El Campo Está Arruinado
Por: Felipe Ciprián
Periodista Felipe Ciprian . .
El descuido a que ha sido llevado el campo dominicano no tiene punto de comparación en la historia de los últimos cincuenta años. Esa afirmación parece una exageración, pero no lo es. Por el contrario, es un acto de generosidad porque se queda solo en la descripción, obviando aquello de que no basta con describir la realidad, porque lo importante es transformarla.
Hay que ser muy insensato para ni siquiera interesarse por la situación en que se encuentran las carreteras de acceso y los caminos vecinales hacia las zonas productivas de la agropecuaria dominicana.
Por hoy tomemos como muestra un punto pequeño de la geografía dominicana para que veamos la muestra de lo que pasa en el campo. Ese punto es San José de Ocoa, más que una provincia para elegir senadores, diputados y demás “autoridades” que nada hacen por ella, sino que hacen mucho con ella, tomemos ese nombre para ver su significado productivo.
De Ocoa sale la mayor producción de papa de República Dominicana. El mayor volumen del café de la mejor calidad del país y el mejor cotizado en los mercados internacionales; abundante hortaliza, legumbres, ajo, cebolla, tomate, zanahoria y otros.
Ocoa es una zona productiva por excelencia; eso nadie lo discute.
No obstante, para llegar a Ocoa desde el Cruce de Ocoa en la carretera Sánchez, hay que pasar un calvario en una estrecha vía llena de grietas, curvas, zanjas, desniveles, puentes por los que no pueden pasar dos vehículos pequeños a la vez y un largo etcétera.
Cuando se llega al poblado y se mira a su alrededor, todo invita a continuar montaña adentro para disfrutar de los pinares, la verde vegetación y la proliferación de una agricultura vigorosa, con cultivos extensivos y en ambientes controlados.
El problema surge cuando, si vas como turista, intentas subir a cualquiera de los poblados intramontanos o si eres un agricultor y quieres sacar la producción: no hay caminos. Todos están intransitables, salvo el de La Ciénaga porque la gente hizo tantas protestas –incluidas algunas violentas- que a la autoridad no el quedó más remedio que terminarle su carretera.
Los hoyos y zanjas crean precipicios hasta de 400 metros de profundidad como sucede en gran parte de la carretera Sabana Larga-La Horma-La Nuez-Valle Nuevo.
Ese mismo tipo de dificultad daña el camino Nizao-Rancho Arriba-Piedra Blanca.
Que a nadie se le ocurra ir a la zona de la presa de Jigüey o a disfrutar de la belleza de las manaclas de Los Anones, porque por ahí no hay caminos, sino desfiladeros donde hasta los animales de uñas redondas se exponen a mucho peligro al transitar.
Intentar ir a Parra, ese pobladito tan significativo y de gente tan trabajadora y estudiosa, es casi imposible en vehículos porque a pesar de que está a la orilla de Ocoa, no tiene puente ni camino para llegar a él.
Cuando el padre Arturo Mackinnon, en los primeros años de la década del sesenta invitaba a los niñitos a que lo acompañáramos en su jeep para ir a compartir con los menores de Parra, el camino estaba mucho mejor que ahora, aunque han pasado más de 47 años.
Hay que nunca haber disfrutado de unos gandules verdes de los que se producen en Arroyo Hondo, El Naranjal o Parra, allá en Ocoa, para mantener a esa gente incomunicada y burlada.
¿Alguien duda de que esto sea enteramente cierto? Si lo duda, por favor, que pregunte por los caminos de algún campo que esa persona conozca bien y descubrirá que la historia es la misma.
Nadie puede entender cómo piensan las autoridades que este país va a mantenerse si el 20% de la población que aun vive y trabaja en el campo también viene para la ciudad porque allá no tienen hospitales, escuelas, oficinas de financiamiento productivo y tampoco caminos para entrar y salir con un mínimo de seguridad.
Podemos seguir con la monería de creernos que lo estamos haciendo muy bien con distraer los fondos públicos –las recaudaciones y los préstamos- para hacer pantomimas en la ciudad mientras el campo languidece y la gente no tiene ninguna esperanza de una mejor vida.
Por más que se crea, nadie ha podido superar la afirmación aquella de que la mayor riqueza real que hay es la tierra y que como vaya el campo así irá la economía.
Esperemos, pacientemente, para ver cuánto tiempo la gente va a seguir siendo tan boba que obedece tan mansamente al boyero aunque aparentemente no lleva a nadie tirado del narigón.
Periodista Felipe Ciprian . .
El descuido a que ha sido llevado el campo dominicano no tiene punto de comparación en la historia de los últimos cincuenta años. Esa afirmación parece una exageración, pero no lo es. Por el contrario, es un acto de generosidad porque se queda solo en la descripción, obviando aquello de que no basta con describir la realidad, porque lo importante es transformarla.
Hay que ser muy insensato para ni siquiera interesarse por la situación en que se encuentran las carreteras de acceso y los caminos vecinales hacia las zonas productivas de la agropecuaria dominicana.
Por hoy tomemos como muestra un punto pequeño de la geografía dominicana para que veamos la muestra de lo que pasa en el campo. Ese punto es San José de Ocoa, más que una provincia para elegir senadores, diputados y demás “autoridades” que nada hacen por ella, sino que hacen mucho con ella, tomemos ese nombre para ver su significado productivo.
De Ocoa sale la mayor producción de papa de República Dominicana. El mayor volumen del café de la mejor calidad del país y el mejor cotizado en los mercados internacionales; abundante hortaliza, legumbres, ajo, cebolla, tomate, zanahoria y otros.
Ocoa es una zona productiva por excelencia; eso nadie lo discute.
No obstante, para llegar a Ocoa desde el Cruce de Ocoa en la carretera Sánchez, hay que pasar un calvario en una estrecha vía llena de grietas, curvas, zanjas, desniveles, puentes por los que no pueden pasar dos vehículos pequeños a la vez y un largo etcétera.
Cuando se llega al poblado y se mira a su alrededor, todo invita a continuar montaña adentro para disfrutar de los pinares, la verde vegetación y la proliferación de una agricultura vigorosa, con cultivos extensivos y en ambientes controlados.
El problema surge cuando, si vas como turista, intentas subir a cualquiera de los poblados intramontanos o si eres un agricultor y quieres sacar la producción: no hay caminos. Todos están intransitables, salvo el de La Ciénaga porque la gente hizo tantas protestas –incluidas algunas violentas- que a la autoridad no el quedó más remedio que terminarle su carretera.
Los hoyos y zanjas crean precipicios hasta de 400 metros de profundidad como sucede en gran parte de la carretera Sabana Larga-La Horma-La Nuez-Valle Nuevo.
Ese mismo tipo de dificultad daña el camino Nizao-Rancho Arriba-Piedra Blanca.
Que a nadie se le ocurra ir a la zona de la presa de Jigüey o a disfrutar de la belleza de las manaclas de Los Anones, porque por ahí no hay caminos, sino desfiladeros donde hasta los animales de uñas redondas se exponen a mucho peligro al transitar.
Intentar ir a Parra, ese pobladito tan significativo y de gente tan trabajadora y estudiosa, es casi imposible en vehículos porque a pesar de que está a la orilla de Ocoa, no tiene puente ni camino para llegar a él.
Cuando el padre Arturo Mackinnon, en los primeros años de la década del sesenta invitaba a los niñitos a que lo acompañáramos en su jeep para ir a compartir con los menores de Parra, el camino estaba mucho mejor que ahora, aunque han pasado más de 47 años.
Hay que nunca haber disfrutado de unos gandules verdes de los que se producen en Arroyo Hondo, El Naranjal o Parra, allá en Ocoa, para mantener a esa gente incomunicada y burlada.
¿Alguien duda de que esto sea enteramente cierto? Si lo duda, por favor, que pregunte por los caminos de algún campo que esa persona conozca bien y descubrirá que la historia es la misma.
Nadie puede entender cómo piensan las autoridades que este país va a mantenerse si el 20% de la población que aun vive y trabaja en el campo también viene para la ciudad porque allá no tienen hospitales, escuelas, oficinas de financiamiento productivo y tampoco caminos para entrar y salir con un mínimo de seguridad.
Podemos seguir con la monería de creernos que lo estamos haciendo muy bien con distraer los fondos públicos –las recaudaciones y los préstamos- para hacer pantomimas en la ciudad mientras el campo languidece y la gente no tiene ninguna esperanza de una mejor vida.
Por más que se crea, nadie ha podido superar la afirmación aquella de que la mayor riqueza real que hay es la tierra y que como vaya el campo así irá la economía.
Esperemos, pacientemente, para ver cuánto tiempo la gente va a seguir siendo tan boba que obedece tan mansamente al boyero aunque aparentemente no lleva a nadie tirado del narigón.