Anhelos a la luz de una vela‏


A las 6:40 de tarde, el sol se va ocultando entre dos nubes del sur fronterizo mientras la marcha de la camioneta levanta una polvareda en el caliche que recubre la vía. El camino es empinado, despoblado y solitario, pero en algún tramo hay niños divirtiéndose con tirapiedras. Quince minutos más tarde en el trayecto, cuatro hombres juegan al dominó con la última luz del día en un colmado en La Altagracia, una comunidad agrícola sin electrificación enclavada en la Sierra de Bahoruco, a unos 330 kilómetros de Santo Domingo.

Entre los señores, Francisco Creciano Almonte cuenta al final de una partida:
-Siete, doce, dieciséis, diecisiete, veintitrés, treinta y ocho-.

Desde El Rubio -un distrito del municipio San José de las Matas, Santiago, a 445 kilómetros de allí, Almonte llegó a La Altagracia hace 42 años cuando una hermana residente en esa localidad enviudó.
-Yo no vine preso, no-, dice, y todos ríen a carcajadas.


Al distrito municipal José Francisco Peña Gómez, Pedernales, pertenecen La Altagracia y las comunidades Aguas Negras y Mencía, las tres sin servicio eléctrico, y una vez beneficiarias de proyectos de instalación de paneles solares. Hay hogares donde las placas nunca llegaron; en otros, se dañaron o fueron -supuestamente- robadas. En José Francisco Peña Gómez, el indicador de calidad de vida es de apenas 27.5, el 97.4% de los hogares vive en la pobreza, y la extrema alcanza el 91.5%. En todo el distrito municipal viven 9,699 personas, conforme a los datos del Atlas de la Pobreza.

Mientras el grupo juega dominó, otros campesinos comparten el atardecer en la acera del mismo negocio. Con el sonido de las fichas golpeando la mesa se mezclan canciones del intérprete guatemalteco Ricardo Arjona en un comercio a una cuadra de distancia.

Gleibi Cuevas tiene 30 años, un octavo grado, y es el dependiente de la pequeña tienda de comestibles desde donde se escucha el reproductor de música, alimentado por un panel solar. Aunque hoy suena Arjona, los preferidos son los bachateros Anthony Santos y Romeo. Para enfriar las cervezas, Gleibi compra bloques de hielo en Pedernales -a un precio de unos 200 pesos por unidad- que duran entre cuatro y cinco días en congeladores desconectados. Cuevas explica que entre las bebidas, la más vendida es el clerén, un alcohol hecho a base de caña de azúcar en Haití, ya que las cervezas y el ron dominicano son lujos reservados para las fiestas. Para acompañar el desayuno o la cena, los colmados ofertan huevos y salami porque con un arcaico sistema de conservación, vender quesos sería un riesgo.

Aunque en su casa hay dos paneles fotovoltaicos, a Gloria Eufemia Herasme -esposa de Francisco Creciano- la energía apenas le alcanza para alumbrar la casa. Pasadas las 7:20 de una noche sin luna, Glorita -de 56 años y oriunda de Neiba- se sienta junto al pequeño jardín con su esposo, bajo la luz de una bombilla. Si hoy no hubiese sido un día soleado, tendrían que derretir cera. 

Cuando la mujer va a preparar carnes sólo puede comprar en el pueblo la que usaría durante un máximo de dos días: la de guardar la lava con naranja agria y la pone a secar si las temperaturas en la Sierra de Bahoruco están bajas. Ahora, en un mayo cálido y seco, debe comprar sólo la carne que va a consumir en la misma jornada. También ellos compran hielo cuando van “al pueblo” y lo guardan en neveras playeras, pero dura poco. ¿Para lavar la ropa? A mano.

Glorita -como le llaman- tiene un teléfono residencial prepago de la compañía haitiana Digicel, la única señal que llega a la escarpada comunidad. Así, las emisoras que se escuchan en La Altagracia son también las de Haití.

Francisco Creciano Almonte refiere que el café y las habichuelas que siembra se han echado a perder por una sequía de más de un mes -asegura que allí usualmente no pasan más de 10 días entre una lluvia y otra-, y recuerda que la productividad de los cafetales ha caído en los últimos años, en parte por la plaga de la roya. A pesar de la decadencia de la agricultura, el hombre considera que la principal necesidad de la zona es la electrificación.

A la casa de Francisco se acerca Ignacio Estévez Torres, un señor locuaz de 78 años que llegó al pueblito siendo adolescente, cuando Rafael Leonidas Trujillo sacó a su familia de Las Manaclas (San José de las Matas), al crear el parque nacional J. Armando Bermúdez. Así Estévez salió del lugar “donde Tavárez Justo se originó” para ir a parar a Mencía, a unos siete minutos de La Altagracia.

-Trujillo (en realidad gente que trabajaba bajo sus órdenes) fue y le metió un camión, un Catarey, en la puerta de la casa y comenzó a tirar todos los trapitos de mi mamá y todo lo que había en la casa. A mi mamá fue la última que tiró arriba (...) Aquí vino a Mencía, vino Trujillo y los tiró ahí, le dio una casa, una propiedad, camas, pailas, le dio de todo a mi papá-, recuerda Ignacio.

Estévez Torres relata que también viven en la zona gente de El Pedregal (San José de las Matas) y que el dictador trató de “refinar” a los dominicanos de la línea fronteriza... llevando la tez clara de la sierra cibaeña a esos rincones de Pedernales.

Al lado de la vivienda de Francisco están la cancha y el parque. Enmanuel Florián, de 18 años y estudiante de segundo del bachillerato, pasa las tardes jugando basquetbol y en las noches se agrupa en el parque con otros jóvenes y niños para ver las películas que proyecta la junta distrital, por medio de una parábola con la energía de paneles solares. En La Altagracia hay una planta eléctrica comunitaria que se enciende los fines de semana cuando cae la tarde, con combustible donado por “la síndica” -la gente atribuye la donación a la presidenta de la junta distrital, Solenny Gómez-.

Los jóvenes van llegando a la primera función cuando a las 7:50 p.m., Órbito Méndez Soriano, de 63 años, enciende una vela sobre una lata en la mesa de su casa, donde hay maíz desgranado para las gallinas, un vaso cromado boca abajo recubierto de cera y un recipiente con moro de habichuelas. Ahora Órbito va a preparar unos huevos con tomatitos para cenar; sin nevera no puede guardar los alimentos para el día siguiente.

A las 8:00 de la noche la oscuridad es densa.

En Mencía, un grupo de personas ha sacado las sillas a la acera, frente a la casa de Dionisio -Pepín- Confesor Rosario, y se ha sentado a charlar.

Pepín -69 años- es un hombre menudo de ojos color miel, de San Francisco de Macorís. Tiene 58 años viviendo en Mencía y es el voluntario que funge como enlace entre la comunidad y los ingenieros de la Unidad de Electrificación Rural y Suburbana (UERS) que construyen una microcentral hidroeléctrica que aprovechará las aguas del río Mulito. La microcentral tendrá capacidad para generar 61 kilovatios que llevarán la energía a 220 hogares y 1,100 personas. Los datos de la institución indican que las turbinas para la microcentral estarán “próximamente” en el país.

Además de agricultor, Pepín es el vigilante de la clínica rural de la comunidad, donde aprovecha la energía de los paneles solares para cargar la batería de su teléfono celular, pues en su casa se alumbra con la luz de las velas.

Trujillo bautizó el poblado como Flor de Oro porque cuando fue a inaugurarlo se encontró con árboles de flores tan amarillas que recordaban a ese metal precioso, pero sobre todo, en honor a su hija mayor. Luego del ajusticiamiento del tirano cambiaron el nombre por Mencía. Así lo rememora Pepín en el trayecto al río Mulito. Tras cruzar un camino de hojarasca, el señor muestra con entusiasmo la construcción de la hidroeléctrica, pero aún falta terminar el cuarto donde irán las máquinas y encauzar las corrientes.

En la comunidad de Aguas Negras dicen que energía eléctrica de la microcentral no les llegará. Geovanny Félix Carrasco, de 38 años, vive allí. Para recargar la batería de su teléfono móvil debe pedir el favor de sus vecinos porque cambió su panel solar por una motocicleta 90, dice él que para evitar ser víctima de un robo.

Luis Arroyo Valdés, el gerente de Técnicas Energéticas Solares (Tecsol), cuenta que esa empresa ganó en 2005 la licitación para instalar paneles fotovoltaicos en 10,000 hogares y 50 centros comunitarios en las provincias de la franja fronteriza Pedernales, Montecristi, Dajabón, Independencia, Elías Piña, Santiago Rodríguez y Bahoruco. El Ministerio de Industria y Comercio dispuso del 85% de la inversión (RD$269, 692,919) y ellos se encargarían de financiar el 15%, que luego debían pagar los usuarios en cuotas de RD$100 durante 36 meses “para darles un sentido de propiedad” del sistema.

El proyecto concluyó en 2006 y, sin embargo, -asegura Arroyo- las personas se negaron a pagar pese a tener contratos firmados asegurando el compromiso. El empresario denuncia que mucha gente vendió los paneles y que su empresa tiene una deuda de RD$45 millones por la ausencia de pago, llevando su negocio “al borde de la quiebra”.

Junto a Geovanny, sentado frente al parque de Aguas Negras, está Valerio D’Oleo Méndez -67 años-, con su gorra raída, sus gafas de pasta y barba de tres días. Él tampoco tiene placas fotovoltaicas.

La planta eléctrica de Aguas Negras funcionó hasta 2004, cuando el gobierno les donaba el combustible -cuentan- y ahora el cuarto está abandonado y polvoriento. D’Oleo alega que el único presidente que ha contribuido con el poblado fronterizo es el fenecido Joaquín Balaguer, porque les regalaba vacas, casas -las viviendas de la zona las hizo ese mandatario-, y tierras para que no emigraran a la ciudad. Entonces, sin un gobierno que les provea, se sienten huérfanos.

Hace poco, a Francisco Creciano lo operaron a corazón abierto para destaparles las arterias y aún está recuperándose. Cuando cae la tarde y se recoge en su hogar pasan por allí cuatro o cinco vecinos para compartir las últimas historias de un día cualquiera, alumbrados por los remanentes del sol en la bombilla. 

/Diario Libre/.

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