Santiago, sino a una de Le Limonade, que ellos agradecen que la donara la República Dominicana por iniciativa del gobierno de Leonel Fernández.
Christopher fue un héroe del pueblo haitiano en la lucha contra la esclavitud y un pilar fundamental en la abolición de ese sistema en la isla de Santo Domingo. Es natural que intelectuales y estudiantes haitianos lo honren y designen con su nombre una universidad, sobre todo si se toma en cuenta que fue el fundador de la primera casa de altos estudios en Haití.
Aquí tenemos “héroes” como el general Pedro Santana, que fusiló a lo más granado de los independentistas y exilió a Duarte, y los nacionalistas nunca se han opuesto a que un municipio lleve su nombre en el territorio donde él fue un tirano.
¿Pretende alguien que por el hecho de que República Dominicana done una planta física a Haití también le va a trazar la pauta de a quién deben ellos honrar en sus aulas?
¿Cuál fue el ingenuo que pretendió que los haitianos, que tienen mucho más conciencia y conocimiento de su historia que los dominicanos de la suya, iban a aceptar que un salón de la universidad lleve el nombre de Bosch, de Balaguer, de Peña Gómez o del padre Meriño?
Debe haber más haitianos que dominicanos que saben muy bien que en 1963 el presidente Bosch le ordenó a las Fuerzas Armadas dominicanas que concentraran miles de soldados en la frontera y que aviones de la Aviación Militar Dominicana hicieran vuelos rasantes sobre Puerto Príncipe en un intento de asustar a François Duvalier para que huyera de Haití y abandonara el poder, tal como él mismo lo describió en su libro “Crisis de la democracia de América en la República Dominicana”.
Naturalmente, esa “táctica militar” del presidente Bosch contribuyó no poco a que su gobierno termina en pocos días derrocado por los militares que él pretendía que asustaran a Duvalier, contando con el apoyo entusiasta del gobierno de Estados Unidos y una oligarquía cívica que quería a cualquier costo controlar el emporio agroindustrial que había dejado el dictador Rafael Trujillo.
Bosch cayó derrocado a los siete meses y Duvalier, contra viento y marea, permaneció 18 años en el poder y legó el mando a su hijo Jean Claude, quien se quedó por otros 15 años. El balance de esa “táctica boschista” no pudo ser peor.
Los haitianos no tienen que educarse en el ejemplo de Bosch, sino en el de sus héroes, aunque lo hagan en una planta física que le regaló República Dominicana, porque la solidaridad no puede tener condiciones, pues dejaría de ser tal y pasaría a ser un negocio.
Que los haitianos no deseen tener el nombre de Bosch en una academia que está en su territorio, es algo para mí normal. Lo que sí es anormal es que por donar una planta física a una universidad, los dominicanos cuestionen el nombre que los haitianos le quieran poner a ese complejo.
¿Cuál es la afrenta para los dominicanos porque la universidad se llame Henri Christopher si son los haitianos los que lo ponen y son ellos los que van a estudiar ahí?
El pueblo y el gobierno dominicano dieron un ejemplo al mundo de lo que es solidaridad a pocas horas del terremoto del 12 de enero de 2010 y no vale la pena empañarlo con regateos totalmente mediocres como gritar porque ellos pongan un nombre poco agradable a los dominicanos, aunque enteramente venerable a los haitianos.
La solidaridad no se condiciona, se ofrece sin esperar nada a cambio, ni siquiera una sonrisa, aunque si viene espontáneamente, se disfrute y se agradezca.