La prostitución, ¿mejor clandestina?

Por: Ricardo de Querol

Pero la mayoría de los países desarrollados entendieron hace tiempo que es difícil obligar a una mujer a culminar un embarazo que rechaza, que es peor perseguir y encarcelar a las que lo interrumpan, y que es imprudente empujar esta práctica a la clandestinidad. Así que casi todos los gobiernos occidentales han regulado el aborto en plazos y supuestos determinados y dejan que cada afectada decida según su conciencia y sus circunstancias.

Muchas personas consideran inaceptable el consumo de las drogas ilegales. Sus efectos sanitarios y sociales son dañinos. Desde hace un siglo las autoridades de EE UU, primero, y de casi todo el mundo, después, han perseguido a productores, traficantes y consumidores. Las normas se endurecieron sucesivamente a golpe de alarma social (por ejemplo en los 80, cuando la heroína hizo estragos). El resultado es que las cárceles están llenas de tristes camellos o explotadas mulas, eslabones débiles de la cadena del narco, mientras la droga es abundante en la calle y su consumo elevado entre los ciudadanos: el 10% de la población española consume regularmente cannabis y un 1,2%, cocaína, según datos oficiales.

Muchas personas rechazan la prostitución. Pero ¿de verdad piensan que se puede abolir? Para empezar dejará de anunciarse en los periódicos. ¿Perderán con ello a muchos clientes, abandonará el oficio una sola mujer explotada? Si la prostitución fuera a desaparecer de un plumazo por ser ilegalizada, cabría el debate que quieren abrir los abolicionistas, bonito nombre que remite al fin de la esclavitud. Si el desafío, en realidad, es combatir a las mafias de la trata de mujeres y proteger a sus víctimas, ¿cómo ayudamos más? ¿Empujando a la clandestinidad?

En los países comunistas, oficialmente, la prostitución no existía. Era imposible, decían hace unas décadas los líderes soviéticos o cubanos, tal servidumbre en una sociedad socialista. Sin embargo, al turista extranjero le llovían las proposiciones sexuales de pago nada más bajarse del avión y antes de deshacer la maleta. Una idea repetida hoy por el feminismo es que la prostitución es intrínsecamente indigna para la mujer y nunca es ejercida voluntariamente. Es un diagnóstico cargado de buena intención pero demasiado simple para un asunto complejo, que está relacionado con una cultura machista y también con la débil condición humana, que merece tanto estudio sociológico como antropológico, que responde tanto a desigualdades de género como a los abismos económicos y en el acceso a la educación.

Los países han ensayado distintas vías para tratar la prostitución: en la mayor parte de EE UU es un crimen; en Alemania o en Holanda las meretrices tienen licencia, pagan Seguridad Social y se afilian a sindicatos. Suecia ensaya fórmulas nuevas: no persigue a las chicas pero sí a los clientes. En ningún lugar, ni en el Afganistán del burka, se ha erradicado el fenómeno. Incluso allí donde se ha legalizado el negocio, también opera la delincuencia organizada moviendo a mujeres indefensas entre burdeles y entre países. Ni la mano dura ni la regulación son recetas mágicas.

España es uno de los países más permisivos de hecho, que no de derecho, porque todo queda en el vacío legal. Cualquier observador extranjero se sorprende de que los prostíbulos se anuncien con grandes letreros de neón en la carretera o en los barrios, de que sus anuncios se hayan publicado siempre en los diarios más respetables, de que nuestros pueblos fronterizos se estén convirtiendo en parques temáticos del sexo de pago.

La tolerancia social ha sido considerable: en la tradición ibérica, el hombre se desahogaba con fulanas porque en casa tenía a una santa; el nacionalcatolicismo nunca hizo nada por acabar con esa vía de escape para los varones, ni tampoco los poderes democráticos. Escribió María R. Sahuquillo que los clientes de los clubes de alterne son hoy "cada vez son más jóvenes, señal de que las nuevas generaciones observan el intercambio de sexo por dinero más lejos de los tabúes y más cerca de lo socialmente aceptado".

Ese clima de tolerancia quizás empiece a cambiar según va quedando claro que el negocio está mayoritariamente controlado por mafias que explotan a inmigrantes. El que era Ministerio de Igualdad sostenía, sin aportar más datos, que un 90% de las prostitutas son víctimas de trata de blancas. Informes de la ONU rebajaban ese porcentaje a una de cada siete prostitutas en Europa, que es mucho menos pero no es poco.

Los resultados de las redadas policiales, sin embargo, son desalentadores. Se detiene a decenas de proxenetas cada año, la policía vende en sus notas de prensa que ha "liberado" a cientos de mujeres prostituidas en operaciones espectaculares, pero luego muy pocas de ellas declaran contra su chulo, que habitualmente queda impune, y la mayoría vuelve a ponerse el uniforme de lencería y tacones. El plan del Gobierno contra la trata se estrella contra el silencio de las supuestas víctimas. Una explicación es que están aterrorizadas, que temen por sus vidas y por sus familias en el país de origen. Otra es que no todas desean abandonar su profesión, por indigna que parezca, porque sus alternativas son peores o inexistentes.

Los límites de lo voluntario (o lo obligado por la necesidad) y lo forzado no siempre están claros: una mujer puede ejercer la prostitución por decisión consciente pero estar siendo explotada y sufrir un trato inhumano. No hace falta sostener que todas vinieron engañadas para tomar medidas contra los proxenetas que pisotean sus derechos.

El director de cine Fernando León de Aranoa se sumergió en este mundo para preparar su película Princesas. "He podido conocer a muchas prostitutas y hablando con ellas he descubierto cosas tan obvias como que sus hijos hacen la primera comunión. Finalmente, trabajan por dinero, como hacemos la mayoría", dijo a Elsa Fernández-Santos. "Una se prostituye porque tiene que mandar dinero a sus hijos, y la otra tiene las necesidades del mundo en el que vivimos. Quiere dinero para comprarse ropa, para operarse el pecho... La prostitución nace desde muchos lugares y no es tan ajena como queremos pensar.

A veces nace de la casualidad, con alguien que un día te hace un regalo, o como algo ocasional, para cubrir los gastos después de varios meses sin encontrar trabajo.. Hay muchas clases de putas y hay putas por miles de motivos distintos". Y ¿qué dicen ellas? El colectivo Hetaria lleva tiempo diciendo que las prostitutas estarían mejor con todos los papeles, con derechos, con menos miedo a acudir a la policía.

Nos faltan datos aunque nos hemos empeñado en buscarlos. Dos periodistas de esta casa, Mónica Ceberio y Álvaro de Cózar, publicaron una serie de reportajes tras una exhaustiva investigación en 2009. El diagnóstico más prudente posible era alarmante: "Si hubiera 45.000 prostitutas en España -las cifras más bajas de la ONU y de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado-, y sólo el 10% estuvieran obligadas (porcentaje que calculan los propios empresarios del sexo), estaríamos hablando de miles de esclavas, un drama invisible que provoca una escasa preocupación social".

Hemos informado de cómo las chicas son reclutadas entre los pobres de países pobres; cómo se las aterroriza obligándolas a firmar que renuncian a su vida; cómo se las fuerza a estar disponibles las 24 horas o se las presiona para que perdonen el preservativo. "¿Tú quieres que te rompa la cabeza?", le decía el proxeneta a sus empledas en un caso que terminó en absolución. Aumenta el uso de chicas menores de edad. Los empresarios de los burdeles y los traficantes de mujeres son grupos separados que evitan implicarse entre sí; algunas bandas están formadas por tan pocas personas que su caída no pone en peligro en negocio.

Entonces, ¿de qué hablamos? No de moralidad, ni de si un trabajo es indigno por naturaleza, sino sobre todo de derechos humanos: de explotación, amenazas de muerte, palizas, violaciones. Pues bien, cuando hemos ido dando todas estas informaciones de lo que ocurre en las redes de prostitución, muchos lectores nos afeaban la incoherencia de contar esto y acoger, unas páginas más allá, los anuncios de contactos. La Defensora del Lector recogió este debate. Quedó claro, en todo caso, que la independencia informativa de este periódico no está en cuestión por un puñado, o varias páginas, de anuncios breves.

Este diario y otros siguen aceptando esos anuncios aunque rechazan las fotos y los textos obscenos, que persisten en otros periódicos; solo dos de los de difusión nacional (Público y La Razón) los vetan. Un vistazo rápido a los clasificados da una idea del mapa de la prostitución: una minoría de españolas; muchos pisos especializados en latinas, europeas del Este, africanas u orientales; algunas transexuales; un número notable de hombres ofreciéndose a hombres y rarísimas ofertas de sexo de pago para mujeres. El Consejo de Estado da argumentos al Gobierno para respaldar una prohibición por ley como la que planteó Bibiana Aído. Los editores de diarios preguntan por qué van a tener que rechazar anuncios profesionales de un negocio que no es ilegal, y se sienten discriminados porque saben que la publicidad de contactos tendrá todo el campo abierto en Internet.

Si ha sido tan difícil introducir la Ley Sinde contra los principales sitios de descargas ilegales de cine y música, y vaticinamos que va a servir de poco, adivinen si sería posible censurar un universo de millones de mensajes cortos. Eso sin contar con que muchas salieran de pisos y se echaran a la calle a por los clientes que no saben navegar en la Red.

La publicidad de los burdeles probablemente desaparezca más pronto que tarde de la prensa, por autorregulación o por imposición, como desapareció la del alcohol o la del tabaco, pero esta batalla librada contra la prostitución no tendrá más impacto que el simbólico. Los abolicionistas buscarán dar nuevos pasos, pero pesa demasiado la lección histórica de que la ley seca solo sirvió para engrandecer a Al Capone. La regulación está muy lejos de ser una solución ideal, pero ¿estarían los empresarios más vigilados y las mujeres un poco más protegidas? Eso parece lo urgente. Utopías en otro momento.
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