Una mujer que revive tradición 'muerta' haciendo muñecos de año viejo

A punta de retazos, algodón, aguja e hilo, Rosalba Roso les da vida a los monigotes de fin de año.

Por: Jonatan Bermúdez

Rosalba Roso nunca ha quemado un añoviejo en su vida. Sin embargo, en los 15 años que lleva haciéndolos, sabe que hay hogares en Bogotá, donde esa práctica es infaltable. "Me fascinan los añoviejos, pero no me nace quemarlos", explica.

COLOMBIA.- Rosalba es una mujer llanera de que desde 1991 comenzó a trabajar en el visitado sector navideño de Galerías. Allí fue donde cautivó a los bogotanos con los muñecos de fin de año, prohibidos desde el 2006 por la administración del ex alcalde Luis Eduardo Garzón, por sus componentes explosivos, pero que en su tierra aún son famosos.

Hoy, y pese al control que el Distrito ejerce contra estas marionetas de fuego, Rosalba cuenta cómo cada año se convierte en la 'madre' de cerca de 70 muñecos, a los que les da vida a punta de retazos de tela, algodón, aguja e hilo. Y que aprendió a hacer siguiendo las guías de los espantapájaros que le pedían para fincas vecinas a la ciudad.

Rosalba dura haciendo cada espantajo cerca de media hora, sin incluir sus caras. "Las figuras son fáciles de hacer, pero de mucha dedicación, pues hay que inventarles ojos, boca y gestos diferentes", cuenta.

Las telas que usa son las sobrantes de manteles y carpetas, artículos navideños que también hace y vende, y los rellena con algodón siliconado, ya que "es de mejor calidad y quema rápido".

A pesar del tiempo que invierte en hacerlos, no se siente mal por la vida tan corta que les tocó vivir, pues el objetivo de un 'añoviejo' es simple: "recoger las malas energías y las cosas que no salieron bien en el año, para luego ser quemados, dejando así limpio el año que comienza", según explica Savina Ayala, clarividente experta en el tema.

El tan conocido monigote ha sido desde siempre una arraigada costumbre que en antaño se le podía ver sentado o acostado en las esquinas de los barrios populares de la ciudad, pues era quien alegraba la medianoche del 31 de diciembre.

Ahora, la tradición no se ha perdido, simplemente dejó de ser tan pública para convertirse en un acto más familiar y hasta personal.

Es más, Rosalba hasta los hace por encargo y de diferentes tamaños, formas y colores. "Se hacen por regiones: si son para el Llano se les pone sombrero llanero; sin son para la Costa, con sombrero 'vueltiao'; y así, para el que quiera", cuenta.

No obstante, hay personas que creen que la quema procede de alguna práctica pagana, pero al consultar a la Iglesia Católica, monseñor Gabriel Londoño, de la iglesia de Las Nieves, expresó que "es simplemente una costumbre".

Por lo tanto, la 'mamá' de los añoviejos puede seguir 'pariendo' más hombres de tela, que cumplen, entre todo, una labor social: llevar al otro mundo las "malas vibras" del pasado.
Jonatan Bermúdez

Especial para EL TIEMPO
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