Manolo, hoy 21 de diciembre...


Las Fuerzas Armadas dominicanas del siglo veinte no tenían ninguna experiencia de combate con tropas enemigas de otro Estado. Ni siquiera cuando el tirano declaró la guerra a Hitler, para alinearse con los “aliados”, después de una breve insinuación inicial con el eje nazi fascista, el ejército entró en guerra real con fuerzas adversarias, aún cuando algunas embarcaciones dominicanas fueron hundidas en el Caribe por submarinos nazis.

La usanza militar de refriega de los militares dominicanos, en términos modernos, estuvo subordinada a los objetivos trazados por el ejército de ocupación norteamericana (1916-24), en la llamada cruzada de pacificación en todo el territorio nacional, dirigido en gran medida contra los patriotas que resistían la intervención extranjera en el Este. El ejército moderno dominicano es producto de esa intervención militar foránea.

Trujillo intervino en los asuntos políticos internos de otros países, llegó a ordenar asesinatos de opositores e incluso de mandatarios, pero no se embarcó en ninguna operación militar de soldados contra países enemigos, a pesar de haber amenazado con bombardear, por lo menos en dos ocasiones, a La Habana y Ciudad de Guatemala.

Las acciones del ejército dominicano moderno fueron ejecutadas contra sus propios hermanos, los combatientes antitrujillistas que desembarcaron en la bahía de Luperón (1949) y la raza inmortal del 14 de junio de 1959 en Constanza, Maimón y Estero Hondo.

Ese ejército pudo haberse enfrentado a la bien fortificada expedición de Cayo Confites (1947), que según los estudiosos de aquel tiempo histórico tenía posibilidades de éxito y poseía armamentos superiores a los que en ese momento tenía Trujillo, así como por el grueso de los combatientes (alrededor de 1,500 hombres), muchos veteranos de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Civil Española; pero Trujillo compró al jefe de ejército cubano, quien impidió la salida de los combatientes hacia Santo Domingo, horas antes de su salida desde territorio cubano.

Cuando cae la dictadura en 1961, y al calor de la salida de Ramfis y sus familiares del país, las Fuerzas Armadas vivieron una coyuntura reivindicativa, al protagonizar hechos históricos en los cuales se confundieron con el pueblo en las calles, en la lucha por la libertad; nuevos héroes surgieron de sus entrañas, en actos de conversión, identificándose con ideales democráticos.

Lo que pareció ser un nuevo rumbo de institucionalidad democrática en los cuarteles, con el ascenso al poder del profesor Juan Bosch, fue malogrado, cuando las Fuerzas Armadas perpetraron un golpe de Estado que depuso el gobierno democrático y constitucional, apenas siete meses después de su toma de posesión.

Pienso que las Fuerzas Armadas debieron someterse a un proceso de depuración y adiestramiento sicológico, profesional y humano, para que pudiese operar un tránsito ordenado de la tiranía a la democracia. Ellas fueron creadas sobre la base del sostenimiento de un régimen de fuerza brutal y de pautas despóticas, basadas en la represión interna de los opositores a una dictadura, sin cumplir con las atribuciones constitucionales de defensa de la soberanía y preservación de la Independencia Nacional; obedecieron a un jefe megalómano que todo lo que tocó lo corrompió o lo anegó en sangre.

Al quedar intactas su formación, mentalidad y línea de mando bajo los símbolos del pasado trujillista, no bastó que pasaran formalmente a integrarse al sistema de vida democrática, sino que era necesario un reordenamiento institucional y un saneamiento profundo en su mentalidad homicida. Un distinguido ciudadano, el doctor Luis Manuel Baquero, quien era el secretario general de la Unión Cívica Nacional, planteó públicamente la disolución de los cuerpos castrenses y un llamado a reestructurarlos bajo un criterio selectivo de análisis síquico, cultural y democrático que anulara la herencia omnipresente del pasado trujillista.

Nadie le hizo caso, mucho menos su propio partido. La saña con la cual fueron perseguidos y asesinados los guerrilleros constitucionalistas, encabezados por el doctor Manuel Aurelio Tavárez Justo, cuando se alzaron para protestar contra el golpe de Estado y demandar el retorno a la constitucionalidad, solamente puede explicarse en ese contexto de mentalidad trujillista de supresión de la vida humana y de crueldad.

Sofocados los diversos frentes que operaron en las montañas, casi simbólicamente, sin representar peligro militar alguno, el 21 de diciembre de 1963, solamente permanecía un pequeño grupo liderado por Tavárez Justo, que decidió acogerse a las garantías de preservación de sus vidas que había hecho públicamente uno de los triunviros que desgobernaban al país, si se rendían a las tropas militares. Con sus camisetas blancas en las puntas de los fusiles, los guerrilleros se entregaron a una patrulla militar que los abordó en el recodo de un camino. No valieron argumentos, súplicas ni palabras, separados fueron asesinados, con tiros de gracia, sin piedad ninguna.

No hubo necesidad de recibir órdenes. El fantasma de Trujillo sobrevolaba la enhiesta cordillera y operaba en la psiquis recóndita de aquellos soldados. Y el país de entonces, recibía una herida profunda en su alma democrática, en el sacrificio de sus hijos más puros y nobles.
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