José Chinguita

Por: Lito Santana
Columnista/El Caribe

Usted podía poner la paila en el fogón, si José (Chinguita) se lo prometía, lo cumplía. Su habilidad para atrapar cualquier tipo de ave se había extendido por toda la comarca.

Era que José, sin la menor instrucción y sin nunca ir a una escuela podía dar seguimiento a cualquier “pajarito” que se le acercara a su entorno. Él, hasta podía contar las visitas.

La rolita que se “tiraba” en el patio, las ciguas de palma que con su cantar alegraba la mañana, la paloma que rondaba su pequeño rancho, hasta la guinea esquiva y huidiza que “aterrizaba” a gran distancia de donde estaba el caserío.

Su habilidad era inmensa. Dícese que un día a José los visitaron unos tíos y apenas él tenía en su pequeño rancho un racimo de plátano y no sabía qué brindarle de comer. ¿Qué hago? se preguntaba angustiado.

Solución

Con mucha discreción mandó a su compadre Miguel a buscar algo de compaña en el colmadito de Andrea, pero ella había salido para el pueblo y el negocito estaba cerrado. ¿Qué hago?, se volvió a preguntar, cuando de repente le llegó a la mente... “la guinea”.Lo pensó en voz tan alta que hasta los visitantes le escucharon. Se acordó de aquella ave que cada mañana, antes de las diez, aterrizaba en su conuco en busca del caldo santo, o cualquier grano de cosechas ya recogidas.

“Eso es la guinea”, se repitió ahora para sí. Sin pensarlo más salió discretamente por la puerta trasera del rancho y dejó a su compadre con la visita. Avanzó rápidamente entre los cultivos hasta llegar a los matorrales.

Ubicó el lugar de aterrizaje del ave y tendió su lazo, una trampa perfecta para lograr su objetivo. Apenas pasaron ocho minutos cuando la cuerda había cumplido con su misión. Al mediodía José, su compadre y los visitantes comieron guinea cimarrona, para él la más sabrosa de toda su vida.
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