Los sueños de dos familias, destrozados por la violencia
Bárbara tenía 29 años, su hija 11, su madre 63 y su amiga, mamá de dos nenas, 35. Sus vidas son la historia de mujeres luchadoras
Micu estaba tan entusiasmada con su fiesta de egresada de la primaria que Bárbara se había metido de lleno y lideraba la organización. Fue ella la que consiguió el lugar para el festejo -un camping de los judiciales- y el miércoles último se había reunido con otros padres para avanzar con todos los detalles para que la celebración -que se iba a hacer dentro de 9 días- resultara un día inolvidable para los chicos.
Las vidas de Bárbara Santos y de su hija Micaela -Micu- Galle Santos terminaron ayer, junto con la de abuela de la nena y una amiga de su madre, segadas por una violencia sin límites ni razón que destrozó dos familias.
Bárbara Santos había cumplido 29 años el viernes. Se había separado hacía tres años y Micaela, de 11 años, era su vida. Luchadora y dispuesta a sacrificios para darle lo mejor a su hija, había trabajado de moza en varios restaurantes de la Ciudad y en los últimos tiempos había logrado el sueño de un trabajo que le dejaba algo más de tiempo para estar con la nena. A mediados de año había ingresado como empleada en la Junta Electoral de la Provincia, donde se desempeñaba en la sede de 13 entre 32 y 33.
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"Acá la queríamos todos, estamos destrozados", le dijeron ayer a EL DIA sus compañeros de Me Piace, el restaurante de 9 y 54 donde trabajó hasta hace unos meses.
"Estoy estremecida. Anoche, justamente, me mandó un mensaje por el teléfono celular, preguntándome cómo estaba. No nos veíamos desde agosto, cuando fue con Micaela a visitarme porque yo había tenido a mi bebé", contó una de sus compañeras.
Trabajadora, siempre amable, siempre de buen humor, dueña de una inmensa paz. Así definen a Bárbara quienes la conocieron, que la describen también como una mujer reservada, que no contaba cuestiones de su vida íntima. Sabían, con todo, que salía desde hacía unos dos años con un hombre "muy celoso, que tenía hasta celos de Micaela".
Así la recuerdan también los padres de los amigos del colegio de Micaela. "Era muy sociable y siempre dispuesta a colaborar en actividades para los chicos", decían anoche, desolados al término de la misa dominical a la que van habitualmente los compañeros de la nena y que ayer se convirtió en una ceremonia en sus memorias.
Micaela -Mik para su mamá- era una buena alumna y mejor compañera que cursaba el último año de la primaria. Estaba en el 6º D del turno tarde del colegio San Cayetano. Vital, con vocación por los deportes, jugaba al hockey en el equipo de la escuela.
"Era muy simpática, solidaria, si te veía bajoneado se acercaba y trataba de levantarte el ánimo", contaba ayer un amigo del colegio de Micaela.
Susana Barttole tenía 63 años, era viuda y estaba por jubilarse de su trabajo de toda la vida en la Justicia, donde se desempeñaba como secretaria administrativa de una Cámara Civil. Bárbara y Micaela, con las que vivía desde que su hija se separó, eran el centro de sus ocupaciones y preocupaciones.
Marisol Patricia Pereyra, la amiga de Bárbara que encontró la muerte ayer junto a ella, tenía 35 años, estaba divorciada y era madre de dos nenas.
Micu estaba tan entusiasmada con su fiesta de egresada de la primaria que Bárbara se había metido de lleno y lideraba la organización. Fue ella la que consiguió el lugar para el festejo -un camping de los judiciales- y el miércoles último se había reunido con otros padres para avanzar con todos los detalles para que la celebración -que se iba a hacer dentro de 9 días- resultara un día inolvidable para los chicos.
Las vidas de Bárbara Santos y de su hija Micaela -Micu- Galle Santos terminaron ayer, junto con la de abuela de la nena y una amiga de su madre, segadas por una violencia sin límites ni razón que destrozó dos familias.
Bárbara Santos había cumplido 29 años el viernes. Se había separado hacía tres años y Micaela, de 11 años, era su vida. Luchadora y dispuesta a sacrificios para darle lo mejor a su hija, había trabajado de moza en varios restaurantes de la Ciudad y en los últimos tiempos había logrado el sueño de un trabajo que le dejaba algo más de tiempo para estar con la nena. A mediados de año había ingresado como empleada en la Junta Electoral de la Provincia, donde se desempeñaba en la sede de 13 entre 32 y 33.
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"Acá la queríamos todos, estamos destrozados", le dijeron ayer a EL DIA sus compañeros de Me Piace, el restaurante de 9 y 54 donde trabajó hasta hace unos meses.
"Estoy estremecida. Anoche, justamente, me mandó un mensaje por el teléfono celular, preguntándome cómo estaba. No nos veíamos desde agosto, cuando fue con Micaela a visitarme porque yo había tenido a mi bebé", contó una de sus compañeras.
Trabajadora, siempre amable, siempre de buen humor, dueña de una inmensa paz. Así definen a Bárbara quienes la conocieron, que la describen también como una mujer reservada, que no contaba cuestiones de su vida íntima. Sabían, con todo, que salía desde hacía unos dos años con un hombre "muy celoso, que tenía hasta celos de Micaela".
Así la recuerdan también los padres de los amigos del colegio de Micaela. "Era muy sociable y siempre dispuesta a colaborar en actividades para los chicos", decían anoche, desolados al término de la misa dominical a la que van habitualmente los compañeros de la nena y que ayer se convirtió en una ceremonia en sus memorias.
Micaela -Mik para su mamá- era una buena alumna y mejor compañera que cursaba el último año de la primaria. Estaba en el 6º D del turno tarde del colegio San Cayetano. Vital, con vocación por los deportes, jugaba al hockey en el equipo de la escuela.
"Era muy simpática, solidaria, si te veía bajoneado se acercaba y trataba de levantarte el ánimo", contaba ayer un amigo del colegio de Micaela.
Susana Barttole tenía 63 años, era viuda y estaba por jubilarse de su trabajo de toda la vida en la Justicia, donde se desempeñaba como secretaria administrativa de una Cámara Civil. Bárbara y Micaela, con las que vivía desde que su hija se separó, eran el centro de sus ocupaciones y preocupaciones.
Marisol Patricia Pereyra, la amiga de Bárbara que encontró la muerte ayer junto a ella, tenía 35 años, estaba divorciada y era madre de dos nenas.