Un Minuto en 506 páginas

Una madre que recién alumbra un hermoso niño, con un parto en el que no están ausente imprevistos, sobresaltos y los corre-corre de rigor en esos casos. Guardando distancias, el pasado jueves Ramón Colombo dio a la luz Un Minuto, su libro. Viene a ser el más pequeño de sus vástagos, porque su columna casi treintañera está indisolublemente ligada a lo que ha sido el discurrir y la vida cotidiana de Laura, Ernesto, Enrique, León Felipe y Paloma.
No es una recopilación pura y simple de artículos periodísticos, como ha sido práctica entre muchos colegas. Literatura y periodismo van de la mano en el libro de Colombo, de 506 páginas, y que tuvo el honroso privilegio de ser presentado por dos plumas de estirpe: Juan Bolívar Díaz y Pedro Delgado Malagón.
Todo un universo de cosas, detalles, pasajes de vivencias de acontecimientos nacionales e internacionales recogidos en Un Minuto es, asimismo, un universo, una vastedad de temas que nos transportan a través del tiempo, de la cotidianidad, de las distancias en esos escritos que su autor inició hace 29 años.
Colombo es periodista a tiempo completo. Tan solo con dar un vistazo a su obra se llega a la conclusión de que el autor ha sido partícipe de episodios imborrables de la realidad nacional y cotidiana. Pero también allende los mares.
Hay un dominio del lenguaje literario, y por qué no, hay prosa poética entre la multiplicidad de temas incluidos (política, cultura, medio ambiente, deportes, sucesos, entre tantos otros).
Juan Bolívar Díaz, brillante periodista que enaltece el oficio, dice de él: “Hace muchos años que sostengo que Colombo es el mejor escritor del periodismo dominicano, por lo menos en el dominio estético de las letras, en la capacidad para esculpir una crónica, un reportaje o una semblanza. Su columna tiene el mérito adicional de la brevedad, manteniendo la profundidad”.
Pedro Delgado Malagón, tan consumado en la literatura como en la ingeniería, dice que “Ramón Colombo es un viejo, entrañable e irrepetible prodigio de nuestro periodismo. Pienso que una antología de los Minutos escritos por él –materia bronca, reacia, humana, vital-nos servirá para entender la íntima antropología del dominicano de nuestro tiempo”.
La defensa de una sociedad más justa, más humana. Un soñador, quizás. Pero cada columna Un minuto se identifica con lo justo (de eso se trata), contra la mediocridad, contra la arrogancia, la falsedad y la hipocresía.
Un ‘defecto’ en Colombo, innato en él y reflejado en sus escritos: Le duele el dolor ajeno. Como tal, tiene que identificarse con los más sufridos, que son los que menos tienen. Un Minuto, colección de vivencias y episodios, tiene sabor a pueblo. En el libro hace referencia a sus amigos del maroteo, niñez y adolescencia incluidas, sus primeros hálitos de vida en el número 100 de la Baltazara de los Reyes, por donde se ubica el pulmón natural de la siempre popular Villa Consuelo.
Pero aquí les dejo lo que plasma Colombo de lo que es su intención al coleccionar sus Minutos: “La intención. Es el basamento, pues comprendo que Un Minuto, en su intención, forma y contenido, debe estar al servicio de lo que entiendo como las causas más trascendentes de la humanidad; debe estar al servicio de la justicia, de la paz, de la igualdad; debe estar al servicio del interés colectivo. Ese ha sido y sigue siendo mi compromiso irrenunciable”.
Nos atrevemos a decir aquí que Un Minuto, en sus 506 páginas, es de colección. Una decena de diarios nacionales han plasmado esta columna en sus páginas, en tiempos distintos.
La Cueva Santa Ana, con su anfiteatro al natural, fue el escenario para poner en circulación a Un Minuto, con un Colombo super satisfecho por la entusiasta participación de sus invitados, entre los que había periodistas (como debe ser), literatos, académicos, políticos, artistas, deportistas, en fin, gente que siempre le ha seguido y querido.
Allí se compartió en medio de frituras al estilo Villa Mella, de lso tragos servidos por el Colmado del Simpático Boboche (apodo de Colombo cuando niño), cocos de agua dao, la natural, con el coquero Roberto, ah, y hasta se bailó con el grupo de son Maniel, del buen amigo César Nannúm.
Por Felipe Mora
felipemora56@gmail.com