Música estridente y consumo de alcohol: calles convertidas en discotecas
Instalarse en las vías públicas a ingerir bebidas alcohólicas es una práctica habitual, principalmente en los barrios de clase más deprimida, donde las aceras se transforman en discotecas improvisadas.
La población ha tomado como costumbre, utilizar las areas comunes, especialmente los fines de semana, para formar parrandas, acción que obstruye el paso a los que por allí transitan.
Ya sea frente a sus propias viviendas, o en sus negocios o en áreas comunes, la gente ocupa todo el perímetro, sin importar los contratiempos que eso puede causar. Generalmente se hace porque representa una forma de disfrute con poca inversión económica.
Un claro ejemplo es el de Francisco Camilo, residente en Las Caobas, en Santo Domingo Oeste, quien un sábado tras otro, desde tempranas horas de la mañana, acomoda delante de su domicilio una mesa para jugar dominó y junto a ella una enorme bocina, que llama la atención de otros vecinos y visitantes que se integran a jugar una "manito".
A esto Camilo alega que lo hace para pasar un buen rato y que en su territorio tiene derecho a hacer lo que quiera.
En cambio Luz María Coronado, considera que la actitud de su vecino es una total falta de respeto.
"A mí me parece demasiado irrespeto y una falta de consideración de su parte. Esa música a todo lo que da todo el día pone a cualquiera loco y no solo eso, porque si lo hace en su patio es menos grave, pero los vagos de por aquí y los que llegan a la barbería que está al lado se cogen todo el pedazo. Ahí se dicen cuantas palabras descompuestas puedan existir" expresa.
Asimismo, en el ensanche Las Américas, don Manuel Acosta, un anciano de 72 años se queja del bullicio y del caos que impera en el bloque en el que vive, ubicado entre dos colmados que se han robado la paz del lugar.
"La bulla que hay por aquí es insoportable, eso es escándalo por todos lados, a veces tiene la gente que tirarse a la calle para poder caminar, porque los clientes es afuera que se plantan a beber", dice.
Respecto a este tipo de tertulias callejeras, Antonio Hasbún, profesor de sociología, expresa que ese comportamiento de la sociedad es una manera de contrarrestar los problemas, con lo que a la vez crean otro.
"A la población le gusta hacer ese tipo de cosas para aligerar un poco las presiones y las dificultades socioeconómicas, pero también contribuyen al desorden, a la intranquilidad y al mal ejemplo. La sociedad experimenta una falta de civismo extraordinaria, cuando no son los colmadones, son los vehículos estacionados con una música altísima, no respetan viviendas, iglesias, escuelas ni hospitales, pero eso es producto de la carencia de valores en la que vivimos".
Con el propósito de regular el consumo de bebidas alcohólicas en zonas de dominio público (aceras, avenidas, parques, etc.) el Ministerio de Interior y Policía elaboró un anteproyecto de ley, que también busca inspeccionar los niveles de ruido en los centros de expendio.
De aprobarse la ley, quien la desacate puede llegar a pagar multas de entre 50 a 100 salarios mínimos y penas de entre seis meses a dos años de cárcel.
El anuncio de esta medida ha desatado disímiles reacciones en la ciudadanía, unos la aplauden otros la condenan, pero lo cierto es que procura aliviar un dolor de cabeza que roba la paz a muchos.
La población ha tomado como costumbre, utilizar las areas comunes, especialmente los fines de semana, para formar parrandas, acción que obstruye el paso a los que por allí transitan.
Ya sea frente a sus propias viviendas, o en sus negocios o en áreas comunes, la gente ocupa todo el perímetro, sin importar los contratiempos que eso puede causar. Generalmente se hace porque representa una forma de disfrute con poca inversión económica.
Un claro ejemplo es el de Francisco Camilo, residente en Las Caobas, en Santo Domingo Oeste, quien un sábado tras otro, desde tempranas horas de la mañana, acomoda delante de su domicilio una mesa para jugar dominó y junto a ella una enorme bocina, que llama la atención de otros vecinos y visitantes que se integran a jugar una "manito".
A esto Camilo alega que lo hace para pasar un buen rato y que en su territorio tiene derecho a hacer lo que quiera.
En cambio Luz María Coronado, considera que la actitud de su vecino es una total falta de respeto.
"A mí me parece demasiado irrespeto y una falta de consideración de su parte. Esa música a todo lo que da todo el día pone a cualquiera loco y no solo eso, porque si lo hace en su patio es menos grave, pero los vagos de por aquí y los que llegan a la barbería que está al lado se cogen todo el pedazo. Ahí se dicen cuantas palabras descompuestas puedan existir" expresa.
Asimismo, en el ensanche Las Américas, don Manuel Acosta, un anciano de 72 años se queja del bullicio y del caos que impera en el bloque en el que vive, ubicado entre dos colmados que se han robado la paz del lugar.
"La bulla que hay por aquí es insoportable, eso es escándalo por todos lados, a veces tiene la gente que tirarse a la calle para poder caminar, porque los clientes es afuera que se plantan a beber", dice.
Respecto a este tipo de tertulias callejeras, Antonio Hasbún, profesor de sociología, expresa que ese comportamiento de la sociedad es una manera de contrarrestar los problemas, con lo que a la vez crean otro.
"A la población le gusta hacer ese tipo de cosas para aligerar un poco las presiones y las dificultades socioeconómicas, pero también contribuyen al desorden, a la intranquilidad y al mal ejemplo. La sociedad experimenta una falta de civismo extraordinaria, cuando no son los colmadones, son los vehículos estacionados con una música altísima, no respetan viviendas, iglesias, escuelas ni hospitales, pero eso es producto de la carencia de valores en la que vivimos".
Con el propósito de regular el consumo de bebidas alcohólicas en zonas de dominio público (aceras, avenidas, parques, etc.) el Ministerio de Interior y Policía elaboró un anteproyecto de ley, que también busca inspeccionar los niveles de ruido en los centros de expendio.
De aprobarse la ley, quien la desacate puede llegar a pagar multas de entre 50 a 100 salarios mínimos y penas de entre seis meses a dos años de cárcel.
El anuncio de esta medida ha desatado disímiles reacciones en la ciudadanía, unos la aplauden otros la condenan, pero lo cierto es que procura aliviar un dolor de cabeza que roba la paz a muchos.