El drástico cambio de una vida activa a la tranquilidad de un asilo
Por: Marlenys Ferreras/Fotos:Roosvert Perez
www.mipaís.com
El drástico cambio de una vida activa a la tranquilidad de un asilo
Con mejor suerte que aquellos que deambulan por las calles, los ancianos que habitan el hogar San Francisco de Asís, gozan del cariño y las atenciones de las monjas y empleados. Sin embargo, algunos no pierden la espereza de volver junto a su familia.
“Me siento bien aquí, pero creo que estaría mejor con los míos”, expresa Mercedes Lora de 81 años, quien permanece alojada desde hace 10 meses en ese lugar.
Mercedes es madre de dos hijas, que debido a sus trabajos no disponen de tiempo para cuidarla. Cuenta que la visitan todas las tarde y que además siempre van otras personas que le llevan jugos y otros alimentos.
La anciana mujer se recupera de de una intervención quirúrgica a la que fue sometida hace poco, debido a una caída que le lesionó una pierna.
La enorme casa, alberga a más de doscientos envejecientes de escasos recursos. La dirección realiza una evaluación de las posibilidades económicas de cada interno para darle prioridad a los más necesitados.
El centro está dividido en dos pabellones, que separan a los hombres de las mujeres y luego en tres áreas cada uno, según las condiciones en que se encuentren los albergados.
“De un lado están los que pueden valerse por sí solos, de otro los que no pueden caminar y los que padecen de algún trastorno mental”, explica sol Guadalupe Flores, encargada del lugar.
Una de las principales razones por las que esos viejitos son llevados allí, es porque sus familiares carecen de tiempo y de recursos necesarios para cuidarlos y porque algunos son vistos como una carga.
Ubaldino de la Cruz Rodríguez, dice que perdió la noción de cuánto tiempo lleva en el hogar, pero sí recuerda que fue uno de sus cinco hijos quien lo trasladó. Lamenta que sus vástagos pocas veces se acuerdan de ir a verlo.
Tiene 112 años y es admirable su lucidez y su estado físico. Agradece y aprecia a las religiosas que con esmero, siempre están pendientes de su salud. Más no y que no pierde la esperanza de algún día regresar a su morada.
Contrario a los anhelos de Ubaldino, Anselmo de Jesús de 87 años, y que desde hace más de 15 vive en ese centro, no reconoce más vivienda y más parientes que sus compañeros de retiro.
“De aquí me voy cuando me muera. Este ya es mi único hogar y mi familia son todos los que viven aquí conmigo, tuve hijos y esposa, pero el mismo tiempo que tengo viviendo aquí, eso mismo tengo sin saber de ellos”.
Sentados ordenadamente y obedientes al timbre que les anuncia que es hora de cumplir con sus deberes, como el de alimentarse, asearse o ir a sus habitaciones, todos esos adultos mayores están acostumbrados a su realidad y comparten y se entretienen, cual si se tratase de un preescolar.
“De vez en cuando realizamos actividades artísticas, en las que se incorporan y participan. Los que pueden hacerlo, claro, también tienen mesas para jugar domino y televisores” señala sor Guadalupe.
El albergue tiene 23 años de fundado, cuenta con la ayuda del Estado, que a través del ministerio de salud pública, provee la asistencia y los medicamentos básicos. También se encarga del salario de los 120 empleados.
Guadalupe manifiesta que el asilo tiene muchas necesidades, entre ellas el equipamiento de un laboratorio clínico.
Indica también que cualquier tipo de ayuda es bien recibida, tanto económica como de manos voluntarias que deseen colaborar con el bienestar de esos.
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El drástico cambio de una vida activa a la tranquilidad de un asilo
Con mejor suerte que aquellos que deambulan por las calles, los ancianos que habitan el hogar San Francisco de Asís, gozan del cariño y las atenciones de las monjas y empleados. Sin embargo, algunos no pierden la espereza de volver junto a su familia.
“Me siento bien aquí, pero creo que estaría mejor con los míos”, expresa Mercedes Lora de 81 años, quien permanece alojada desde hace 10 meses en ese lugar.
Mercedes es madre de dos hijas, que debido a sus trabajos no disponen de tiempo para cuidarla. Cuenta que la visitan todas las tarde y que además siempre van otras personas que le llevan jugos y otros alimentos.
La anciana mujer se recupera de de una intervención quirúrgica a la que fue sometida hace poco, debido a una caída que le lesionó una pierna.
La enorme casa, alberga a más de doscientos envejecientes de escasos recursos. La dirección realiza una evaluación de las posibilidades económicas de cada interno para darle prioridad a los más necesitados.
El centro está dividido en dos pabellones, que separan a los hombres de las mujeres y luego en tres áreas cada uno, según las condiciones en que se encuentren los albergados.
“De un lado están los que pueden valerse por sí solos, de otro los que no pueden caminar y los que padecen de algún trastorno mental”, explica sol Guadalupe Flores, encargada del lugar.
Una de las principales razones por las que esos viejitos son llevados allí, es porque sus familiares carecen de tiempo y de recursos necesarios para cuidarlos y porque algunos son vistos como una carga.
Ubaldino de la Cruz Rodríguez, dice que perdió la noción de cuánto tiempo lleva en el hogar, pero sí recuerda que fue uno de sus cinco hijos quien lo trasladó. Lamenta que sus vástagos pocas veces se acuerdan de ir a verlo.
Tiene 112 años y es admirable su lucidez y su estado físico. Agradece y aprecia a las religiosas que con esmero, siempre están pendientes de su salud. Más no y que no pierde la esperanza de algún día regresar a su morada.
Contrario a los anhelos de Ubaldino, Anselmo de Jesús de 87 años, y que desde hace más de 15 vive en ese centro, no reconoce más vivienda y más parientes que sus compañeros de retiro.
“De aquí me voy cuando me muera. Este ya es mi único hogar y mi familia son todos los que viven aquí conmigo, tuve hijos y esposa, pero el mismo tiempo que tengo viviendo aquí, eso mismo tengo sin saber de ellos”.
Sentados ordenadamente y obedientes al timbre que les anuncia que es hora de cumplir con sus deberes, como el de alimentarse, asearse o ir a sus habitaciones, todos esos adultos mayores están acostumbrados a su realidad y comparten y se entretienen, cual si se tratase de un preescolar.
“De vez en cuando realizamos actividades artísticas, en las que se incorporan y participan. Los que pueden hacerlo, claro, también tienen mesas para jugar domino y televisores” señala sor Guadalupe.
El albergue tiene 23 años de fundado, cuenta con la ayuda del Estado, que a través del ministerio de salud pública, provee la asistencia y los medicamentos básicos. También se encarga del salario de los 120 empleados.
Guadalupe manifiesta que el asilo tiene muchas necesidades, entre ellas el equipamiento de un laboratorio clínico.
Indica también que cualquier tipo de ayuda es bien recibida, tanto económica como de manos voluntarias que deseen colaborar con el bienestar de esos.