Reportaje: Matar al Rey
(Por: Carlos García)
Cuando los ejércitos del III Reich tomaron París se apoderaron de los archivos policiales de la Sûreté para utilizarlos con fines represivos. Al retirarse de París las tropas alemanas, los sacaron del país y los distribuyeron en diferentes castillos de Alemania, Silesia y Checoslovaquia. De la eficacia burocrática de la policía francesa da cuenta la magnitud de la documentación, cerca de dos millones de fichas, seis kilómetros lineales de documentos.
Una amplia panorámica del juego, el crimen, los traficantes de armas, de mujeres, de estupefacientes, los anarquistas expropiadores y los estafadores de guante blanco. Entre todos ellos y de manera destacada brillan los extranjeros que llegaron a Francia en el periodo de entreguerras. Sus dossiers son los únicos que cuentan con las correspondientes fotografías de frente y perfil. Aquí encontramos a un grupo selecto de españoles, "los reyes de la pistola obrera de Barcelona".
Este pomposo título lo inventó uno de ellos, Juan García Oliver, sin lugar a dudas el más audaz y el más capaz de aquellos reyes. Nacido en Reus en 1901 había llegado a París en el invierno de 1925 tras cumplir dos años de condena por el asalto al bar Alhambra de Manresa. Entre sus mesas, pistola en mano, y junto a Francisco Ascaso, acribilló a balazos a cuatro pistoleros del Sindicato Libre, un sindicato amarillo al servicio de la patronal.
Además de hombre de acción, que es como a ellos les gustaba llamarse, García Oliver fue el más ilustrado de los reyes de la pistola obrera. Y no tanto porque años más tarde llegase a ser ministro de Justicia, que no es moco de pavo tratándose de un obrero anarquista, sino porque en su vejez, amarga, exiliada y mexicana, nos dejó un apasionante libro de memorias, una gran novela. El eco de los pasos.
El eco de sus pasos en el París de 1926 va acompañado de los de Buenaventura Durruti, Francisco Ascaso y Gregorio Jover, que llegaron a París en este mismo año tras una larga gira por tierras americanas. Su viaje no tenía más objeto que eludir la implacable persecución policial que padecían.
En el haber de Durruti, Ascaso y Jover figuraban numerosos atracos, como el asalto a la sucursal del Banco de España en Gijón, o acciones justicieras de gran calibre, como la que llevó a cabo Francisco Ascaso al asesinar al cardenal y arzobispo de Zaragoza Juan Soldevilla. Por entonces, en 1923, se hacían llamar los Solidarios.
En Sudamérica, Durruti, Ascaso y Jover se bautizaron como los Errantes. Sus atracos los iniciaron en México, los prosiguieron en Cuba y Chile y finalmente, en febrero de 1925, recalaron en la Argentina.
En Buenos Aires sus primeros golpes fueron en establecimientos de poca monta como las oficinas del tranvía del barrio de Palermo y otras similares de la estación de Caballito. A pesar de la intensa búsqueda por la policía argentina de los autores, identificados gracias a los informes y fotografías remitidos por la policía española, los Errantes ejecutaron su último golpe el 19 de enero de 1926.
El atraco al Banco Argentino de la ciudad de San Martín se realizó a lo grande y las pistolas fueron sustituidas por armas largas. Para la leyenda queda aquel grito ronco con el que Durruti amedrentó a los empleados al entrar en el banco: "¡Al que se mueva, cuatro tiros!". Minutos después desaparecieron en un potente automóvil con la suma de 64.000 pesos.
A finales de marzo de 1926 los Errantes pusieron fin a su periplo y embarcaron en Montevideo con destino a Europa.
Un mes más tarde atracaron en el puerto de Cherburgo. Viajaban con pasaportes uruguayos falsos. Durruti se hacía llamar Ramón Cotelo, Ascaso Salvador Arévalo y Jover atendía por Vittorio Repetto.
Según sus pasaportes todos ellos eran comerciantes de profesión y a tenor del corte de sus trajes y el volumen de sus maletas no parecían marcharles del todo mal los negocios. En París se alojaron en un piso de alquiler de la Rue Legendre. No tardaron en encontrarse con García Oliver en el café Thermomètre de la plaza de la República.
Tras los abrazos de rigor, García Oliver les informó de la situación de los Solidarios en París y de lo que se traían entre las manos. A través de los anarquistas italianos habían recibido un mensaje de Malatesta pidiéndoles que liquidaran cuanto antes a Mussolini. Sin embargo, y a pesar de haber aceptado la misión, los italianos parecían ahora echarse atrás. Entonces habló Durruti: "Hemos de considerarnos desligados de todo compromiso, de lo que me alegro, pues nos restituye la libertad para darnos un objetivo propio. Y quiero proponeros el objetivo: puesto que el Rey estará en París de paso para Inglaterra, sugiero que analicemos las posibilidades de acabar con él".
Aunque García Oliver escribirá en sus memorias que desde el principio consideró la propuesta como un suicidio, el plan de asesinar a Alfonso XIII fue aceptado por todos.
En la siguiente reunión Durruti los dejó boquiabiertos. Días antes había comprado un imponente Fiat tras pagar 10.000 francos en efectivo. Además había acudido junto con Ascaso a una de las mejores armerías de París, la Maison Vernay-Carron, donde compraron tres Winchester de repetición y cinco revólveres Colt del 45.
Tras su jornada de compras se desplazaron en el Fiat al bosque de Senart para comprobar la eficacia de las armas.
Al finalizar los ejercicios de tiro, Ascaso y Durruti estudiaron el itinerario previsto del Rey por las calles de París y decidieron matarlo en la plaza de la Concordia. Cuando García Oliver preguntó en detalle cómo pensaban realizarlo Durruti le respondió:
"En enfilando hacia el auto del fulano, los cuatro disparáis las armas en fuego cerrado. Yo conduciré el auto y Paco se sentará a mi lado, por si algo me ocurriera, poder tomar la dirección del volante. De salida, por el camino, os vais bajando del auto, cada cual por su lado, como si nada hubiera ocurrido; muerto el rey, concentrémonos todos en Barcelona, sería muy buena salida".
En sus memorias, García Oliver se lamentará de no haber puesto en aquel instante punto final a tan descabellada empresa.
"Así de sencillo: un auto, unos fusiles, unas pistolas y cinco hombres, con Durruti al volante. Parecía darse por descontado que no existiría barrera protectora para los reyes, ni gendarmes ni policías, ni cierre del tránsito por donde sería calculada la ruta. Se descontaba la eficiente preparación de la policía parisiense, que seguramente ya llevaba unos días siguiendo los pasos de los refugiados y anarquistas españoles".
Acertaba. En uno de los papeles incluidos en el dossier Durruti de la Sûreté y con fecha del 24 de junio de 1926, la policía da cuenta al ministro del Interior de la presencia de Durruti en París, así como de la compra del automóvil y de las prácticas de tiro. Igualmente dan los nombres del resto de los implicados en un plan para asesinar al Rey de España en las calles de París.
Al día siguiente Durruti y Ascaso fueron detenidos en su domicilio y gracias al informe de los policías que practicaron la detención sabemos que ambos portaban pistolas Astra 9 milímetros. En el registro de la habitación los policías hallaron en un armario y envueltos en mantas los Winchester y los revólveres. Inmediatamente los anarquistas españoles fueron conducidos a las dependencias policiales.
En los interrogatorios, Durruti confirmó el proyecto de asesinar al Rey:
"Quiero precisar en este momento que yo actuaba por iniciativa propia. No tengo cómplices. Consideraba que si llegaba a cumplir mi objetivo de matar al rey, provocaría una revolución en España. No es por odio personal al soberano por lo que me proponía actuar, pues lo respeto como hombre pero no como rey y estimo que su desaparición podría ayudar a la salvación de España. No manifesté mi proyecto más que a mi compatriota Ascaso, que, siendo anarquista como yo, no podía sino aprobarlo. Él probablemente me hubiera acompañado, pero no puedo decir que hubiera tomado parte personalmente en la realización del atentado".
La suerte acompañó a García Oliver, que pudo eludir la acción policial abandonando precipitadamente su domicilio y refugiándose para pasar la noche en un prostíbulo del Temple. A los pocos días, y gracias a la ayuda de anarquistas franceses, pudo trasladarse a Bruselas. Meses después regresaría clandestinamente a España, aunque apenas cruzada la frontera y en las cercanías de Pamplona fue detenido por la Guardia Civil. Permanecería en prisión hasta la proclamación de la República.
Ascaso, Durruti y Jover fueron juzgados en París el 7 de octubre de 1926 y condenados por los delitos de rebelión, tenencia de armas de fuego y uso de documentación falsa.
Las penas fueron muy leves, seis meses de prisión para Ascaso, tres meses para Durruti y dos meses para Jover. El Gobierno francés, tras una dura campaña de agitación por parte de los libertarios franceses, desestimó las solicitudes de extradición de los condenados cursadas por los Gobiernos de España y Argentina.
La suerte del archivo de la Sûreté capturado por los nazis y que custodia los documentos policiales de este regicidio frustrado volvió a cambiar cuando el Ejército ruso tomó Berlín. En 1945-1946 los papeles abandonaron su lujoso alojamiento en los castillos de Silesia y Checoslovaquia y fueron trasladados a un depósito del KGB situado al norte de Moscú. Allí fueron revisados y estudiados todos y cada uno de los dossiers y en sus portadillas estampado el sello de los servicios de documentación soviéticos.
Cuando los ejércitos del III Reich tomaron París se apoderaron de los archivos policiales de la Sûreté para utilizarlos con fines represivos. Al retirarse de París las tropas alemanas, los sacaron del país y los distribuyeron en diferentes castillos de Alemania, Silesia y Checoslovaquia. De la eficacia burocrática de la policía francesa da cuenta la magnitud de la documentación, cerca de dos millones de fichas, seis kilómetros lineales de documentos.
Una amplia panorámica del juego, el crimen, los traficantes de armas, de mujeres, de estupefacientes, los anarquistas expropiadores y los estafadores de guante blanco. Entre todos ellos y de manera destacada brillan los extranjeros que llegaron a Francia en el periodo de entreguerras. Sus dossiers son los únicos que cuentan con las correspondientes fotografías de frente y perfil. Aquí encontramos a un grupo selecto de españoles, "los reyes de la pistola obrera de Barcelona".
Este pomposo título lo inventó uno de ellos, Juan García Oliver, sin lugar a dudas el más audaz y el más capaz de aquellos reyes. Nacido en Reus en 1901 había llegado a París en el invierno de 1925 tras cumplir dos años de condena por el asalto al bar Alhambra de Manresa. Entre sus mesas, pistola en mano, y junto a Francisco Ascaso, acribilló a balazos a cuatro pistoleros del Sindicato Libre, un sindicato amarillo al servicio de la patronal.
Además de hombre de acción, que es como a ellos les gustaba llamarse, García Oliver fue el más ilustrado de los reyes de la pistola obrera. Y no tanto porque años más tarde llegase a ser ministro de Justicia, que no es moco de pavo tratándose de un obrero anarquista, sino porque en su vejez, amarga, exiliada y mexicana, nos dejó un apasionante libro de memorias, una gran novela. El eco de los pasos.
El eco de sus pasos en el París de 1926 va acompañado de los de Buenaventura Durruti, Francisco Ascaso y Gregorio Jover, que llegaron a París en este mismo año tras una larga gira por tierras americanas. Su viaje no tenía más objeto que eludir la implacable persecución policial que padecían.
En el haber de Durruti, Ascaso y Jover figuraban numerosos atracos, como el asalto a la sucursal del Banco de España en Gijón, o acciones justicieras de gran calibre, como la que llevó a cabo Francisco Ascaso al asesinar al cardenal y arzobispo de Zaragoza Juan Soldevilla. Por entonces, en 1923, se hacían llamar los Solidarios.
En Sudamérica, Durruti, Ascaso y Jover se bautizaron como los Errantes. Sus atracos los iniciaron en México, los prosiguieron en Cuba y Chile y finalmente, en febrero de 1925, recalaron en la Argentina.
En Buenos Aires sus primeros golpes fueron en establecimientos de poca monta como las oficinas del tranvía del barrio de Palermo y otras similares de la estación de Caballito. A pesar de la intensa búsqueda por la policía argentina de los autores, identificados gracias a los informes y fotografías remitidos por la policía española, los Errantes ejecutaron su último golpe el 19 de enero de 1926.
El atraco al Banco Argentino de la ciudad de San Martín se realizó a lo grande y las pistolas fueron sustituidas por armas largas. Para la leyenda queda aquel grito ronco con el que Durruti amedrentó a los empleados al entrar en el banco: "¡Al que se mueva, cuatro tiros!". Minutos después desaparecieron en un potente automóvil con la suma de 64.000 pesos.
A finales de marzo de 1926 los Errantes pusieron fin a su periplo y embarcaron en Montevideo con destino a Europa.
Un mes más tarde atracaron en el puerto de Cherburgo. Viajaban con pasaportes uruguayos falsos. Durruti se hacía llamar Ramón Cotelo, Ascaso Salvador Arévalo y Jover atendía por Vittorio Repetto.
Según sus pasaportes todos ellos eran comerciantes de profesión y a tenor del corte de sus trajes y el volumen de sus maletas no parecían marcharles del todo mal los negocios. En París se alojaron en un piso de alquiler de la Rue Legendre. No tardaron en encontrarse con García Oliver en el café Thermomètre de la plaza de la República.
Tras los abrazos de rigor, García Oliver les informó de la situación de los Solidarios en París y de lo que se traían entre las manos. A través de los anarquistas italianos habían recibido un mensaje de Malatesta pidiéndoles que liquidaran cuanto antes a Mussolini. Sin embargo, y a pesar de haber aceptado la misión, los italianos parecían ahora echarse atrás. Entonces habló Durruti: "Hemos de considerarnos desligados de todo compromiso, de lo que me alegro, pues nos restituye la libertad para darnos un objetivo propio. Y quiero proponeros el objetivo: puesto que el Rey estará en París de paso para Inglaterra, sugiero que analicemos las posibilidades de acabar con él".
Aunque García Oliver escribirá en sus memorias que desde el principio consideró la propuesta como un suicidio, el plan de asesinar a Alfonso XIII fue aceptado por todos.
En la siguiente reunión Durruti los dejó boquiabiertos. Días antes había comprado un imponente Fiat tras pagar 10.000 francos en efectivo. Además había acudido junto con Ascaso a una de las mejores armerías de París, la Maison Vernay-Carron, donde compraron tres Winchester de repetición y cinco revólveres Colt del 45.
Tras su jornada de compras se desplazaron en el Fiat al bosque de Senart para comprobar la eficacia de las armas.
Al finalizar los ejercicios de tiro, Ascaso y Durruti estudiaron el itinerario previsto del Rey por las calles de París y decidieron matarlo en la plaza de la Concordia. Cuando García Oliver preguntó en detalle cómo pensaban realizarlo Durruti le respondió:
"En enfilando hacia el auto del fulano, los cuatro disparáis las armas en fuego cerrado. Yo conduciré el auto y Paco se sentará a mi lado, por si algo me ocurriera, poder tomar la dirección del volante. De salida, por el camino, os vais bajando del auto, cada cual por su lado, como si nada hubiera ocurrido; muerto el rey, concentrémonos todos en Barcelona, sería muy buena salida".
En sus memorias, García Oliver se lamentará de no haber puesto en aquel instante punto final a tan descabellada empresa.
"Así de sencillo: un auto, unos fusiles, unas pistolas y cinco hombres, con Durruti al volante. Parecía darse por descontado que no existiría barrera protectora para los reyes, ni gendarmes ni policías, ni cierre del tránsito por donde sería calculada la ruta. Se descontaba la eficiente preparación de la policía parisiense, que seguramente ya llevaba unos días siguiendo los pasos de los refugiados y anarquistas españoles".
Acertaba. En uno de los papeles incluidos en el dossier Durruti de la Sûreté y con fecha del 24 de junio de 1926, la policía da cuenta al ministro del Interior de la presencia de Durruti en París, así como de la compra del automóvil y de las prácticas de tiro. Igualmente dan los nombres del resto de los implicados en un plan para asesinar al Rey de España en las calles de París.
Al día siguiente Durruti y Ascaso fueron detenidos en su domicilio y gracias al informe de los policías que practicaron la detención sabemos que ambos portaban pistolas Astra 9 milímetros. En el registro de la habitación los policías hallaron en un armario y envueltos en mantas los Winchester y los revólveres. Inmediatamente los anarquistas españoles fueron conducidos a las dependencias policiales.
En los interrogatorios, Durruti confirmó el proyecto de asesinar al Rey:
"Quiero precisar en este momento que yo actuaba por iniciativa propia. No tengo cómplices. Consideraba que si llegaba a cumplir mi objetivo de matar al rey, provocaría una revolución en España. No es por odio personal al soberano por lo que me proponía actuar, pues lo respeto como hombre pero no como rey y estimo que su desaparición podría ayudar a la salvación de España. No manifesté mi proyecto más que a mi compatriota Ascaso, que, siendo anarquista como yo, no podía sino aprobarlo. Él probablemente me hubiera acompañado, pero no puedo decir que hubiera tomado parte personalmente en la realización del atentado".
La suerte acompañó a García Oliver, que pudo eludir la acción policial abandonando precipitadamente su domicilio y refugiándose para pasar la noche en un prostíbulo del Temple. A los pocos días, y gracias a la ayuda de anarquistas franceses, pudo trasladarse a Bruselas. Meses después regresaría clandestinamente a España, aunque apenas cruzada la frontera y en las cercanías de Pamplona fue detenido por la Guardia Civil. Permanecería en prisión hasta la proclamación de la República.
Ascaso, Durruti y Jover fueron juzgados en París el 7 de octubre de 1926 y condenados por los delitos de rebelión, tenencia de armas de fuego y uso de documentación falsa.
Las penas fueron muy leves, seis meses de prisión para Ascaso, tres meses para Durruti y dos meses para Jover. El Gobierno francés, tras una dura campaña de agitación por parte de los libertarios franceses, desestimó las solicitudes de extradición de los condenados cursadas por los Gobiernos de España y Argentina.
La suerte del archivo de la Sûreté capturado por los nazis y que custodia los documentos policiales de este regicidio frustrado volvió a cambiar cuando el Ejército ruso tomó Berlín. En 1945-1946 los papeles abandonaron su lujoso alojamiento en los castillos de Silesia y Checoslovaquia y fueron trasladados a un depósito del KGB situado al norte de Moscú. Allí fueron revisados y estudiados todos y cada uno de los dossiers y en sus portadillas estampado el sello de los servicios de documentación soviéticos.
Entre 1994 y 2000 el Gobierno ruso devolvió el archivo a su antiguo propietario, el Gobierno francés, que desde entonces lo custodia en el Centro de Archivos Contemporáneos de Fontainebleau. Por su procedencia reciben el nombre de "los fondos de Moscú".
(Fuente: ElPaís.Com)
(Fuente: ElPaís.Com)